Capítulo 8.

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No des todo por hecho ni nunca, ni siempre.

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Esperanza.

Abril 06, 2020.

Magali.

He pasado toda una vida en una relación amor-odio con mi apellido. Me gusta el poder que emana, pero detesto el costo y supongo que nada muy bueno, puede ser justo, pero hay veces que me pregunto «¿me lo merezco?» no sé la respuesta a eso, no sé si merezca esa condena solo por un apellido, no elegí nacer, supongo que al menos podría elegir como vivir, pero hasta eso me han quitado.

Y está todo lo demás... cierro los ojos empuñando las manos que se estampan contra el saco de boxeo «¡los odio!» no creo que exista personas con más rencor en el mundo que yo, pero sí de perdonar viviéramos, Judas habría regresado al cielo y el infierno estaría obsoleto.

El sudor me baja por la sien y es que estoy en lo mismo desde hace horas, nada me ha servido. Estoy alerta todo el tiempo, con miedo de salir a las calles y me jode que un desconocido tenga ese efecto en mi vida. ¿Cuánto tardará? ¿Un año, dos? No... sé que no será suficiente, para esta maldita situación, nada lo sería.

«Calma» me digo, nada está confirmado aún.

—Las armas son nuevas —escucho la voz de John acercándose por el pasillo hasta el gimnasio de mi departamento—. Vale, sí, pero no tengo tiempo de viajar para firmar una autorización, solo envíenlas, son para mí.

Dejo el saco volteándome a encontrarlo con el móvil contra la oreja y el hombro pegado al umbral de la puerta. Sigue hablando mientras me alejo a tomar un poco de agua, lleva un pantalón negro y una camisa blanca remangada, los botones iniciales están abiertos y la saliva se me vuelve pesada en la boca mientras que él mira su reloj respondiendo a algo con el ceño fruncido.

Dejo la botella de lado limpiándome el sudor con una toalla y me le acerco, me guiña un ojo pidiéndome un momento y asiento encaminándome a mi habitación donde me quito los zapatos deportivos buscando mis cosas para darme una ducha. Él me ha seguido, se sienta en la cama donde sigue con su llamada y me muevo al baño cruzando frente a él, pero me toma la mano.

—Adiós —corta la llamada lanzando el móvil en una de las mesitas antes de tirar de mí dejándome a horcajadas sobre él, me besa—. Hola a ti, diosa.

Le sonrío.

—Hola —le devuelvo el beso—. Estaba por ducharme, señor Black.

Pasea las manos por mis muslos metiéndolos bajo el short deportivo que le dan acceso para tocarme los glúteos.

—¿Para qué? Si así te ves preciosa—reparte besos por mi barbilla—. Y de todas formas vas a sudar otra vez.

Intenta llevarme contra el colchón, pero lo detengo.

—No voy a ensuciar mi cama —me quejo.

Rueda los ojos y suelto un gritito cuando me alza enredando mis piernas en su cintura mientras sale del cuarto cargándome como si no pesara nada.

—Entonces vamos a usar la otra —llega a una de las puertas cerca de la sala que abre luego de ingresar la clave, lo miro divertida—. A ver, que crear este cuarto fue total y únicamente idea tuya.

—¿Eso que escucho son quejas? —alzo una ceja.

Me río cuando me deja caer volteándome de espaldas contra él, lleva mis manos atrás haciéndome avanzar a trompicones por el sitio. Cuando llevábamos varios meses en el juego de «ayuda», se me ocurrió la genial idea de tener una habitación para sexo «que se note que he leído libros de dudosa procedencia y no sé dónde desperdiciar mi dinero».

CONEXIONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora