Allen llegó con Anne-Marie a la casa, Gregory les estaba esperando en el sofá con una mirada molestaba.
—¿Ya vieron a las horas que están llegando? —cuestionó el señor Bell levantándose de su lugar para encarar a su esposa e hijo. Anne suspiro ante la discusión que le podría esperar.
—Mamá salió tarde, incluso le tuve que ayudar en su trabajo para que terminara más rápido —explicó Allen desplomándose en el sofá y tirando la boina a un lado. Gregory cerro los ojos y disipo su enojo al comprender el arduo trabajo de su esposa.
—Bueno, eso es comprensible —el señor Bell se acercó al joven y estiró su mano para revolver su cabello—. Gracias por ayudarle —le sonrió.
—De nada padre —contestó Allen con sinceridad. Gregory volteó su mirada a Anne-Marie.
—¿Y cómo te fue en el trabajo querida? —inquirió el señor Bell.
—Todo estuvo muy bien —contestó Anne mientras se despojaba de los zapatos de tela que le apretaban en los dedos.
Allen se levantó del sofá y caminó hasta la cocina, donde tomó la cubeta de madera con agua hasta la mitad, que se encontraba debajo de la mesa. Con sus manos salpicó de agua su cara y se limpió lo más posible.
—Tu madre me contó la discusión que tuviste con el hijo de la señora Collins —comentó Gregory entrando a la cocina—. Debo admitir que tuviste mucho valor por quedarte callado.
—¡Dios mío!, no me recuerdes eso. Él es un...—se detuvo al salpicarse nuevamente el rostro, y dio la vuelta para encarar a su padre—. Es un engreído, maleducado e irrespetuoso, me hecho una muy "sutil" indirecta sobre que le podría robar sus preciados libros. Es que padre, si tu le conocieras, apoyarías mi forma de pensar.
Gregory curvó los labios pensado por unos segundos ante la ira que Allen manejaba. El joven Bell secó su rostro con un pañuelo blanco que estaba colgado en un clavo de la pared, y volteó para mirar a su padre.
—Ay hijo, te dije que no le tomaras tanta importancia a ese hombre, solamente ignóralo cuando lo veas. Sé que te cuesta mantener la boca cerrada, pero de esa manera, podrás lidiar mejor con todo ese asunto —fue el mejor consejo que Gregory le pudo haber dado a su hijo. Allen desinfló las mejillas en una pesada exhalación, en forma de rendición.
—Eso trataré padre, pero me resulta muy difícil cada vez que hace esos comentarios.
—¿Y no dijo nada sobre tu madre?
—No, para nada. Ni siquiera volteó a mirarle —respondió Allen, entendiendo enseguida lo mucho que el señor Bell se preocupaba por el bienestar de Anne-Marie. Creía que eso lo convertía en el mejor esposo y en el mejor padre.
Momento después de terminar la limpieza de la casa, los señores Bell se fueron a su respectiva habitación entre bostezos. Allen se quedó en la cocina barriendo el polvo de harina que ese día de trabajo había dejado, así no hacerlo en la mañana y poder ocuparse de la ropa sucia. Al terminar de lavar los utensilios en la entrada de la puerta trasera, con una vela sobre el escalón y el frío de la noche pegándole en la cara, apagó todas las velas.
Caminó hasta su habitación con la misma vela pegada a un pequeño plato de metal, cerró la puerta y dejó la única luz sobre el suelo. Se colocó el camisón, corrió las cobijas verdes musgo y se agachó dándole un rápido soplido a la vela.
A la mañana siguiente, Allen se levantó temprano cómo era de costumbre. Gregory empezó su labor en la madrugada, preparando la harina en diferentes recipientes para diferentes estilos de pan. Allen rascó sus ojos al momento que se colocaba uno de los dos pares de zapatos de tela, se acomodó el camisón amarillento antes de tomar su ropa sucia sobre una silla de madera con soporte de paja.
ESTÁS LEYENDO
Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...