Capítulo 37

119 11 2
                                    

Esa mañana de un cálido domingo, Wellington yacía terminando de envolver la carta que enviaría a Allen para verse esa tarde a una hora específica. El buen humor abundaba en él y su forma de escribirle, ponía todo su corazón en cada párrafo. Creía que no lograría soportar otro mes sin decirle la verdad a Bell, ni siquiera dormía por las noches pensándolo, anhelando sus abrazos y besos. Cerraba los ojos, lo veía en los sueños, despertaba con la fría sensación de haber sido tocado por él.

Trataba de distraerse en cualquier cosa, tocaba el piano la mayor parte del día, se metía en la biblioteca largas horas. Todo lo que leía parecía extraído de su corazón directamente para Allen, todo parecía nacer de él. El fino sonido del piano, el cantar melodioso de un ave, las risas ajenas le recordaban a él, los poemas hablaban sobre él y Wellington se moría en constantes suspiros.

El silencio de sus sentimientos eran peor castigo que cualquier tortura, y seguía torturándose ya que todos los domingos se veían. Incluso pensaba que era el hombre más masoquista sobre la tierra, el dolor ardiente de tener al amor de su vida a tan sólo centímetros y no poder hacer nada; eso era el verdadero infierno. Wellington vivía en su infierno todos los días cuando dormía en la cama donde su amor no habitaba, el calvario estaba presente cada madrugada cuándo despertaba y lo pensaba hasta quedarse nuevamente dormido.

Sus padres eran conscientes del insomnio que sufría a diario, Collins tenía muchas excusas y ellos le creían. Lo veía en los sueños que llegaban a sentirse tan lúcidos, maravillosas fantasías donde ellos ya se amaban y vivían una vida plena, allí podía abrazarlo, decirle lo que jamás se a atrevido a confesarle en persona.

¿Que podía hacer con tanto amor acumulado? Ese sentimiento que le regalaba una energía suficiente para recorrer caminando todo Abbotsbury, lo único que podía hacer era callar y esperar, no sabía que esperaba pero eso era lo único que lograba hacer al respecto. Tenía el presentimiento que Allen sabía lo que él sentía, pero lo ignoraba, lo termino de confirmar el domingo anterior cuando intento confesarse y Bell lo calló.

Lo pudo ver en sus ojos que erradiaban miedo, él tenía miedo. Y Collins entendió que Allen no quería saber nada de ese amor, más no podía callar su corazón que latía por una sola persona. Puede que Bell le tenga miedo afrontar la verdad, lo entendía, sin embargo cada día que pasaba ese amor lo enfermaba más.

Wellington salió de su hogar bastante temprano, localizó a Neil montando el caballo blanco de su padre y cuando notó la presencia de Collins a lo lejos; supo lo que tenía que hacer. Andrews se bajó rápidamente del caballo y corrió hasta donde estaba su jefe aun en pijama.

—Buenos días señor Collins —saludó Neil sonriente.

—Buenos días —respondió Wellington apretando la carta entre sus manos nerviosas. Esa mañana el sol era suave y el viento matizaba el calor que pronto se pondría más intenso. Las rosas, margaritas y tulipanes eran bañas de luz dorada, moviéndose al compás del viento que las hacia danzar. Por unos segundos, Wellington pensó en cortar algunas flores y llevarle un presente a Allen.

—¿Tendré que ir otra vez al correo? —preguntó Andrews con anticipación al ver que su jefe no decía nada.

—Por supuesto, ya sabe lo que tiene que hacer, completamente discreto —Collins extendió la carta anónima y Neil la agarró rápidamente, guardándola en el bolsillo de su pantalón.

—Sabe que puede confiar en mi —reafirmó Andrews con seriedad.

—Tenga —Wellington le entregó un billete de cincuenta libras hecho rollo.

—¡Gracias señor Collins! —el rostro de Neil se iluminó—. Ya mismo iré al correo.

Wellington sólo asintió en silencio, Andrews se alejó del lugar dejando al caballo de Thomas atado a un arbusto redondo. Collins entró a su hogar notando a su madre ya despierta, caminando por el pasillo hasta la cocina.

Wellington. [LGBT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora