Era domingo, uno muy soleado y Wellington yacía frente al piano sin tocar una sola nota, mirando fijo las teclas del instrumento. Se había levantado de buen humor esa mañana al igual que el día anterior, gracias al encuentro con Allen Bell. No podía dejar de pensarlo, la razón de su humor era él, la razón de su insomnio era él, todos sus pensamientos se dirigían a él. Los recuerdos de ese momento volvían una y otra vez con insistencia, no podía dejarlo ir.
Un temblor parecido a una persona tomada por fiebre lo invadía cada vez que recordaba la cercanía de ambos, la respiración ajena sobre la suya, mezclándose en un calor que lo dejaba mareado. Collins soltó un suspiro agobiado, pasó sus manos por el rostro caliente y volteó su rostro a la ventana alta donde el sol entraba iluminando el salón.
Que hubiera pasado si tan solo aquella rana no se entrometiera?, tal vez... No, Wellington ni siquiera quería pensar en la posibilidad de besarlo.
Collins se levantó del taburete a toda prisa, sofocado ante la simple idea de tan solo haberlo besado, rozar sus labios con los suyos. No podía pensar en esa posibilidad, era una completa aberración y ante los ojos de Dios todo estaba mal.
Pero la necesidad seguía ahí, ese deseo inconsciente de querer probar sus labios, era una tortura imaginarlo pero a la vez era casi experimentar la gloria de un milagro traído por Dios. Caminaba en círculos alrededor del piano, en su bolsillo izquierdo estaba la carta que la noche anterior le había escrito para la señorita Brown, y no era de exagerar cuando decía lo mucho que le costo escribir esa carta.
Una y otra vez la imagen de aquellos finos labios volvían a su mente, podía detallar las pequeñas grietas sobre el labio inferior y la resequedad de ellos. ¿Acaso no había sido besado correctamente?, ¿su prometida no lo besaba seguido?
Era claro que a él no le tendría que importar tales problemas privados y ajenos, al mismo tiempo sus labios hormigueaban en un beso que jamás sucedió. No quería pensar, no necesitaba besar a alguien para estar tranquilo, quizás si lo quería pero no a cualquier persona.
Allen era dueño de sus pensamientos, una tortura diaria donde Collins anteriormente se había burlado de él en una manera muy cruel, lo había hecho menos. Ahora ese era su castigo, pensar en él y no poder dormir por él. ¿Que diría su familia si le contaba esa extraña necesidad de besarlo?, imaginaba la cara de Brigham llena de horror.
Wellington se dejó caer nuevamente en el taburete sin cuidado, pasó la yema de sus dedos por los labios, imaginando cómo hubiera sido el beso. Era obvio que si cedería ante tal arranque lleno de un impulso ajeno a él, lo besaría cómo jamás habría besado a nadie en la vida. Y Allen sería el causante de su muerte instantánea, porque aquellos labios le hubieran arrancado el alma de un suspiro impregnado en el beso.
«Necesito dejar de pensar en él» se pidió Wellington con seguridad. A nadie podía engañar con su disciplina falsa y la forma de tomar decisiones, jamás fue bueno engañándose así mismo. No dejaba pasar por alto los labios de Allen, parecía que tan sólo recordaba eso, no había una imagen clara de él, sólo una vista borrosa donde el protagonista era su boca.
Pensaba constantemente en lo que hubiera pasado si tan sólo esa rana no se hubiera entrometido. Era claro que su cuerpo hablaba por sí sólo, el temblor de su boca detonaba las ansias por sucumbir a un beso, pero no con cualquier persona, él deseaba besar a Allen. Collins se tapó el rostro con las manos tratando de no seguir imaginando esa situación que los pondría en peligro a ambos.
A pesar de todas sus creencias, prejuicios y prohibiciones, Wellington sabía muy bien lo que quería. Deseaba haberlo besado.
-Basta, basta -susurró Collins agarrando con fuerza su cabello. Rápidamente bajó su mano hasta el saco gris oscuro donde tenía la carta, pretendía pensar en otras cosas, apagaría ese deseo que lo volvía loco y se concentraría en la disculpa que le tenía que dar a Heloise.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...