La mañana amaneció fría en Abbotsbury, los cielos eran grises que ni siquiera lograba verse las montañas más altas a lo lejos. Un mal tiempo para la familia Bell, ya que la levadura no lograba crecer lo suficiente, la casa lograba sentirse más fría de lo normal. Y con pequeños puños de paja trataban de tapar los agujeros donde se metía el mistral helado.
Esa mañana, Gregory Bell no se levantó tan temprano cómo era de costumbre, ya que no vio que fuera tal molestia por el clima del momento, igual empezó a preparar pan. Allen por muy desalentado que se sentía gracias al clima, agradecía internamente al no levantarse de madrugada, y disfrutó las pocas horas cobijado en su cama no muy cómoda, hecha de madera y estrecha.
La madre, esa mañana salió a su empleo desde muy temprano, Allen se encargaba en recogerla. Esa misma mañana tenía que salir a lavar la ropa de los tres, traer agua para lavar los utensilios y bañarse. Así que después de todo no se daría el lujo de dormir hasta tarde, y lo bueno es que ese día no tenía más asuntos pendientes, ni con el trabajo.
Y sin perder más tiempo, con un largo bufido salió de la cama, se colocó su ropa habitual que consistía en: camisa blanca amarillenta, pantalones rectos de color verde oscuro que llegaban hasta el tobillo, tirantes cafés cruzados en la espalda y zapatos negros de tela desgastada. Después de vestirse, acomodó su cabello desordenado en un vago intento por estar alineado, algo que no resulto. Y sin darle mucha importancia, salió de su habitación para entrar a la contigua frente a la suya (la de sus padres), se acercó al cajón de madera donde yacía esparcida la ropa sucia, la tomo en un rollo con ambas manos y salió de los aposentos.
Caminó hasta la sala donde tan sólo estaba adornada con un sofá marrón y una mesita para café, varios candelabros estaban sujetos a la pared con las velas apagadas con la cera de vela derretida. Escuchó a su padre en la cocina, peleándose prácticamente con la harina hecha bola y cruda, se dirigió hasta la cocina con el puño de ropa aun en sus manos. Apoyó su hombro sobre el umbral que daba al área de trabajo, hasta que Gregory levantó la mirada exhausta y le miró.
—Pensé que nunca te ibas a levantar de la cama hijo—dijo Gregory limpiando sus manos sobre el delantal blanco de tela áspera.
—Bueno, aproveche la desafortunada mañana, cómo te levantaste tarde...—Allen explicó sin terminar la oración, ya que su padre entendería.
—El horno a pasado toda la mañana nada más que echando humo, nada de fuego y ni siquiera se calienta lo suficiente—se quejó Gregory apoyando sus manos contra la mesa de madera en un signo de frustración, Allen frunció los labios delgados y resecos por el frío, pensando en una rápida solución.
—Trataré de encenderlo, así...—pero se vio rápidamente interrumpido.
—No, déjalo así, ocupate de lavar esa ropa primero y después vienes para encenderlo—ordenó el señor Bell. Allen tan sólo asintió con una mueca parecida a una sonrisa leve.
Allen salió por la puerta trasera que quedaba en la misma cocina, dejando que ella misma volviera a cerrarse. El césped le llegaba a la altura de los tobillos, sabía que el recorrido era largo así que tomo aire para seguir el trayecto, las casas de madera y techo de paja estaban a considerables metros de distancia una de otra. Los valles verdes eran el paisaje más hermoso de Abbotsbury, los campos de un verde brillante al sol parecían salidos de una pintura. Y terminó por confirmar que el día estaba frío, ya que su piel pálida se erizó colocándose cómo una gallina desplumada.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...