Wellington apoyó su mano en el roble mientras se colocaba los zapatos, observó hacia las montañas donde el sol apenas empezaba a ascender y los rayos hacian brillar las copas de los árboles. Ambos se vistieron en silencio, nada incómodo, era más que todo el silencio de una pareja al levantarse en la mañana, se vestían y después hacían sus tareas correspondientes. Como un viejo matrimonio, algo que a Collins le agradaba, y juraba en poder pasar toda la vida viéndolo ponerse sus zapatos sin cansarse de ello.
Por su parte, Allen terminó de colocarse el gorro de lana negro al igual que los guantes; agarró su lámpara de queroseno y el sombrero de copa del contrario.
—Creo que es hora de irme —anunció Bell caminando hacia Wellington, le entregó el sombrero sonriendo con amabilidad.
—Gracias —susurró Collins, poniéndose el sombrero sobre su cabello enmarañado—. ¡Dios! Ahora que lo recuerdo, olvidé traer la carta dedicada a usted —llevó la mano a su frente dándose un leve golpe.
—No se angustie, otro día podrá dármela —Allen le sonrió enternecido ante la preocupación de Wellington por una carta, y sacudió las tiras de césped que estaban sobre los hombros de Collins.
—Lo que más me preocupa es dejar mis cartas en la habitación, sé muy bien como puede ser Fox. Y si él...
—Shhh, no se preocupe por eso —pidió Bell dándole un corto beso en los labios—. Pero debería guardar las cartas debajo de la cama, eso es lo que yo hago.
—Mmm, tiene razón... Señor Bell, me sorprende que sea medianamente inteligente —bromeó Wellington mientras rascaba su barbilla como si estuviera pensando. Allen rió divertido pero sin llegar a sentirse ofendido, le dio un golpe en el brazo a Collins haciéndolo mecerse hacia atrás.
—¡¿Medianamente?! —preguntó Allen dándole otro golpe en el brazo, Collins sólo negó con la cabeza sin poder articular palabras ante la risa que no podía detener.
—¡Esta bien, ya, lo siento! —Wellington apretó los labios en un intento por dejar las carcajadas, y Allen detuvo sus suaves golpes para envolver ambos brazos por la nuca de Collins; éste último lo miró seriamente, el ambiente divertido había cambiado. Bell acarició la raíz de su cabello sin llegar a mover el sombrero de copa, Wellington pasó sus manos por la espalda de Allen hasta llegar a la cintura donde apretó, juntando sus cuerpos.
Collins ladeó la cabeza a la izquierda, acercando su boca a la ajena, besándose con la misma sensación de la primera vez. Allen abrió más los labios, rozando su lengua sobre la contraria, respiración pequeñas bocanadas de aire por la comisura y su corazón latía tan rápido como el aleteo de una golondrina. Wellington besó por donde el aire se estaba agitado, frotando su nariz contra la mejilla de Bell mientras seguía un corto camino de besos hasta el pómulo.
—Tengo que hablar con mis padres, enfrentarlos ante el rompimiento de mi compromiso —anunció Allen susurrando sobre el cuello de Collins, allí podía sentir el tenue olor a perfume que quedó escondido gracias a la esencia del césped mojado combinado con tierra.
—¿Quiere que vaya a hacerle compañía? No sé, para que no se sienta tan solo —sugirió Wellington besando la sien de Allen, descendiendo hasta la patilla.
—No, es mejor que se quede en su casa —suspiró Bell con cierto aire melancólico.
—¿Todavía se siente mal por lo de la boda?
—Sí, no puedo evitarlo. Pienso constantemente en el sufrimiento que debería estar pasando y no paro de culparme —Allen se apartó del abrazo, quedando a una distancia corta pero favorable para seguir hablando en el mismo tono bajo.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...