Allen despertó en la madruga con los ánimos distintos, se sentía energético cómo para correr grandes distancias, y después de haber pasado todo un día en cama bebiendo agua, el hambre lo estaba matando. Salió de su habitación en busca de algo para comer, cuando se adentró a la cocina, vio a su padre intentando encender el horno de ladrillo.
-Buenos días padre -saludó, caminando hasta la única vela encendida sobre el comedor.
-Brooks -pronunció Gregory enderezando la espalda y encarando a su hijo-. Mírate, ya te ves con un semblante distinto.
-Si, me siento mucho mejor -reafirmó Allen agarrando la pequeña canasta de paja donde yacían varios trozos de pan, a pesar que era de hace tres días, prefería comer eso a nada.
-El doctor Williams es bastante eficiente, me alegra que tengas un amigo cómo él -comentó Gregory mientras tiraba uno de los cerillos encendidos sobre los troncos de madera seca. Allen masticaba el trozo de pan duro, se acercó a la estufa para hacer el café y calentarse del frío de la madrugada-. Ayer... Cuando vino el señor Collins, se veía preocupado por tu salud. ¿Desde cuándo se hicieron buenos amigos?
Bell sintió su corazón latir más rápido y el estómago arder ante la mención de Wellington, recordaba perfectamente el evidente enojo en él tras la pequeña discusión con el doctor.
-N-No somos realmente amigos padre, él y yo somos personas maduras y esas tontas discusiones son... Bueno, no somos amigos pero sí podemos sostener una conversación agradable, cómo dos conocidos -Allen sirvió el café en su taza y bebió un corto sorbo mientras soplaba en el borde-. Sin azúcar-mumuró con asco.
-Me alegro por ti, y que dos personas de clases sociales muy distintas se puedan llevar bien -Bell sólo asentía a lo que su padre le decía, bebiendo rápidos sorbos de su café y masticando rápido-. Pero eso no significa que dejes de ser cuidadoso, nunca se sabe que beneficio querrán esas personas.
-¿Y qué clase de beneficio va a querer el señor Collins con mi amistad? -preguntó Allen dejando la taza sobre la mesa de trabajo, en un temblor qué debía calmar.
-No lo sé, tal vez... -Gregory cerró la tapa del horno y caminó hasta el mueble donde estaban ambas cubetas-. ¡Ahg, demonios! Ya no hay agua, te la bebiste toda -volcó ambas cubetas vacías.
-Pase bebiendo sólo agua y no comí nada, esa es la razón por la que tengo mucha hambre -formuló Bell mordiendo el último trozo de pan que quedaba.
-¿Te sientes lo suficientemente sano cómo para ir a traer agua, hijo? -inquirió Gregory mirándole compasivo.
-No te preocupes padre, ahorita iré -contestó Allen limpiando las migajas de sus manos sobre el camisón-. Sólo me cambiaré -anunció mientras salía de la cocina en dirección a su habitación.
Cierto miedo le invadía al saber que hoy tenía que ir a trabajar, enfrentar a sus jefes era lo peor que podría pasarle, combinado con el despido. El peor escenario sería quedarse sin trabajo y no poder sostener a su familia económicamente, con lo que su papá ganaba no podían cubrir con todos los gastos, incluyendo el dinero de su madre no alcanzarían todo el mes.
Allen se colocó la ropa interior, un pantalón negro holgado, camisa amarillenta, tirantes negros, chaleco verde musgo, saco negro y zapatos del mismo color junto a la boina que hacia juego. Arregló la cama extendiendo las sábanas arrugadas, dejó su camisón de dormir enrollado entre la cabecera y el colchón para usarlo al momento de salir del trabajo-si es que todavía seguía teniendo-.
Salió de la alcoba cerrando la puerta cuidadosamente y así no hacerle ruido a su madre dormida, de la cual se escuchaba los fuertes ronquidos. Llegó a la cocina acomodando su boina en el modo que cubriera su cabello enmarañado por completo.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...