Habían pasado dos días desde la partida de Collins, y Allen quería simplemente no notarlo, pensar que jamás le llegaría afectar. Bell tenía presente que Wellington no llegaría a extrañarle, sería muy absurdo pero... ambos se agradaban y si dos personas se agradaban bastante es común que se extrañen. Ahora Allen añoraba que Collins lo extrañara tanto cómo él lo hacia cada vez que llegaba a recoger a su madre y no lo miraba.
Bell quería ser fuerte, sucumbir ante esa melancolía lo hacía cuestionar muchas cosas y no quería pensar. ¿Y si tan sólo lo extrañaba por el ridículo hecho de escuchar sus tontos chistes?, pensándolo mejor, eso no era lo que le quitaba el sueño. Katherine había llegado por la noche después de su trabajo, para charlar sobre la locación donde sería la boda.
Allen se encontraba sentado en el sofá después de una larga jornada de trabajo, tenía el rostro sudoroso y sucio por el polvo que emergía del interior de la fabrica. Estaba con los brazos adoloridos y el sueño lo mantenía en una estado anestesiado, mientras sostenía la taza de café con ambas manos para no dejarla caer.
—En verdad me encantaría que la boda sea en el viejo quiosco ¿te parece? —preguntó Kate con una sonrisa llena de entusiasmo, sosteniendo su taza de café delicadamente.
—Cómo tu quieras, querida —Allen le dio una pequeña sonrisa agotadora mientras cerraba sus ojos de manera inconsciente, en una señal de claro cansancio.
—Allen, parece que no te importa nada de nuestro matrimonio, ¿sabes cuánto tiempo nos queda?, dos meses nada más y tú... —la señorita Katherine captó a su prometido cayéndose casi del sueño y eso la enojó más—. ¡Allen! —lo llamó dándole un codazo en el brazo.
Bell abrió los ojos asustado por el repentino movimiento brusco y el café salpicó su pantalón verde musgo. Para su suerte, llevaba tanto tiempo con la bebida caliente en la mano que ésta se había enfriado por completo.
—Oh, lo lamento querida, estoy sumamente cansado —sinceró Allen dejando la taza en la mesita a un lado de la vela, pasó sus manos por la cara y así deshacerse un poco del sudor.
—Eso es de lo que hablo yo. Cada vez que tengo la oportunidad de venir a verte, tú estás cansado y ni siquiera me pones atención, mucho menos a algo tan importante cómo nuestro matrimonio —se quejó Kate. Anne-Marie estaba apuntó de entrar a la sala con varios panecillos pero se detuvo para escuchar desde lejos la discusión.
—¿Están discutiendo otra vez? —preguntó en un susurro Gregory parado justo detrás de su esposa.
—Sí, pero has silencio —pidió Anne en el mismo tono. Los dos miraban atentos a la pareja joven charlar de espaldas, dándole cara al sofá que tenían en frente.
—Querida, tienes que comprender que yo trabajo para ayudar en mi casa y ahorrar para nuestra comodidad después de casarnos. Realmente ahorita no estoy para planear una boda, me siento agotado —Bell trató de hacerle entender el esfuerzo que hacia por ambos y su familia. Pasaba con la mente ocupada en otras cosas y la boda le parecía algo tan banal, sin importancia.
—¿Y cuando vas a estar disponible para planear nuestra boda?, sabes que yo quiero hacer esto contigo porque así son las parejas y se ayudan entre sí —puntualizó Kate dejando la taza de la cual ya no quería beber, inclusive el hambre se le había quitado.
—Las parejas también se comprende, tienes que comprenderme. Entiendo tu angustia, y deberías agradecer el hecho de que te casas por amor, no cómo la mayoría de las jóvenes —otro comentario que Allen no quiso dejar escapar, pero en ese momento se encontraba más dormido que despierto y la mini pelea con su prometida le estaba irritando.
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Wellington. [LGBT]
RomansaWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...