Allen se levantó temprano después de haber pasado la mitad de su noche con los ojos abiertos, leyendo los libros que su prometida le había llevado. En su rostro era más que evidente el desvelo, tenía el cabello alborotado y las ojeras visibles. Se colocó el habitual vestuario para trabajar, salió de su habitación mientras frotaba las manos contra su rostro y así tratar de espantar el sueño.
Bell caminó hasta la cocina donde se encontró a su padre sacando la harina del último saco que les quedaba. Se quitó la boina y la dejó sobre el comedor.
—Buenos días padre —saludó Allen mientras se acercaba al horno con la canasta de paja vacía.
—Buenos días —contestó Gregory somnoliento, haciendo la mezcla de los bizcochos.
Allen sacó los trozos de carbón apagados, dejando la canasta a un lado y metiendo los nuevos leños dentro del horno. Después de apilarlos tomó la caja de cerrillos, encendió uno y lo colocó sobre la madera seca. Se alejó de las llamas que empezaban a alzarse y caminó hasta la mesa de trabajo de su padre, mirándole con la clara intención de querer decirle algo.
—Papá... —lo llamó.
—¿Si? —Gregory levantó su mirada de la mezcla, alzando las cejas delgadas esperando que el contrario hablara.
—Estuve pensando..., en la posibilidad de aplazar mi boda con Kate —el rostro de Allen se encogió cómo si esperara un golpe por parte de su padre.
—¿Y por qué querrías aplazar tu boda? —ahora Gregory mantenía la completa atención en su hijo.
—No lo sé, no creo sentirme listo todavía —respondió Allen, siendo ese uno de los tres factores por los cuales quería dar marcha atrás.
—¡Que va!, tú mismo le pediste matrimonio a la señorita, ¿ahora por qué quieres hacer esto? ¿ya no la amas?
Bell se quedó en silencio varios segundos pensando en la posibilidad de no amarla, claro que lo hacia, él la quería bastante. Kate era una excelente mujer y compañera de vida.
—Claro que la quiero —afirmó Allen seguro de sus palabras.
—Entonces no hay ningún problema —formuló Gregory tratando de ignorar el rostro inseguro de su hijo—. Pero si quieres fijar otra fecha, hablalo con ella y... recuerda que no le puedes quedar mal.
—¡Jamás!, Kate sabe lo mucho que la quiero, pero por ahora tengo cosas más importantes que hacer, cómo el trabajo donde mi sueldo disminuyó y ni siquiera he buscado mi traje —justificó Bell caminando hasta el umbral que separaba la cocina de la sala.
—Realmente eso lleva su tiempo, pero si quieres yo me puedo encargar de conseguirte un traje —ofreció Gregory, haciendo la bandeja de metal donde estaba la harina de los bizcochos para empezar a formarlos.
—Papá, tu no dispones de mucho tiempo libre, pasas trabajando. No te preocupes, esa tarea la hago yo —afirmó Allen saliendo del todo de la cocina.
Llegó hasta la habitación de sus padres y abrió la puerta lentamente, notando así, a Anne-Marie dormida. Caminó de puntillas hasta la canasta donde se guardaba la ropa sucia y la agarró en un rollo. Salió de la alcoba, abrió con el pie la puerta de su habitación para sacar sus prendas que necesita lavar. Cargó con las prendas hasta la cocina, pasó a un lado de su padre, desocupó su mano izquierda y abrió la puerta trasera.
Bajó los escalones de manera lenta para no tropezar, observó el cielo gris y sin rastros de que el sol pronto saldría. «Un horrible día para lavar ropa» pensó Allen mientras dejaba las prendas en el interior de la cubeta ancha de madera. Agarró el rastrillo para lavar y comenzó a caminar por el césped a la altura de sus tobillos.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...