Allen llegó a la casa junto a su madre después de un largo día trabajando, el frío le calaba hasta los huesos y cuando entró, se fue directo a la cama para cobijarse. Gregory y Anne-Marie se quedaron en la cocina bebiendo té de hierbas, platicando sobre el trabajo y el matrimonio de su hijo. Bell quiso ser oídos sordos ante la evidente alegría de ellos porque se casara, los había escuchado hablar sobre el posible lugar donde se llevaría a cabo la boda.
Allen estaba acostado en la cama con la sábana cubriéndole hasta el cuello, no sé tomo la molestia de colocarse su camisón de dormir. Se encontraba tan cansado que prefirió dormir así. Ladeó su mirada hasta la vela encendida encima de la mesita, la mecha se movía conforme ráfagas delicadas de viento la tocaban. Cerró los ojos por unos minutos en una esperanza de no levantarse para limpiar la cocina, estaba muy cansado.
Aquella noche llegó a la casa de los Collins, era obvio que se encontraría con Wellington. Y con una amabilidad que a Allen lo hizo sonreír, Collins lo invitó al interior de la casa, esa vez él no pudo rechazar esa oferta. El corazón se había doblegado gracias a los pequeños comentarios recurrentes del contrario y su nada gracioso humor que por alguna razón le hizo reír.
Todos esos sentimientos que lo bombardeaban cada vez que le miraba era confusos, lo tenía en un estado de confusión donde prefería no sobre analizar. También sentía miedo, ¿que clase de persona se sentía así por otro hombre? No quería imaginar lo que pasaría si le dijera tales cosas a Wellington, lo más probable sería que guardaría distancia con él. ¿Por qué tenía miedo, si eran sentimientos normales hacia una persona que le agradaba?
Wellington le agradaba, realmente. Pero Mike también era su amigo y no sentía tales sentimientos hacia él cada vez que lo veía. Se encontraba en un momento que prefería no analizar su corazón y mente, debía concentrarse en el pronto matrimonio del cual ya no sentía tanto entusiasmo.
«—Cierta actitud suya me hace recordar a mi querida hermana Colette —le había dicho Collins esa noche.»
«—Y creo que encuentro admirable su manera de ayudar a esos niños —también dijo.»
Su manera de tratarlo esa noche fue muy cordial, casi cómo alguien de su igual. Allen no pudo evitar sentirse fuera de lugar ante tanta amabilidad que no parecía muy propia de Wellington, tal vez estaba de buen humor. Pero esa sincera sonrisa que le dio al final cuando cerraba la puerta de su hogar, fue tan real que hizo a su corazón brincar. Un repentino pinchazo en el pecho y ante tal toque no pudo evitar parpadear rápido.
Una acción tan extraña de él que le quito el frío por unos segundos y dio paso a una ola de calor cómo en los veranos más bochornosos. Aunque a la hora de llegar a su casa, las piernas le temblaban por el mistral helado que sacudía los árboles. Y ahora ahí acostado en su cama, no podía dejar de pensar en Collins.
Por unos instantes trataba de mantener la mente relajada y sacar la imagen de esa sonrisa sincera, la cual no debió parecerle encantadora, pero desgraciadamente así lo fue. ¿La sonrisa de un hombre le puede parecer encantadora a otro hombre?, no veía lo malo, tan sólo es una sonrisa. Inclusive había leído libros sobre amigos que hablaban de las mejores cualidades que tenían sobre ellos.
Una sonrisa encantadora, ojos intimidantes hasta en la mayor de las oscuridades, nariz recta, cejas tupidas. Una característica arruga sobre el entrecejo junto a la frente amplía, forma de vestir bastante elegante (incluso más que los otros ricos de la zona), una voz gruesa que cuando quería podía generar intimidación en las personas.
—Basta —se regañó Bell soltando un bufido. No era necesario hacer tantas características sobre él, no era relevante para su vida.
Dio un rápido soplido y la vela se apago, cerró nuevamente los ojos con fuerza, apretando la sábana entre sus manos inquietas. Quería dormir, levantarse para un nuevo día, trabajar y trabajar para no torturarse más con la imagen de Wellington. Lo detestaba, lo odiaba tanto.
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Wellington. [LGBT]
RomanceWellington Collins de cuarenta años, jamás contrajo matrimonio y el amor le parecía tonto. Todo gracias a una decepción amorosa en el pasado que marco profundamente su vida. Hasta que un día conoce a Allen Bell, un joven de veintiséis años de clase...