Capítulo 3

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El rostro de Draco estaba desencajado. No hacía muchos minutos desde que Harry había rozado sus labios de una manera tortuosa, para después levantarse e irse, así sin más.

Se dejó caer derrotado en el suelo, apoyando su espalda desnuda al borde de la cama. Estaba lidiando con sentimientos que, ni en sus tiempos más locos en Hogwarts, había sentido. Pero si entre todos esos sentimientos, tuviese que destacar al que más ruido hacía en su mente, definitivamente escogería la confusión que estaba sintiendo. Él no era gay, no, no lo era. O sea sí, había follado con tipos, pero todo había sido por el bien de la familia Malfoy. No lo había disfrutado ni una sola vez. Después de trabajar, solía ir al baño a vomitar, o darse duchas eternamente largas, como si eso fuese de alguna manera a borrar las marcas que la gente dejaba en él.

Por otra parte, sentía un ápice de miedo recorrer su cuerpo. Harry probablemente se había enfadado esta noche por su comportamiento y porque no había conseguido lo que buscaba: sexo. Con unas mínimas palabras suyas a Betty podían despedirlo, y Draco estaba más que seguro que Potter querría vengarse de él. No era por exagerar, pero realmente Harry Potter era una celebridad, desde el día que nació, hasta ahora.

Harry podía ser feliz a su modo despreocupado y simple. Después de todo, él era el chico cálido, de gafas redondas y labios delgados que le gustaba a todos por como era, sin tener que fingir ser alguien más. Y Draco, bueno, Draco era el chico rubio, pálido y frío que tenía que avergonzar a cuanta gente pasara por delante solo para tener la aceptación de un padre que, en sus peores momentos, no estaba.

Draco bufó, y con un murmullo casí inaudible, se levantó del suelo. —Vaya noche de mierda.

Tomó su maleta verde esmeralda y comenzó a llenarla con sus pertenencias, después de todo, estaba seguro de que Betty lo iba a despedir, y prefería hacerlo desde ahora a tener que pasar la vergüenza. Cuando estaba acomodando con desgana sus sudaderas negras dentro de la valija, la puerta se abrió, y por ella entró Betty, gritando con euforia. Lo que Draco temía había llegado.

—¡Malfoy! —la mujer llegó casí corriendo, sin parar de gritar.—¡¿Qué fue lo que le hiciste a ese chico?!

Draco tragó saliva. Estaba seguro de que Harry le contaría que se negó a tener sexo él, pero nunca contó con que le diría que lo agredió. De ser así, como bien dijo Betty, su familia estaría acabada.

—Eh... —Draco comenzó a entrar en un ataque de pánico. ¿Qué haría si lo despiden? ¿Estaría arruinado? ¡Maldita sea, Harry! —Puedo explicarlo, Madame Betty.

Betty arrugó su ceño.—¿Explicar? He trabajado como dueña de este burdel por más de cuatro años, Draco. Sé perfectamente lo que sucede cuando dos hombres se encierran en una de estas habitaciones, no necesito que me expliques nada.

Malfoy frunció el ceño, confundido.—No creo que sepa lo que ocurrió realmente, Madame.

Betty levantó una de sus cejas de manera pícara. —Sé lo que sucedió, Draco. El cliente quedó más que complacido contigo. ¡Dejó una propina tremenda! —Betty no paraba de hacer muecas de felicidad que a Draco solo le provocaban vomitar. Pero en este punto, el rubio se encontraba confundido con todo lo que Madame Betty le estaba contando.

—¿Complacido? —el labio inferior de Draco temblaba ligeramente.—¿Él dijo eso?

—¿Crees que soy una mentirosa?—atacó la mujer ante su desconfianza, abriendo aquel par de ojos ámbar.

Draco estaba más choqueado que hace unos diez minutos. ¿Harry había dejado una propina generosa, y había dicho que estaba complacido?

—No, es solo que yo...

—Vamos... —Betty tomó por una mano a Draco, interrumpiendo su hito.—Tengo que darte tu paga, sino Harry Potter me matará.

—¿Qué? —Draco preguntó, ya no asombrado, sino desconcertado.—¿Por qué?

—Quería asegurarse de que te pagaramos bien. —Y con eso, Madame Betty arrastró al rubio hasta su oficina.

Cuando Draco estuvo frente a la mesa de Betty, casí se atraganta. Una montaña de galeones dorados y cegadores reposaban en ella. ¿Pero por qué Harry pagaría tanto dinero si ni siquiera tuvieron sexo? ¿Qué demonios estaba sucediendo? ¿Qué era todo esto?

Draco pasó su dedo por su barbilla, ceñido en un hito que se envolvía alrededor del brillo dorado del reflejo en sus pupilas. Sus ojos, grises y filosos, solo podían observar las monedas en la mesa de madera frente a él. Con una mueca que pasó casí invisible, Draco tuvo una única pregunta que hacer.

¿A que juego estás jugando, Harry?

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