Capítulo 34

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Wellington se levantó decidido sobre la idea de escribirle una carta a Allen, tan sólo sería algo normal donde lo saludaría cómo cualquier otro amigo. Pero ese miércoles en especial decidió hacer tal hazaña, le escribiría algo breve y apagaría sus dudas sobre sí el domingo podrían verse. Esa razón de la carta secreta lo llevó a levantarse temprano y recoger el mismo la correspondencia en la puerta, también porque no quería a Fox leyendo atrevidamente las cartas. Y lo peor de eso es que su madre lo dejaba pasar por alto.

Collins bajó las escaleras a toda prisa mientras se colocaba su bata de dormir anaranjada encima del camisón, tenía el cabello desordenado y el rostro aun somnoliento. Johnson acudió a paso acelerado, dejando el florero en el suelo para poder abrir la puerta.

—Yo atenderé la puerta Johnson, siga con su labor —ordenó Wellington corriendo hasta la puerta principal. Esa mañana Sloar había llegado a las cinco de la mañana por órdenes de Thomas y así cambiar todos los floreros de la casa, para la pequeña reunión de Brigham y sus amigos del banco.

—Si señor Collins —asintió Johnson alejándose de la puerta entreabierta. Wellington tomó el pomo de la puerta, divisó al joven cartero de cabello rubio y uniforme azul marino con un sombrero en letras doradas que decía "postales".

—¿Y el señor Ritter? —preguntó Collins frunciendo las cejas rectas, él ya se había acostumbrado al viejo cartero de bigote tupido y lentes redondos.

—Está enfermo, yo lo estoy reemplazando, soy su hijo —respondió el joven cartero con orgullo.

—Espero que pronto mejore —deseó Wellington, no precisamente por la salud del viejo Ritter, si no por el hecho que su hijo no le agradaba. Collins extendió la mano izquierda para recibir las cartas, el cartero le entregó un puño de trece cartas amarradas en un hilo de lana café.

—Soy un cartero de confiar, me es un placer servirle. Mi nombre es James Ritter Jr —se presentó Ritter quitándose la gorra, despeinando su cabello rubio en el proceso.

—¿Y? No sabía que todos hacían esa ridícula presentación —gruño Wellington mirándole con molestia.

—Mi padre me dijo que esa era la mejor manera de presentarse.

—Al parecer le mintió porque se ve ridículo, dígale a su papá que se mejore pronto para no tener que verle la cara a usted —y sin decir nada más, Collins le cerró la puerta en la cara sin dejarlo decir algo más. Wellington no era amargado, simplemente el hecho que el tal Ritter estuviera trabajando en los correos, no era de fiar. Simplemente no podía confiar las cartas dirigidas al amor de su vida a un niño.

—Escuché que el señor Ritter estaba enfermo —comentó Johnson mientras pulia la porcelana del florero.

—Que buen oído tiene —ironizó Wellington alzando las cejas y caminando en dirección a las escaleras en forma de caracol. Sloar soltó un bufido para seguir con su labor, dándole brillo con más fuerza al adorno.

Collins subió los escalones y caminó por el pasillo principal directo a su alcoba, abrió la puerta lentamente para no generar un ruido que podría despertar a su padre. Lo menos que quería era que él supiera su idea de enviarle una carta a Allen, tampoco podía confiar en la discreción de ningún empleado en la casa. Se dirigió hasta el escritorio sin antes abrir las cortinas por completo, la luz cálida del sol atravesó la ventana donde los rayos amarillentos pegaron sobre las desordenadas sabanas.

Al momento de estar sentando quitó el delgado hilo que sostenía las cartas, le dio un rápido vistazo a los sobres dirigidos a su padre, colocándolos a un lado para separarlos de las otras cartas que sí le importaban. Había una carta de Colette, no lo pensó dos veces para abrirla y leer el contenido.

Wellington. [LGBT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora