Capítulo 40

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Wellington se levantó con la misma sonrisa que tenía el día anterior cuando besó por primera vez a Allen, su felicidad era indescriptible y duradera. Durante todos esos años jamás había sido besado de esa manera, era doloroso admitir que extrañaba besar, fueron tres años y luego llegó él; su querido Allen a salvarle la vida.

Por su parte también debía admitir que le costó alejarse de Bell después de besarlo, ya que él se tenía que ir con urgencia y Wellington lo retenía constantemente. Ambos quedaron en encontrarse esa mañana, mucho más temprano que otros días por el trabajo de Allen. Collins no le importaba levantarse en la madrugada si se trataba de verlo, podría pasar toda la noche despierto por él, y eso claramente ya lo había experimentado.

Ese glorioso beso se repetía en su mente una y otra vez, generando la sensación cómo si estuviera ahí besándole. Y contaba los minutos para estar a su lado, poder besar sus labios con más ganas que antes, porque en ese momento no había otra cosa que quisiera. Wellington se sentía que saltaba entre nubes, suspirando enamorado, flotando a todo momento a pocos centímetros del suelo cómo si la gravedad hubiera descendido un poco, y él pudiera avanzar a un paso que lo hacia flotar.

Esa misma mañana tenía pensado en entregarle las cartas que le había escrito, realmente quería saber que opinaba de sus sentimientos hechos palabras. El estómago de Wellington revoloteaba con millones de mariposas, pensando que pronto lo vería y reafirmaría su amor. Al momento que Collins salió de su habitación en una vestimenta para ir a cazar junto a su rifle, escuchó el suave llanto proveniente de la habitación principal donde yacía Johnson descansando.

Wellington arrugo sus tupidas cejas mientras se acercaba a la puerta entreabierta, sosteniendo el arma por la tira que tenía de extremo a extremo. Ni siquiera se digno a tocar, sólo entró sin decir absolutamente y notó cómo el empleado limpiaba rápidamente sus lágrimas.

—Disculpe señor Johnson —habló Collins.

—Descuide, yo ya me tengo que ir —informó Sloar levantándose de la cama matrimonial a toda prisa, buscando sus zapatos esparcidos en el suelo. Seguía con la misma ropa desde hace dos días, y no lo veía correcto abusar de tanto hospitalidad por parte de la señora Eleonor.

—Pero... ¿Ya se siente mejor? —inquirió Wellington inseguro.

—Sí, por supuesto —contestó Johnson seguro de lo que decía.

—¿Mañana va a venir?

—No, no voy a volver —contestó mientras abotonaba su chaleco.

—¡¿Cómo puede decir eso?! Usted me ha cuidado desde niño, a todos nosotros —recordó Collins sorprendido por la repentina decisión del empleado.

—Lo sé, y les tengo un gran cariño pero... Después de todo soy un hombre como usted y necesito una vida —contó Johnson arreglando su cabello canoso hacia atrás y carraspeando la garganta.

Wellington se quedó mirando en silencio al Sloar, quién arreglaba el desorden de la cama y sacudía algún posible polvo.

—Señor Johnson, ¿que hace fuera de la cama? —preguntó Thomas adentrándose a la habitación con un rostro extrañado.

—Yo me tengo que ir —anunció Collins—. Iré a cazar —añadió apretando los labios.

—Es muy temprano, ¿no crees? —Thomas alzó las cejas mientras colocaba sus manos detrás de la espalda.

—Lo sé, me gusta ir temprano —excusó Wellington saliendo de la habitación lo más rápido posible, no se despidió de ninguno de los dos al momento de cruzar el umbral.

—¿Y usted que hace fuera de la cama? Recuerde lo que el doctor dijo —Thomas se acercó al escritorio y movió el florero de margaritas para que el sol no les diera, tan sólo para molestar a Sloar.

Wellington. [LGBT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora