Capítulo 50

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Por lo general el domingo era un día de alegría para Wellington, sin embargo esa mañana se levantó de mal humor y con un semblante decaído. La última vez que habló con Allen habían tenido un discusión fuerte, no hubo carta de por medio los días restantes; pensó que Bell le enviaría una carta y así encontrarse para poder solucionar sus desacuerdos. No hubo tal carta, y eso dejó a Collins melancólico.

Esa mañana sin ruidos en el hogar por el hecho de que sus padres se levantaban más tarde, decidió tomar la iniciativa de escribir una carta, no para disculparse, si no para verse en persona y darle las disculpas que se merecía. Entendía que actuó cómo un idiota paranoico, fue bastante estúpido de su parte haberle preguntado si sentía algo por el doctor Williams. Tras pensar las cosas detenidamente, se sintió avergonzado por haberle gritado de esa manera, dejándose llevar por los celos y la rabia del momento.

Los días pasaron lento y tortuoso para Wellington, a pesar de querer salir corriendo en busca de Allen, prefería quedarse allí, envuelto en su orgullo por la espera de la correspondencia que jamás llegó. Bell podría ser muy blando de corazón pero las cosas que lo herían no las olvidaba tan fácil, ahora tenía que disculparse de la mejor manera para que él olvidara todas las tonterías que dijo.

Esa mañana se levantó temprano, se dió una rápida ducha mientras pensaba en las mejores y más dulces palabras para escribirle a Allen.

—Mi amado Brooks... —pensó Wellington en voz alta, secando su cabello mojado, caminando de izquierda a derecha buscando otro tipo de palabras—. Mi quiero Allen... —susurró sentándose en el borde de la cama, tirando la toalla blanca al suelo y pasando las manos por su rostro frío.

Soltó un suspiro pesado levantándose de golpe, yendo hasta el escritorio vacío para empezar a escribir. Apretó el nudo de su bata anaranjada y se sentó en la silla, buscando entre los cajones una hoja blanca. Y cuando la encontró enderezó su espalda para empezar a escribir, algo que tuviera la dulzura sobre todo las palabras más amorosas del mundo.

Mi querido Allen:

No sé cómo expresarme, sé muy bien que le debo una gran disculpa por ser tan idiota y celoso, sobre todo por preguntarle si sentía algo por el doctor Williams. Sabe muy bien lo mucho que lo amo, estoy profundamente avergonzado de mi comportamiento, usted no merecía que le gritara de esa manera y dudara de lo que siente hacia mí.

Me encantaría que me diera el privilegio de poder verlo hoy, así conversar sobre nosotros y arreglar lo nuestro. Hoy a las diez de la noche, preferiblemente porque mis padres ya estarán dormidos y los suyos también.

Con todo el amor del mundo: Wellington Collins.

Dejó la pluma dentro del tintero y observó la carta detenidamente, su caligrafía era más rápida, desesperada, de esa manera la calificaba. Se levantó de la silla y empezó a vestirse apresurado: camisa blanca, chaleco verde claro con estampado de flores blancas, pantalón negro recto, saco del mismo color y botines de cuero marrones oscuros. Sabía que no era su mejor vestuario hasta la fecha, pero ahora le importa muy poco que clase de ropa vestía. Peinó su cabello húmedo hacia atrás, haciendo que se notaran sus canas grises sobre las patillas y arriba de ella, parecido a un pequeño camino que desaparecía a la mitad de su cabeza.

Por unos segundos se sintió más viejo de lo que estaba y completamente ridículo, avergonzado por estar con alguien tan maravilloso cómo Allen. Él era alguien lleno de juventud, sonriendo de manera juvenil y derritiendo las más frías almas de la tierra. Se veía tan marchito a su lado, tanto así que le daría vergüenza mirarse en el espejo junto a él. Bell le había dicho anteriormente que no le importaba la edad, que inclusive lo amaría si tuviera ochenta años; y Wellington se aferró a esas palabras.

Wellington. [LGBT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora