Allen se despertó gracias al ruido de la cocina, dándose cuenta que eran más de las seis de la mañana. Para todo lo que tenía que hacer veía tarde la hora de levantarse, así que salió de la cama a toda prisa y empezó a vestirse con su habitual traje. Al final se colocó la boina marrón oscura casi tapándole los ojos, salió de la alcoba a toda prisa.
Tenía presente que esa mañana comenzaba el nuevo empleo de su madre con la familia Farell. La casa de la dichosa familia quedaba más lejos que la de Wellington, más apartada de todo y de cierta manera le generaba temor tan sólo pensar que su madre viajara sola por la noche.
—Cariño —Anne salió de la cocina sosteniendo su taza de café humeante—. Estaba apunto de llamarte, se te hizo muy tarde.
—Buenos días madre, y lo sé, creo que me excedí al dormir —Allen le regalo una pequeña sonrisa a la señora Bell.
—Veo que hoy amaneciste de buen humor —rió Anne-Marie dándole un sorbo a su bebida caliente, mientras lo seguía hasta la cocina.
—Tienes razón —sonrió Allen de oreja a oreja, con un brillo especial en los ojos cual Anne captó enseguida.
—¡Te ves enamorado! —se emocionó Anne-Marie sentándose nuevamente en su silla correspondiente. Gregory levantó la mirada de los croissant que metía al interior del horno, poniendo toda su atención en lo declarado por su mujer.
—Obvio que está enamorado, pronto se casa —añadió Gregory enderezando la espalda y sacudiendo sus manos sucias contra el delantal. La sonrisa de Brooks se vio borrada rápidamente después de haberle recordado su matrimonio, ya no quería casarse, no lo quería.
—Allen, querido. No sabes lo que me encantaría verte con una familia, tener nietos parecidos a ti, ¡ay, sería tan lindo! —expresó la señora Bell con entusiasmo y una sonrisa imborrable.
—Se que no sabes mucho sobre la crianza de los bebés, pero nosotros te ayudaremos hijo —mencionó Gregory apretándole el hombro a Bell, éste estaba tenso y no sabía que decir ante las expectativas de su familia. Sentía que les mentía, les estaba mintiendo porque no quería familia ni esposa, tan sólo anhelaba estar al lado de Wellington.
Eso era tan difícil para no decir imposible, Collins jamás lo vería con otros ojos, son amigos y no quería arruinar eso. De la única manera que podía tenerlo era siendo su amigo, y se conformaba con eso.
—Debes de tener miedo con eso, sólo te aconsejo que no tengas tantos hijos, después no sabrás cómo alimentarlos a todos —Anne soltó una risa juguetona, ocultándola detrás de la taza casi vacía.
—No le digas tonterías a nuestro hijo, él sabrá cuantos nietos nos dará —aseguró Gregory asintiendo con una mirada orgullosa. Allen se levantó abrupto de la silla y ambos padres le miraron confundidos.
—Traeré agua para mi café —anunció Bell dirigiéndose a la puerta trasera donde yacían dos cubetas de madera llenas de agua limpia.
Bajó los escalones de madera que rechinaron contra su peso, llegó hasta la pequeña mesita de madera donde estaban las cubetas puestas. Observó el paisaje nublado y frío por unos segundos, no quería saber nada del matrimonio, no deseaba casarse. Se sentía muy presionado, ya ni siquiera lo hacia por Kate y el cariño que sentía, era una obligación para satisfacer a sus padres.
Miró su reflejo tembloroso en el agua, todo era más difícil, sus sentimientos lo tenían atrapado en un engaño, no podía expresar el amor que sentía al mundo. Allen aspiró por la nariz y sus cejas se arrugaron dejando escapar un jadeo que se convirtió en sollozo, tapó su rostro con ambas manos trataron de detener el llanto. Últimamente se sentía débil, el amor por Wellington lo hacia llorar de desesperación o lo hacia suspirar y soñar despierto.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...