Capítulo 22

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Aquella mañana a mediados del año, Wellington salió de su hogar después de muchos meses. Eleonor se despidió de su hijo con una sonrisa animada y Thomas le deseó suerte a la hora de arribar en Dorchester, ambos tenían presente que lo más probable era que la señorita Brown se encontrara ahí.

Collins alistó tres camisas, tres pañuelos de seda, tres pantalones en tonos oscuros, chalecos que le hacían juego, sacos holgados que casi no usaba y zapatos sencillos. Mientras miraba por la ventana del carruaje el paisaje de la mañana, el sol empezaba a calentar y Fox tarareaba una melodía durante el trayecto. Tenía su valija de cuero negro a un lado suyo y encima el sombrero de copa, portaba un abrigo negro sin bolsillo, una corbata negra al igual que su traje de tres piezas.

El carruaje pasó por el pueblo, donde Wellington puso más atención para poder captar el único interés. Pero mientras más avanzaban y se alejaban de Abbotsbury, no lograba ver a Allen. Inclusive pasaron por la mencionada fabrica textil, apenas los empleados parecían estar entrando, ninguno de ellos se le pareció a Bell. Se sentía ansioso por verlo una vez más antes de irse por completo, aunque el destino no le concedió tal dicha.

Ahora verlo era una dicha, llenaba de felicidad tan sólo los pocos minutos que pasaba a su lado. Parecía que sólo Allen se reía de sus comentarios u ocurrencias, sabía que él odiaba sus chistes y ahora no podía evitar sentirse avergonzado al quedar en ridículo frente a él. No debería preocuparse por la apariencia que daba delante de Bell, más no podía evitar pensar constantemente en ello, y a pesar de mantenerse desinteresado ante la apariencia que le daba a su familia o amigos, con Allen no lo podía ignorar.

Era cómo tratar de ignorar el clima frío del pueblo, igual a pasar desapercibido los latidos de su corazón, no podía ignorarle. Aparecía todo el tiempo, con aquellos ojos verdes, demandando atención con energía, se veía seguro y extrañamente prepotente. O eso pensaba Wellington cada vez que lo veía a los ojos, esos redondos orbes tan verdes cómo las hojas de fresnos, tan vivos cómo él y cautivantes al igual que un atardecer.

Aquellos fanales parecían no querer dejarlo, estaba preso por ellos y no comprendía su extraño afán al mirarle fijamente. Un verde oscuro, verde musgo, verde pino, sus pupilas de ensueño lo dejaban estático y con una sensación de vértigo sobre un oleaje parecido a las profundas aguas del mar.

¿Por qué tanta atención a esos fanales?, tal vez en ese punto Collins estaba perdiendo la cabeza. Esos sentimientos podrían estar asociados a su falta de socialización y contacto físico, pero no entendía porque su mente siempre recurría a él, a Allen Bell. Lo pensaba de una manera que le causaba miedo, de una forma que no parecía normal, sus pensamientos no eran comunes y mucho menos dirigidos a un hombre.

Cuando volvió a fijar su mirada hacia la ventana, notó que ya habían salido del pueblo y se dirigían a su destino. Decidió salir temprano porque si se quedaba más tiempo, lo sobre analizaría y al final daría marcha atrás. Las ruedas crujían contra el camino de piedras, los bastos árboles, colinas  y campo verde eran el paisaje más hermoso, nada parecido a Londres.

Wellington cerró la cortina blanca, dejando el interior del carruaje en una tenue oscuridad, apoyó la cabeza sobre el espaldar y cerró sus ojos mientras soltaba un suspiro. No podía cometer aquella acción, ya que su mente parecía recordar tan sólo a Allen.

Bell era una buena persona, realmente lo creía, un hombre de valores familiares, un poco gruñón y algo pedante a la hora de hablarle. Pero cuando nada de eso estaba, quedaba un joven bondadoso con tantas cualidades positivas que no parecía tener nada malo. Bueno, aunque no sabía si tener la cara sucia todo el tiempo era un aspecto malo, pensar constantemente en su rostro lo dejaba en una contradicción de la que no podía salir tan fácil.

Wellington. [LGBT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora