Capítulo 3.

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Frialdad y maldad no son lo mismo, pero pueden hacer lo mismo.

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Ayuda.

Magali.

Ha pasado una semana desde la noche que conocí a John Black y tengo un gran problema que lleva su nombre: no puedo sacármelo de la cabeza.

«¡Me tiene mal!» y no es tan idóneo cuando lo primero que encontré ahora que es la segunda vez que se coloca su nombre completo en mi sistema es: Agente Militar Especial del FBI. La primera vez que se colocó su nombre no fui yo, fue Gerard que siempre que salgo pone los nombres de mis citas en el sistema para dos cosas: ver que sea seguro (que no tenga enfermedades, por ejemplo) y también que no forme parte de la mafia, porque puedo meterme con cualquiera, menos con un mafioso.

Mi escolta me indica que todo está bien cuando me deja subir al vehículo de la persona ya que de lo contrario inventa excusas alegando que debo llevar el auto que traje porque él está solo, cosa que es mentira ya que Theo siempre está con él y gracias a ese plan tan simple, pero útil, siempre sé que la persona con la que me meto no es un mafioso, ni tiene alguna ETS, razón por la que dejé al estadounidense meterme la polla sin condón, cosa que no permito hace años, pero que la calentura del momento no me dejó procesar.

Me masajeo la sien observando la información frente a mí: para el mundo exterior un empresario billonario dueño de la línea de bancos más grande de Norteamérica, para el mundo militar: el primer agente más joven de la historia que obtuvo el puesto con tan solo 24 años, huérfano desde los dos años, militar desde los siete, incluso se entrenó física y mentalmente con mi abuelo ruso a los once. CEO de la empresa de armas y municiones Black conocida por ser creadora de las armas más letales del mercado.

Suspiro, no es como si el hecho de que fuera un agente sea algo como para descartarlo, pero la relación podría ser... complicada. No soy una criminal, bueno, ya no lo soy por el momento, pero eso no borra el hecho de que tenga muchas cosas cuestionables en mi vida que a él pueden parecerle...

Detengo el rumbo de mis pensamientos cuando caigo en cuenta de que estoy pensando idioteces. Quiero fallármelo de nuevo, no prometerle una vida, ¿relación? No quiero una relación con nadie, menos con un agente del FBI y estoy segura de que él tampoco quiere nada serio conmigo, que lo vinculen con mi nombre podría ser el fin de su carrera.

Pero el número en la tarjeta que me dejó la otra vez es tan tentador y las palabras escritas junto con los recuerdos no están haciendo nada sano por mi cerebro, sé que si voy en busca de otra distracción no me voy a complacer porque estaré pensando únicamente en él.

Suspiro, tomo el IPhone marcando el número y me quedo viendo la pantalla con demasiadas dudas, esto podría salir muy mal o muy bien, no le estoy viendo ningún punto medio, pero aun pensando eso hago la condenada llamada.

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John.

Los golpes al saco de boxeo no me han calmado una mierda. El sudor excesivo baja por mis pectorales y abdomen mientras me mantengo con el mero vaquero puesto golpeando esta mierda como si mi vida dependiera de ello.

La botella de ron ya se acabó y a pesar del mareo que tengo mi cerebro no ha parado de atraer la imagen de unos ojos oscuros como el terror y un cabello tan naranja como las llamas del fuego avivadas «Magali Rosenzweig» la mujer más deseada y peligrosa nunca antes vista, sé que no debí acercarme a esa mesa, sé que no debí hacer propuestas pendejas que me dejaron en la nada, pero también sé que si no lo hacía mi arrepentimiento iba a ser mucho peor.

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