Capítulo 31

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Esa mañana la señora Bertha fue a la casa de la familia Bell, Anne conversó con ella anteriormente de su repentino despido y le pidió informarle si encontraba un trabajo nuevo. Lo que menos quería la señora Bell era ser alguien inútil que no podía ayudar a su familia, Gregory discutió con Anne por su insistencia al seguir trabajando. Allen se levantó después de las seis, en la noche había logrado dormir plácidamente, dándose cuenta que Williams tenía razón sobre la paz.

Bertha y Anne-Marie estaban sentadas en la sala charlando cosas triviales mientras Gregory yacía en la cocina preparando la tercera ronda de baguetts que irían al horno de ladrillo. Allen envolvía el pedido de un cliente que estaba esperando en la puerta principal, en cambio su mente se dirigía a una sola persona. Ansiaba verlo nuevamente, los días los había sentido muy largos y ese sin duda era el sábado más extenso de su vida.

No podía ocultar la nueva sensación de estar enamorado, le daba miedo mirar a sus padres a los ojos y que ellos se dieran cuenta de la verdad. Por otro lado se sentía culpable cada vez que recordaba a Kate, él le tenía mucho cariño, casi que crecieron juntos. Ahora más que nunca creía que el retraso de su boda se debía a su corazón, cual pertenecía a otra persona.

Katherine era una buena persona, Allen la amó y jamás se fijó en nadie más durante muchos años. Ella fue su primera y única novia, con la cual conoció el amor pero... Wellington era distinto. Él era libertad, miedo y le daba esa sensación de sentirse invencible para poder hacer lo que quisiera. Collins era un mundo desequilibrado del que le gustaba ser parte, él era muchas de las razones por la que su cuerpo tenía tantas sensaciones.

Era el miedo, el amor, libertad, dolor, gozo, alegría, tristeza, pasión. Tan sólo mirándolo, todos esos sentimientos se desprendían de su cuerpo por gracia de él. Su vida era igual antes de Wellington, no cambió nada en su entorno familiar más lo hizo mucho mejor, sus días (a pesar de ser los mismos) lograban ser más soportables. Ya que la alegría le ensanchaba una sonrisa con el sólo hecho de saber que Collins existía.

Bell caminó hasta la sala con el paquete de pan envuelto en envoltura de papel marrón.

—Son cinco peniques —informó Allen extendiendo ambas manos para que la mujer lo tomara.

—Aquí tiene —la clienta le entregó la moneda plateada—. Y muchas gracias —sonrió al final tomando su paquete de pan.

—De nada señora —Bell le sonrió amable. Se alejó de la puerta cerrando en el proceso, caminó hasta la cocina donde alzó la mano para agarrar el frasco de vidrio. Abrió la tapa y dejó caer la moneda, notando que el recipiente estaba casi lleno.

—Hijo —lo llamó Gregory mientras metía la bandeja de baguetts en el interior del horno caliente con ayuda de una espátula de madera—. ¿Cuándo irás a lavar la ropa?

—Lo haré mañana que es domingo, no te preocupes —contestó Allen colocando el recipiente de vidrio en la repisa. El lavado de prendas siempre lo tenía presente, hoy sólo llevaba la camisa blanca y los tirantes de tela negros, junto a los pantalones azul oscuro holgados. No tuvo el privilegio de ponerse un saco, ya que todos estaban sucios al igual que mucha ropa de sus padres.

Otra risa escandalosa estalló en la sala proveniente de Bertha.

—Tu madre lleva toda la mañana hablando con esa señora —gruño el señor Bell limpiando bruscamente sus manos llenas de harina contra el delantal.

—Tal vez la señora Peterson pueda conseguirle un nuevo trabajo —formuló Allen levantando los hombros.

—O tal vez sólo esté de chismosa cómo siempre —agregó Gregory golpeando con el puño la pelota de harina inflada de levadura.

Wellington. [LGBT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora