Capítulo 24

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Tres días y medio habían pasado desde que Wellington se quedó en la casa de Brigham para "vigilar" a su esposa Clarice. A esas alturas sabía muy bien las intenciones de su hermano, ya que la señorita Brown pasó la mayor parte del tiempo fastidiando. Esos días fueron un completo martirio, y pensando en Allen no ayudaba mucho, lo extrañaba de una manera diferente a cualquier otra persona. Ni a sus padres extrañaba, por más increíble que sonara.

Sobre todo añoraba volver al pueblo, ir a pescar o andar a caballo a pesar que Franz siempre lo dejara botado. Quería hablar con Bell y cerciorarse de que su mirada seguía siendo la misma, aquellos ojos que tanto echaba de menos. Se sentía desesperado metido en esa habitación, miraba la ventana en espera de su hermano moviendo los pies ansioso.

Traía puesto su camisa de lino sin botones y de cuello alto, tirantes marrones, abrigo abierto negro, pantalón de cuadros café y botines de cuero negros. Su maleta ya estaba empacada, lista en la cama para salir casi que corriendo de la casa. Por las tardes las amigas de las hermanas Brown llegaban a la casa tomar té, charlaban alegres entre risas irritablemente escandalosas, las podía oír cómo si estuvieran en su propia habitación.

Durante la noche, Wellington no dormía del todo, mantenía una vela encendida en la mesita de noche, leía una y otra vez la Carta que le escribió a Allen. Verificaba que más le faltaba para poder expresar mejor sus sentimientos, aunque en su mente volvía a la misma conclusión: lo extrañaba. Se maldecía por ello y la desesperación lo acogía durante la noche, trataba de calmar sus ansias leyendo el libro de poemas, pero cada uno de ellos le recordaba a Bell.

Todo lo que tenía que ver con el amor le recordaba al contrario, Allen le hacia recordar el amor que tanto detestaba. Entre más poemas leía más se amargaba la vida juzgando las "falsas" palabras de cariño, y ese tipo de párrafos lo envolvían en un trance donde Allen era el protagonista de tantos poemas.

Y seguía leyendo pero la rabia estaba presente, Bell parecía no querer salir de su mente. Si lograba contarle tales cosas a él, probablemente se reiría y diría que es un ridículo, ahora creía que si podía ser esa persona. ¿Si hubiera hecho ese viaje con Allen?, tal vez la situación hubiera sido distinta y no sentiría que algo le faltaba en la vida.

Cada vez que Caroline Brown hacia o decía algo, la comparaba con las acciones que haría Bell normalmente. «Él jamás se reiría de mis tontos chistes, nunca se intimidaría ante mi rostro cómo lo hace ella, siempre me diría las cosas con la mayor sinceridad y se pondría tiernamente irritable» analizaba Wellington durante las charlas de Brown y sus infinitas cualidades con el bordado.

Ahora las acciones y palabras de Allen eran mucho más valiosas para él, verlo siendo el mismo era una de las mejores cosas durante el día. Ver a esa inconfundible persona comentando sus pensamientos sin dejar de hablar, y ser respetuoso cuando se debía, hacia añorarlo más. Le gustaba imaginar su pequeño encuentro, donde se dieran la mano con felicidad más que visible en el rostro y charlaran largas horas acostados sobre el césped frente al arroyo. Una imagen bastante pacífica, tanto así que lo hizo suspirar en nostálgico.

Por momentos creyó que su corazón dormía sin llegar a sentir nada, pero ahora, recordando los pequeños momentos al lado de Bell, ese órgano palpitante volvía a despertar más vivo que hace tres años. Se sentía más hambriento en un anhelo por tenerlo a su lado, admirar su rostro en cualquier estado donde siempre le seguía pareciendo lindo. En su idílico estado no podía negar que el rostro de Allen era lindo, realmente lo era.

Sus cejas delgadas quedaban perfectas en aquel ovalado rostro, esos ojos redondos brillantes cómo faros guiando a un barco sobre la oscuridad, esas frías mejillas que ardían en color carmesí pálido a causa del cambio climático constante. Su pequeño lunar en una sutil salpicadura debajo del ojo y cerca del pómulo, allí parecía haber algún tipo de efecto en él y sus labios parecieran que adquirían vida propia, moviéndolos en el aleteo de una golondrina en la ciega búsqueda de ese curioso lunar.

Wellington. [LGBT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora