Capítulo 7.

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Es irónico pensar que la verdad no siempre es verdadera.

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Paciencia cero.

Abril 01, 2020.

Magali.

Me aseguro de que las puertas de mi oficina estén asegurando antes de avanzar a mi escritorio abriendo la pantalla de la laptop que se activa revelando al hombre de cabello negro y ojos marrones que me sonríe con ternura desde el otro lado. Paso saliva viendo como me detalla y él suelta un lento suspiro.

—Oh, mi niña —me habla en español— suéltalo, sabes que Tom está para escucharte.

Me tomo la cara con las manos colocando los codos sobre la madera cuando rompo en llanto frente a él.

—Nunca me van a dejar en paz, papá —digo en el mismo idioma hundiéndome en los sollozos.

Tomás Anderson fue mi primer escolta, lo tengo conmigo desde que cumplí catorce y con el pasar de los años más que ser mi personal, ha sido mi padre. Ha estado conmigo desde esa edad hasta que decidí venirme a Inglaterra donde luego de que él haya autorizado a Gerard y Theo como nuevos escoltas volvió a Paraguay, el país donde crecí y donde viven mis hermanos actualmente para encargarse de la guardia que los cuida a ellos.

Los escoltas que tengo son parte del programa de protección del CIM. Los guardaespaldas que nos asignan son entrenados exclusivamente para vivir por y para su protegido, tanto Tomás como Gerard y Theo no tienen familia, la mayoría de ellos fueron reclutados de las calles y criados por años para ser parte de la alta guardia más poderosa del planeta.

—¿Qué ha pasado? —cuestiona Tom cuando tomo aire tratando de calmarme, me limpio el rastro de lágrimas con rabia—. Voy a tomar un avión ya mismo.

Sacudo la cabeza deteniéndolo porque ya se está levantando de la silla y sé que no está bromeando.

—No es necesario, solo te llamaba para pedirte que por favor refuerces la seguridad de Miriam y Matteo —le pido—. Hace unos días intentaron secuestrarme de vuelta y aunque sabes que pasa siempre, tengo el mal presentimiento de que en esta ocasión es diferente.

Arruga las cejas.

—¿Cómo? —se preocupa— Maga, ¿qué pasó?

Le cuento los sucesos del momento recalcando en que me han drogado, casi nunca actúan así y tengo una mala espina de que podría tratarse de uno de los tantos enemigos del pasado que tanto quiero borrar. Tomás, al ser el más antiguo, es el que más sabe cómo proceder y me escucha atento interviniendo cada que es necesario.

—Quiero que le des las gracias a ese muchacho de mi parte —dice refiriéndose a Jeremy—, y a John podrías darle un golpe por mientras.

Me hace reír sin ganas.

—No lo culpo, yo también hubiera actuado como él si las cosas fueran al revés —le resto importancia—. Ahora te deberé ambos envíos porque no he vuelto a saber de ninguno de los dos.

—¿Ni de John? —sacudo la cabeza— ¿crees que ya se haya ido a la misión en Rusia?

Me encojo de hombros jugando con la pulsera que me he vuelto a colocar bajo la mesa.

—Es probable —dejo la pulsera—. En la clínica solo volvió a cerciorarse de que estuviera bien, no habló mucho y una vez me dieron de alta ni siquiera me dejó hablar, solo dijo que debía irse y sabes que yo tampoco insistiré mucho.

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