Un lunes bastante soleado y normal para todos, excepto para Allen. Era el peor día de todos ya que se encontraba postrado en su cama en convalecencia, y todo gracias a su terquedad por salir bajo la lluvia la tarde del domingo. Wellington le había insistido que no se fuera de esa manera y que esperara que pasara, sin embargo él no prefirió arriesgar por toparse con los padres de Collins.
Esa mañana tenía mucho trabajo pendiente, no pudo cumplir ninguno de ellos tras la fuerte fiebre y tos que lo tenían debilitado. Le preocupaba mucho su empleo, sabía que varias veces Clement le llamó la atención, incluso el supervisor directamente. Lo que menos quería era perder el empleo en esos momentos. Y ahora se encontraba acostado en su cama, ni siquiera logró cambiarse, seguía en su camisón con las sábanas a la altura del torso.
La almohada estaba mojado por el sudor que desprendía de su cabello y nuca, tenía los labios secos en un tono pálido y las mejillas rojas que las sentía quemarse gracias a la fiebre. Allen podía jurar que durante toda su vida, jamás se había sentido tan débil, la tos incesante hacia a su pecho doler. Anne-Marie no tenía los ánimos para ir a su trabajo, quería cuidar a su hijo que lo necesitaba, pero Gregory le insistió en ir diciéndole que él se encargaría del cuidado de Brooks.
—Cariño, ya me tengo que ir a trabajar —susurró Anne con voz dulce, mientras quitaba los mechones húmedos de la frente de Bell.
—Cuídate madre, tranquila, yo voy a estar bien —aseguró Allen carraspeando las flemas de su garganta.
—Tu papá se va a encargar de ti —Anne le dio un rápido beso en la mejilla, y la puerta principal fue golpeada varias veces con insistencia.
—¡Ya voy, ya voy! —gritó Gregory desde la cocina, tirando el sartén sobre la mesa del comedor—. ¿Quién demonios toca de esa manera? —abrió la puerta, dejando ver a los chicos sonrientes.
—Hola señor Bell —saludó Marianne alzando la mano.
—Señor Bell... ¿Allen está en casa? —inquirió Johannes detrás de Joseph y Bobby, dando pequeños saltos para poder divisar a Gregory.
—¿Para qué lo quieren? —preguntó Gregory malhumorado.
—Queríamos hablar con él —respondió Joseph apresurado, desvío su mirada a Johannes que no paraba de saltar cómo resorte y lo jaló del brazo con fuerza.
—¡Auch! Eso dolió —se quejó.
—Vean niños, mi pobre hijo que recibió un golpe de ese imbécil para ayudarles, ahorita se encuentra muy enfermo. ¡Váyanse de aquí! —rechistó Gregory en un grito furioso que hizo a los jovenes parpadear.
—Mejor vámonos —bufó Marianne tomando la mano de Bobby. Los chicos dieron media vuelta sin antes darle una arisca mirada a Gregory, y él no hizo más que poner los ojos en blanco sin mayor importancia.
Cuando el señor Bell estuvo a punto de cerrar la puerta, una rápida idea cruzó por su mente. Y la volvió abrir en un movimiento rápido, bajando los primeros escalones.
—¡Oigan chicos! —los llamó. Joseph volteó a verlo disgustado—. ¡Vengan! —los cuatro se miraron por varios segundos y accedieron con desconfianza.
—¿Qué quiere, eh? —replicó Bob levantando los brazos y parándose delante de sus amigos.
—Cállate Bobby —ordenó Joseph.
—No trates hacerte el valiente —pidió Gregory apoyándose contra el umbral de la puerta. Anne salió de la habitación de Allen, metiéndose rápidamente en la conversación.
—¡Hola chicos! —saludó Anne-Marie sonriente.
—Hola señora Bell —respondieron todos al unísono en un tono dudosamente respetuoso para Gregory, quién sólo entre cerró los ojos.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...