Capítulo 39

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Allen no durmió durante toda la noche pensando en la confesión de Wellington y el coraje que tuvo para decir que lo amaba. Mentiría si dijera que no estaba contento, más que contento, se sentía saltando en nubes por el cielo con una inquebrantable sonrisa enamorada. Por fin logró confirmar que los sentimientos de Collins eran iguales a los suyos, su corazón no dejaba de palpitar casi de una manera dolorosa.

Y otra parte de él no podía dejar de sentir miedo por ambos, por el amor que se tenían, las consecuencias que eso podría traer. Aunque, normalmente nadie tenía que enterarse si eran muy discretos. Allen quiso devolver el tiempo unas horas antes para poder corresponder a la hermosa declaración de Wellington, lo anhelaba, le habría encantado poder besarlo en ese momento. Su mente no pudo procesar tales palabras, más que cualquier otra cosa sentía miedo, recordando constantemente las palabras de su padre y los horribles castigos que les daban a ese tipo de personas.

También estaba Katherine, su fiel compañera y con la que se casaría dentro de poco, ella no era un impedimento para que Bell dejara de amar a Wellington. A pesar de eso, la culpa lo carcomía sin piedad alguna, le dolía el alma verla a los ojos y sonreírle en aprobación a cualquier cosa que dijera. En su mente seguía Collins, sus ojos mirándole con desesperación ante una respuesta después de su confesión, pudo notar que él se encontraba sumamente nervioso.

Seguía admirando ese valor de Wellington, porque él jamás habría hecho eso y hubiera muerto con el secreto de su amor. Esa mañana Allen se levantó muy temprano pero no salió de la cama, no quería salir de su habitación, tan sólo quería pensar en el amor. ¿Por qué él no era tan valiente cómo Collins? Quisiera poder buscarlo, ir hasta su casa cómo él fue hasta su trabajo y decirle que lo amaba, que siempre lo quiso, probablemente desde el inicio.

Pero jamás tendría las agallas de cometer esos actos, sabía que nunca iría a la casa de los Collins para corresponder a sus sentimientos que eran mutuos. Allen hundió la cara contra la almohada con furia, sintiéndose un verdadero cobarde.

«De antemano sabe la angustia que siento al no tenerlo a mi lado, lo mucho que lo extraño y lo poco que duermo pensando en usted.» recordó Bell en una leve sonrisa, soltando un suspiro al final. Durante sus veintiséis años de vida, nadie le había dicho esa clase de cosas con tanto amor en los ojos y la forma de hablar. Wellington lo miró con tanta ternura que lo hizo sonrojarse sin decir absolutamente nada, su mirada tenía tanto poder sobre él que tenía miedo.

Allen ahora estaba profundamente arrepentido y más enamorado que ayer o antier, mucho más que cualquier otro día. Lo amaba más a cada segundo, y si no hubiera sido por el miedo que tenía en ese momento lo habría besado con las ganas que su alma acumulaba. Realmente quería besarlo, ahora ni siquiera se atrevía a besar a su prometida ya que sentía que su boca le pertenecía a Wellington.

-Cariño, ¿no vas a trabajar? -preguntó Anne-Marie sin entrar a la habitación de su hijo.

-No lo creo madre, me siento indispuesto esta mañana -contestó Allen soltando una tos forzada que le ardió en la garganta.

-¿Y te sientes muy mal? -Anne-Marie tomó el pomo y abrió un poco para apenas asomar la cabeza.

-No mucho, pero la tos... -Bell volvió a toser, tapando su boca con la mano derecha mientras se volvía a cubrir con las sábanas-esta muy fuerte -finalizó con la voz debilitada.

-Oh mi Allen, te haré algo para tu malestar y verás que pronto te sentirás bien -aseguró Anne dándole una suave sonrisa a su hijo.

-Gracias mamá -Bell le devolvió la sonrisa, tratando de poner el rostro más lúgubre sobre la tierra. Anne-Marie hizo una mueca de lastima mientras se alejaba de la puerta dejándola entreabierta; Allen soltó una aliviador suspiro desinflando las mejillas.

Wellington. [LGBT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora