La noche era gélida y Allen había terminado de trabajar, las luces de las farolas fueron encendidas al momento que salió del lugar con el rostro sucio y cansado. Llevaba un abrigo negro descosido en los bordes, pantalón del mismo color, camisa amarillenta, chaleco verde oscuro, saco café y boina del mismo color. Mike se fue junto a Georges Peterson a la cantina más cercana, el anciano Pet se dirigió a su hogar a paso lento.
Bell se despidió cordialmente de sus amigos y caminó por las calles transitadas, no pasaría por su casa primero, iría de una vez a la casa de Collins. No sabía cómo explicarlo, pero sentía un extraño nerviosismo cada vez que iba a su hogar y lo veía, sus manos temblaban. Su corazón latía a cada momento cuando pensaba en Wellington, tampoco era tonto para no percatarse de la peligrosa cercanía de hace tres días, lo recordaba perfectamente y ese recuerdo lo mataba.
¿Acaso se hubieran besado?, Allen quería no volver a pensar en esas cosas, Collins era su amigo y nada más. Pero la insistencia de su mente terca sobre un posible beso, no se iba, creía firmemente que si la rana que interrumpió el momento no hubiera estado, se hubieran besado. Tan sólo pensar en esa imagen de ellos dos besando, hacia que un escalofrío se instalara en su nuca, que ni siquiera el horrible frío de la noche le generó.
Si pensaba más detenidamente su situación, tal vez las cosas sean lógicas. Wellington es un hombre muy guapo y de aspecto serio, prepotente, pero con una maravillosa sonrisa que le hacia olvidar cualquier cosa negativa de su vida. Tenía un don a la hora de hablar, ya que sus palabras eran tan distintas a todas las demás, las decía con tanta pasión y seguridad.
Bell amaba su voz, era suave y a la vez gutural, en momentos podía ser grave y generaba ese miedo en las personas. Aunque para Allen era algo magnífico, sobre todo cuando le decía cualquier tontería en susurros donde su voz se remarcaba más, no era común sentir el cosquilleo en su estómago después de escucharlo.
A esas alturas nada de lo que pensaba Bell era común o normal, más no podía detener sus sentimientos y pensamientos. Collins era causante de tantas sensaciones, de los extraños desvelos nocturnos, sobre todo de ese corazón que no dejaba de latir errático por él. Allen no quería seguir pensando en un posible beso, tenía que sacarlo de su mente y pensar que besaba a Kate, su querida prometida que tanto lo quería. Pero cuando pensaba en ella siendo besada por él, no sentía nada, era cómo el agua calma en el centro del mar sin emoción alguna.
Mientras tanto, cuando volvía a Wellington, parecía que ese mar se convertían en olas salvajes, en un río o en catarata. Era casi cómo estar frente a tantas sensaciones, sentirlas todas pero no poder distinguir una de la otra. Todo era tan confuso en su mente, ni siquiera trabajaba igual de rápido que los demás empacadores por estar pensando mucho en Collins.
Allen iba a la mitad de su camino cuando se distrajo con una pareja de enamorados tomados de la mano, no pudo evitar pensar en Wellington y que tal vez muy pronto se vería en tal posición. Él ya le había dicho que pensaba en el amor cómo algo tonto, pero no sabía que tipo de pretendientas tendrá. Un tenue enojo golpeó su corazón al pensar en una linda dama yendo detrás de Wellington, con una sonrisa tan falsa y modales extremos.
El frío le calaba hasta los huesos y no paraba de temblar conforme se acercaba a la casa. Tenía los brazos cruzados para poder entrar en calor mientras encorvaba la espalda, y caminaba a pequeños pasos acelerados. El humo caliente de sus pulmones lo exhalaba por sus labios pálidos y fríos.
«Este frío del demonio» gruño Bell internamente, pisando las piedras del camino que daba a la entrada. Siguió avanzando a un paso más rápido y se detuvo tras notar cómo la puerta fue abierta bruscamente, dejando salir a Wellington. Él bajo los escalones a toda prisa y se acercó con la respiración agitada, a Bell ni siquiera le dio tiempo de pensar cuando sintió los tibios labios del contrario contra los suyos.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...