Y se escuchó un fuerte estruendo venir de la cocina, Allen abrió los ojos automáticamente, se levantó de un salto de la cama dejando la sabana arrastrada en el suelo y corrió descalzo hasta la cocina. Gregory farfulló internamente mientras intentaba levantar las ollas que se le habían caído de la repisa, Allen entró al lugar y miró el desorden en el suelo.
—Ya casi son las cuatro de la mañana, te iba a levantar pero al parecer este ruido ya lo hizo —dijo Gregory dejando el sartén de metal sobre la mesa cuadrada en el centro de la cocina, donde yacía la harina para los bagguettes, croissant y los muffins.
—Bueno, ya lo hiciste ——bostezó Allen, rascando su cabello enmarañado—. Sólo espero que mamá no se haya despertado.
—Que va hijo —Gregory chasqueó la lengua y Allen se acercó a recoger las ollas que hacían falta para colocarlas de regreso en el estante junto a los dos sacos de harina que se habían comprado la semana pasada—. Esa mujer tiene un sueño muy profundo.
Allen soltó una pequeña risa al momento de dejar el ultimo traste sobre el estante, acomodó su bata floja amarillenta que llegaba hasta las rodillas que caía por su hombro y amarró la parte delantera de su cuello descubierto en un cordón de zapato que ya no usaba color negro. Gregory comenzó a formar los baguettes y Allen encendió en horno. Primero quitó el carbón y la ceniza de la madrugada anterior para meterla en un pequeño cesto que tiraría lo más lejos de la casa.
Metió los trozos de leña seca, apilándolos uno encima de otro y tomó la caja de cerillos, encendió un palillo que tenía casi el tamaño de un lápiz de escribir, dejándolo reposar sobre la madera que se fue encendiendo lentamente de manera efectiva. La mañana no era fría ni calurosa, el clima era cálido cómo a Allen le gustaba. Poco después de sacar la primera bandeja de baguette, y que los constantes clientes llegaran por su porción, Anne-Marie se levantó de la cama, se aseo en su propia habitación con un pequeño cuenco de agua caliente y un pañuelo.
—Huele bastante bien —comentó Anne-Marie entrando a la cocina mientras acomodaba en moño de sus dos trenzas castañas.
—Se han vendido bastante bien —Allen dejó caer los peniques en el frasco de vidrio que estaba a la mitad de monedas.
—Ve a sacar los muffins Allen, se van a quemar —advirtió Gregory echando un puño de harina a su mezcla, para volver a revolver nuevamente. El joven corrió hasta en horno de ladrillo rojo que llegaba a la altura de su pecho, tomó dos pañuelos de tela gruesa y rasposa, sacando la bandeja con el olor los deliciosos muffins de mantequilla inundando la cocina.
Anne-Marie se despidió de su familia después de tomar una taza de café y comer dos muffins a toda prisa. Allen dejó a su padre con el resto del labor, fue a tender las camas, barrió el suelo, limpió los muebles y salió al pequeño patio trasero con una cubeta de madera llena de agua para lavar su cabello. Muy pronto entraría a trabajar, así que se lavó el cabello con abundante agua, la cara sucia de ceniza y el cuello empolvado. Al terminar se sentó en el césped por unos segundos a tomar el sol. Sus pies descalzos se hundieron en el verde hierba, la luz de la mañana pegaba en su cabello castaño mojado, donde en las puntas escurría gotas de agua.
No sentía la misma emoción que antes a la hora de pensar en el matrimonio, estaba confundido, amaba a Katherine pero le aterraba la idea de dejar a sus padres. A pesar que ellos claramente podían sobrevivir sin él, en su pecho estaba aquella sensación de que tenía que ayudarles. Tuvo que haber pensado sobre la independencia que tendría a la hora de casarse. Allen pasó las manos sobre su rostro frío y soltó un largo suspiro. No se arrepentiría del matrimonio, ambos se querían genuinamente.
Varias entregas de muffins después y Allen tuvo que cambiarse para ir al trabajo que le esperaba, se vistió con su ropa habitual donde la boina café no podía faltar. Caminó tranquilo por las calles transitadas, donde el chico de once años llamado Joseph que trabajaba en W&W le hizo compañía hasta la fabrica.
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Wellington. [LGBT]
RomansWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...