Aquella tarde Wellington caminaba por el jardín mientras los trabajadores podaban el césped, arreglaban los rosales y cortaban las marchitas margaritas. Vestía una camisa blanca de lino holgada en las mangas, un chaleco negro abotonado, no portaba saco gracias a el calor intenso de la tarde, pantalón negro recto a la altura de sus tobillos, zapatos de cuero negros que se abotonaban a los tobillos con hebillas doradas. En el cabello que mantenía bien peinado hacia atrás, y en sus manos los guantes que habitualmente usaba para ir a cazar.
—¡Señores! —llamó Anne-Marie bajando los escalones de piedra mientras sostenía la bandeja de plata entre las manos, con cinco vasos de vidrio llenos de limonada recién hecha. Los jardineros dejaron sus herramientas a un lado y caminaron hasta donde estaba parada la señora Bell con una leve sonrisa amable.
—Muchas gracias —dijo uno de ellos, para después tomar su vaso correspondiente y beber con ansias. Wellington sólo miro en silencio con las manos detrás de la espalda, achinando los ojos por el sol que pegaba en su cara. Y cuando todos terminaron de beber, volvieron al oficio con fuerzas renovadas.
Anne volvió al interior de la casa, dirigiéndose a la cocina a paso normal. La noche anterior cuando llegó a la casa, había platicado con su esposo sobre la generosidad de la señora Collins,y que quería recompensar tales molestias. Ella pensó en una cena, algo en lo que su marido en los primeros minutos negó rotundamente, pero después de varias sonrisas él aceptó. Claro, Gregory pensaba que era buen momento para ganarse la confianza de tan mencionada familia.
Así que Anne-Marie tomó aire antes de dirigirse a la biblioteca donde yacía la señora Collins, dejando a Fox a cargo del almuerzo. Caminó por el extenso pasadizo, asomando su cabeza sutil por el umbral para dar con la biblioteca, y al momento que pasó por la cuarta puerta, dio con el dichoso lugar. Sin pensarlo mucho, tocó tres veces la puerta ya abierta.
Allí estaba Eleonor leyendo en voz baja un libro de poemas, llevaba un vestido azul oscuro con elevador en la parte trasera, encaje duquesa, cola alargada y amarrada a un lazo muy bien formado y un peinado de trenzas elevadas en un moño. El sol del exterior daba gran iluminación gracias a las ventanas altas. Eleonor levantó su mirada ante el golpe proveniente de la puerta de salida, dejó el libro sobre la mesita que estaba a un lado del sofá.
—Puede pesar señora Bell —indicó Eleonor. Anne-Marie asintió y se adentro al lugar con la mirada viajando por la biblioteca con la inmensa colección de libros.
—Perdón por interrumpir su lectura señora —se disculpó Anne—. Quería saber si esta noche usted y su familia no estaban ocupados.
—Lo más probable es que no, ¿por qué lo menciona? —inquirió Eleonor arqueando las cejas.
—Cómo usted ha sido muy buena persona tanto conmigo cómo con mi hijo, quería recompensarlo. Me gustaría que fueran a mi casa a cenar, mi esposo se encuentra encantado con la idea —Anne sabía que era una mentira sobre la emoción de su esposo, prácticamente le había obligado.
—Eso es muy generoso de su parte señora Bell, pero...realmente no queremos incomodar en su hogar —mencionó Eleonor mirando hacia la ventana. Era evidente, tan sólo para ella, que no era por incomodar.
Esa mañana había tenido una discusión con Thomas por la manera en la que trataba a los empleados, ahora tener que llevarlo a la casa de uno ellos, podría ser un completo martirio para él.
—Señora, por supuesto que no va a incomodar. Incluso ya le dije a mi esposo que fuera a comprar lo de la cena de hoy.
—¿Hoy? —Eleonor volteó a mirarle con cierta angustia. No creía que Wellington se lo tomara de buena manera, sobre todo sabiendo que él no se llevaba muy bien con el hijo de la señora Bell.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...