Allen miraba constantemente el reloj de madera con números romanos colgado en la pared central de W&W. Era una tortura la espera de los últimos minutos antes de salir. El *arrebol brillante de la tarde le indicaba que pronto el sol descendería lento, dándole la bienvenida al frío, la oscuridad, estrellas y luna.
—Joseph no vino a trabajar, es increíble lo vagos que los jóvenes se han vuelto ahora —comentó Peter el anciano mientras doblaba la suave seda en cuadros.
—Probablemente tuvo algún tipo de inconvenientes —defendió Allen pasando el dorso de su mano por la frente húmeda de sudor. Pet sólo chasqueó los dientes sin darle importancia a las excusas del contrario.
—¿No sabe cómo le fue a Mike, con el asunto de su hermana? —cuestionó Bell sacudiendo la tela de lino.
—Ahg, por ahí me dijeron que Mike casi mata a golpes al noviecillo de la hermana, ese hombre salió huyendo del pueblo.
—¿Y la hermana, que pasó con ella?
—Niño, no me pregunte tanto. Si quiere saber lo que paso, pregúntele a Michael —indicó Peter cansado de charlar sobre temas que no le importaban, odiaba hablar durante el trabajo.
Bell siguió con la próxima tela, la seda color morado, tan suave y delicada. Recordó el pañuelo que pertenecía a Collins y olvidó en su hogar, ahora verlo cada día durante la noche era una alegría. Empezaron algo semejante a una amistad, ambos se hablaban cordialmente y platicaban sobre cosas del momento. Conversaciones cortas que contenían largos silencios, miradas anhelantes, sonrisas que podían decir aquello de lo que jamás hablarían.
Allen quería poder quedarse más tiempo al lado de Collins, conversar toda la noche hasta que ya no hubiera ningún tema que sacar a relucir. Y en ocasiones deseaba que su madre no saliera de la cocina en ningún momento, cada vez que lo hacia, ambos cambiaban el semblante a uno serio.
—¡Señor Bell, señor Bell! —lo llamaron a lo lejos, varios de los trabajadores de la última sección voltearon para mirar de quien era el autor de tal escándalo. Allen giró el rostro y notó el cabello greñudo de la joven Marianne—. Señor Bell —exhaló la chica cansada.
—Marianne, ¿cómo entró? —preguntó Allen en un susurro, mirando hacia los lados y sin captar la presencia del supervisor.
—Sólo me escabullí entre los empleados —Marianne llevó la mano a su pecho para tratar de tranquilizar la respiración.
—Lo entiendo, pero... ¿que sucedió?
—Es que... Joseph, el señor Jackson le pidió a Joseph que arreglara un agujero que tiene en el techo y él se subió pero se cayó, le duele mucho el pie y Jackson nos hecho la culpa por no vigilarlo —contó la chica de manera apresurada sin pausar.
—Ya casi es hora de salir, ¿ya están todas las telas? —preguntó la mano derecha del supervisor, un hombre grueso y de barba tupida con un aspecto sudoroso.
—Es lo último señor —contestó Pet seguro.
—¿Y esta niña? —inquirió el hombre de barba señalando a Marianne.
—Ella ya se va señor Clement —respondió Allen dándole una palmada en la espalda a la chica.
—¡Saben muy bien que no se admiten visitas al trabajo! —recordó Clement tomando del antebrazo a Marianne—. Fuera de aquí niña —la empujó hacia adelante.
—¡Espéreme afuera! —Bell alzó la voz entre las máquinas hileras que no paraban de trabajar, Marianne volteó a mirarle y asintió mientras caminaba hasta la salida con la visión del señor Clement sobre ella.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...