Wellington llegó a su hogar después de exhaustos minutos caminando por el extenso campo, el frío lo hacía más insoportable, le dolía la espalda por la brusca caída y sobre todo la cabeza, parte del mismo accidente, pero era evidente que fue por esa desagradable discusión con ese pueblerino. Era lo que más lo tenía de un humor que ni el mismo se aguantaba, y al ver su casa mientras atravesaba el jardín, se dio cuenta que estaba en un estado irascible. No tenía ganas ni de cargar amorosamente a sus pequeños sobrinos, mucho menos de verle la cara a la señorita Brown.
—¡Señor Collins!, ¿¡que fue lo que le sucedió!?—se escandalizó el empleado corriendo en dirección a Wellington, y éste le lanzó una mirada seria para advertirle que no se acercara más de lo necesario, el trabajador encargado del cuido de los caballos se detuvo al notar aquella mirada.
—Mire señor Neil, mi paseo fue una completa maravilla, y mi caballo terminó por botarme en medio de la nada donde mantuve una grata conversación—su voz estaba llena de sarcasmo, que el cuidador de caballos logro entender al instante.
—Oh señor Collins, ¿se lastimo?—preguntó el empleado con una expresión de preocupación. Wellington no hizo más que suspirar con pesadez y no perder la poca paciencia que le quedaba.
—Eso no es de su incumbencia, mejor ocúpese de buscar a Franz —mandó Collins dándole un golpe al sombreo de bombín que traía en sus manos, alejándose de la vista del trabajador.
Wellington se tronó la espalda en un movimiento rápido, subiendo los escalones de piedra tallado. Deteniéndose frente a la puerta de roble oscuro tallado a mano, posó la mano sobre el picaporte plateado en forma de espiral. Y se lamentó al abrir y escuchar la cálida risa de la señorita Brown proveniente del comedor.
Él caminó por el pasillo principal donde en el techo colgaban dos candelabros estilo araña de hierro forjado con tres pisos, se detuvo en el umbral de la habitación donde yacía el gran comedor para veinte personas. Todos yacían sentados con unas respectivas tazas de té, Colette con su cabello negro amarrado en un moño limpio, sosteniendo al pequeño Henry de dos años, el cual manoteaba de arriba para abajo con vigorosidad.
Heloise bebía de su té con el meñique alzado mientras Brigham apretaba las mejillas de Theodore con tres años de edad. Thomas Collins alzó la mirada de su libro, acomodando sus lentes de media luna para divisar mejor a Wellington.
—¿Cómo estuvo el paseo hijo? —inquirió Thomas con interés. Al momento todos voltearon para ver al mencionado que seguía parado en el mismo lugar, apretando el bombín entre las manos con inquietud.
—¡Willie, que bueno que llegaste! —exclamó Colette levantándose de la silla con Henry entre sus brazos.
Caroline Brown le sonrió con dulzura al verlo, parándose inmediatamente para hacerse notar. Caroline era una mujer agradable, con una sonrisa delicada, cabello rubio dorado, ojos azules, nariz celestial y labios curvados.
—Perdón por interrumpir... —se disculpó Wellington sin mirar a la invitada.
—No digas tonterías, ¿a donde fuiste?, regresaste muy rápido —añadió esta vez Eleonor.
—Tuve un pequeño incidente, no es la gran cosa, el caballo escapó —resumió Wellington lo más posible.
—Y, ¿se encuentra bien señor Collins? —preguntó Caroline.
—Perfectamente —respondió Wellington dándole una seria y rápida mirada—. Permiso —concluyó saliendo lo más rápido posible del ambiente que le parecía sofocante, más por la presencia de la constante invitada.
No era tonto, podía sentir las miradas de sus padres sobre el, ansiosos por una pequeña charla con la joven.
Caroline bajó la mirada avergonzada ante tal comportamiento tan irascible por parte de Collins, normalmente estaba acostumbrada ante el constante rechazo, pero eso no dejaba de herirla.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...