Capítulo 12

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El sol salía detrás de las colinas calentando el césped húmedo por la lluvia de la madrugada, y el frío que todavía se sentía en el aire. Wellington tuvo que pedirle a la señora Bell que encendiera la chimenea desde muy temprano a causa del clima. Esa mañana Thomas se levantó de mal humor, casi que rechistando cada respuesta entre dientes. Eleonor prefirió darle un respiro a su esposo y no hablo con él durante las primeros minutos después de levantarse.

Thomas bajó a la sala con su bata de dormir mientras peinaba su bigote, se acomodó en el sofá y agarró el periódico que Johnson siempre dejaba en la mesita para él. Wellington yacía en la biblioteca leyendo un libro sobre biología, llevaba una vestimenta casual que consistía en: una camisa blanca de lino de cuello alto, pañuelo marrón en un nudo simple, chaleco gris oscuro, saco en un tono más claro, pantalón holgado recto y zapatos de cuero negros.

Se tomó la molestia de desayunar antes de que sus padres se levantaran, ahora que eran mayores y no se preocupaban sobre los ingresos económicos, podían dormir todas las horas que quisieran. Thomas tenía una buena pensión gracias a su participación en el ejército por largos años, sumando el bono que le llegaba de ex-presidente del banco en Londres.

Y por un momento Wellington se sintió inútil, su padre había hecho tantas cosas y él se retiró del ejército por no poder olvidar a su viejo amor. Collins estaba sumergido en sus pensamientos, leía los párrafos detenidamente para entender, volvía a leer pero su cabeza no parecía captar, cómo si lo que estuviera leyendo se encontrara en otro idioma incomprensible.

Cerró el libro de golpe, un eco que se escuchó en toda la biblioteca y suspiro con pesadez, apretando con el dedo pulgar e índice la parte vacía entre sus cejas donde iniciaba el cartílago de su nariz recta. Dejó caer el libro al suelo sin importancia, varios de ellos estaban ahí tirados, algunos sobre la repisa de la venta blanca en forma de arco.

Ese tormento con el rostro de la mujer que amó con locura lo perseguía constante, realmente quería olvidar, pero su terco corazón no obedecía. Tal vez se debía a que su órgano palpitante no era el mismo que antes, no parecía sentir nada por nadie, todo era tan superficial. No veía el sentido en la vida que Dios le brindó, no sabía que hacer, no tenía un plan contundente después de que sus padres murieran.

Al final moriría solo en aquella casa, anciano y sin amor o un corazón que latiera cómo antiguamente lo hizo.  Tres ños era mucho para un hombre, aquel que necesitaba un tipo de dulzura, pero él parecía no sentir nada. O eso quería pretender, era mejor cerrar su corazón antes de volver a ser lastimado.

—Hijo... —Thomas asomó la cabeza en el umbral de las puertas.

—Pasa papá, ¿que sucede? —Wellington se levantó del sofá individual, acomodando su saco gris. Thomas entró a la biblioteca esquivando varios libros tirados en el suelo hasta llegar al sofá, donde apoyo la palma de la mano contra el espaldar.

—Ayer me diste la carta... ¿la leíste? —Thomas le miró con el ceño fruncido.

—No, para nada. Yo sólo te la envié con Johnson —respondió Wellington en negación, empezando a caminar alrededor de la mesita de café con un florero en el centro.

—Colette fue la que escribió, y me dijo que su esposo estaba pasando dificultades económicas por la relojería en donde trabaja, al parecer el dueño sufrió de un robo y ahora parece que pueden quebrar. En la misma carta dice que fue una cantidad considerable...

—Te pide ayuda económica —supuso Wellington acariciando los pétalos de las rosas rojas sin mirar a su padre.

—Efectivamente —suspiró Thomas ensanchando el pecho y exhalando—. Lo que me molesta es que... Richard no habla conmigo directamente, tiene que decirle a mi hija que me escriba una carta.

Wellington. [LGBT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora