Tres días después de anunciar su partida a la granja del tío Albert, Allen alistó su maleta desde muy temprano. No hubo problema para meter la poca ropa que tenía, y sacó debajo de la cama la caja donde yacía el puñado de cartas que Wellington le había dado.
Su tren hacia Bibury partía a las once y media, un día antes les había contado al doctor Williams que se iría del pueblo; los chicos no reaccionaron de la mejor manera, Joseph insistía en querer irse con él. Eso era algo imposible, Allen no pretendía apartarlo de sus amigos y del nuevo Jackson que los cuidaba como si fuesen sus hijos.
La noticia de su repentino viaje llegó a los oídos de sus colegas de la fábrica, los cuales no tardaron en golpear la puerta de su casa para desearle suerte. Bell jamás llegó a considerarlos grandes amigos, pero durante las charlas, pensó que siempre fueron hombres leales. Por su parte, Mike le regaló una pequeña navaja y de esa manera se cuídase de cualquier delincuente. Allen soltó una sonrisa floja al recibir el regalo que nunca esperó de Michael, desde el día que la familia los descubrió, no había sonreído o reído.
Bertha junto a Georges llegaron a desearle un buen viaje, regalándole varias naranjas para el transcurso de ocho horas en el tren. Tanto como Gregory y Anne-Marie agradecieron aquel gesto amable, ambos estaban melancólicos por la partida de su único hijo, y a pesar que entendían las razones, no podían comprender esa decisión a prisa.
Sin embargo decidieron respetar la decisión de Allen, apoyándolo en todo, ya que después de todo se veía destrozado por su fallido compromiso con Katherine. Aunque Gregory sabía perfectamente que Brooks no amaba a la señorita Washington, esa tristeza más que todo era por el fracaso y la rutina. Lo entendía muy bien.
Bell guardó las cartas amarradas con un delgado hilo marrón, en el interior de su maleta, también el reloj de bolsillo donde le dio un último vistazo a la fotografía, prometiéndose no volver a llorar. Se colocó la boina negra que le cubría la frente y tomó su abrigo del mismo color con la mano izquierda, y la maleta en la derecha. Soltó un suspiro profundo mientras miraba su cama arreglada por última vez; allí había dormido el amor de su vida en dos ocasiones, no se sentía capaz de dormir nuevamente ahí sin llorar.
Llegó hasta el umbral de la puerta abierta, apretando con fuerza el abrigo. Salió sin mirar otra vez atrás, notando que sus padres yacían esperándole en la puerta de salida vestidos con la mejor ropa que tenían al igual que él.
—Hijo, déjame ayudarte con la maleta —propuso Gregory caminando de vuelta al interior de la casa.
—No papá, yo puedo, gracias —aseguró Allen dándole una pequeña sonrisa fingida. Todo lo que componía su aspecto y alegría se fueron con Wellington, ya no quedaba nada aquel viejo Allen lleno de optimismo.
—Bueno, entonces... —Gregory ensanchó su pecho inhalando aire para después botarlo por la boca, desinflando las mejillas—. Hay que irnos pronto, el carruaje nos llevará a la estación.
—No era necesario el carruaje, es mejor caminar —opinó Bell mientras salía de su hogar al lado de su padre, quien agitaba las llaves dentro del bolsillo.
—Para nada cariño, llegaríamos tarde —agregó Anne-Marie, acomodando la boina de Allen a como ella pensaba que se vería mejor—. Fue bueno haber guardo este traje, se te ve muy bien —halago, sacudiendo su chaleco marrón claro.
—No lo creo, pero gracias —Allen asintió bajando la mirada.
—Ahg Brooks, no seas así. Eres muy guapo, verás que pronto conocerás a alguien mejor, no pienses más en ella —pidió Anne haciendo una mueca enternecida. Todas esas palabras para Allen fueron distintas, Wellington era lo único que habitaba en sus pensamientos, se torturaba pensando en su sufrimiento y como tenía que soportar a su gran familia.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...