Wellington abrió los ojos sin saber cuánto tiempo había estado dormido, se levantó rápidamente de la cama individual para colocarse el chaleco, saco y abrigo. Salió de la habitación y el frío de la madrugada pegó sobre su rostro cansado, giró el rostro hacia la alcoba de enfrente y se movió hasta la sala, notando la sábana de Bell enrollado en la esquina del sofá.
Se dirigió hasta la cocina donde la puerta trasera estaba abierta y el cielo claro empezaba a aparecer. Se agarró del umbral y bajó los escalones de madera, encontrándose con el joven Bell tendiendo varias prendas sobre un alambre debajo del pequeño techo de paja húmedo.
Allen volteó su torso al sentir la presencia y seco sus manos contra el camisón de dormir a la altura de sus rodillas.
—Buenos días señor Collins —saludó Allen con una amable sonrisa.
—Buenos días —respondió Wellington metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo, pero pronto volvió a sacarlas y las colocó detrás de la espalda—. Creo que es hora de que me vaya —añadió.
—¿No esperará a mis padres para darles las gracias por su hospitalidad?
—Me temo que no podré, prefiero llegar lo más pronto a mi casa, mi madre debe estar angustiada —respondió Collins soltando sus manos detrás de la espalda y llevándolas nuevamente al interior de los bolsillos. No sabía que estaba haciendo, pero sentía que no podía dejar quietas sus extremidades, no sabía que hacer con las manos.
—Lo entiendo —asintió Allen—. Adiós señor Collins.
—Y muchas gracias por su amabilidad —agregó Wellington subiendo nuevamente los escalones para salir por la puerta delantera. Allen bajó su mirada al césped húmedo y una ráfaga de viento corrió sobre su cabello alboroto.
Sin pensarlo, entró a paso acelerado a su hogar, pasando por la cocina y la sala hasta llegar a la puerta. Cuando se detuvo sobre la acera de la calle, el señor Collins se había alejado a un paso más ligero que el suyo. Tan sólo el viento ondulaba el abrigo marrón que llevaba puesto.
—¿Se fue el señor Collins? —inquirió Gregory al salir de la alcoba con los ojos entrecerrados. Allen cerró la puerta detrás y caminó hasta chocar con la pared que daba a su habitación.
—Si. Y dice que agradece la hospitalidad de ambos —contestó Allen abriendo la puerta.
—Que amable sujeto —sonrió Gregory—. Comenzaré a trabajar.
—Y yo iré a cambiarme —anunció Bell entrando del todo.
Rápidamente sacó el pantalón negro de la cómoda y la camisa blanca, se colocó la ropa interior de una pieza con botones delanteros y se vistió con lo correspondiente. Se sentó en la cama mientras amarraba las agujetas de sus zapatos secos, su mirada se desvío un segundo a la mesita de noche donde un pañuelo color negro llamó su atención.
Al terminar con el calzado, agarró el pañuelo opaco de tela suave y fina, era más que obvio que aquello pertenecía a Collins. Allen lo guardó dentro del bolsillo de su saco con la esperanza de verle ahora en la noche y entregarle el trozo de tela. Apretó su mano vendada lo más que pudo tras sentir un extraño calor en ella, recordó la sensación de la mano ajena dándole soporte a la suya.
Llevó la mano a su pecho y sintió los erráticos latidos de su corazón. Tenía miedo, sabía muy bien que no era normal ni siquiera común el aceleramiento tan repentino, mucho menos al recordar el tacto de un hombre. Era algo parecido a los primeros meses que convivió con Katherine, no, incluso este nuevo latir lo sentía más intenso, le quemaba las mejillas y un dolor estomacal daba leves punzadas ante un simple recuerdo.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...