Capítulo 20

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Si de algo Harry estaba seguro el día de hoy, era que Draco no había mentido. El lugar donde se celebraría la boda era justo como los que Ginny solía añorar. Tenía muchísimas plantas de colores exóticos que Neville observaba con cuidado, la decoración se extendía desde la mesa de bocadillos y bebidas, en una punta, hasta las mesas con finos manteles bordados de plata, en el otro extremo. La música sonaba estrepitosa, ligandose con algunas personas que bailaban animadas, y de las que Harry sospechaba que serían las primeras en embriagarse. Tampoco dudó mucho de los demás invitados, porque hasta Draco se había desvinculado de su lado para ir por un trago para ambos. Y aunque Ginny se veía tremendamente encantadora con su majestuoso vestido de bodas, nadie en todo el mundo mágico podía dudar en este instante que sin el se veía aún mejor. Llevaba puesto un conjunto rojo brillante que combinaba con su labial, y por supuesto con su cabello. Su ahora esposo la rodeó con el brazo, ofreciéndole una copa con alcohol que ella encantada aceptó.

Harry caminó un poco por el alrededor, observando una fuente que tenía un gigantesco león de concreto que expulsaba un chorro de agua por la boca. A pesar de ser una estatua, estaba perfectamente hechizada, porque el león no paraba de agitar la cabeza, moviendo una melena gris perlosa y clavandole los rubíes que tenía por ojos a todos los invitados, incluso, Harry podía jurar que había visto al león rugirle a Draco cuando caminaba por allí, y que este había derramado un poco de su bebida sobre su camisa.

—Es solo una estatua. —recriminó el castaño oscuro al ver a Draco maldecir al león e incluso amenzarlo. A veces Draco solía comportarse como un niño. Harry tomó la larga copa de champaña que Draco traía para él y observó su camisa, la cual, efectivamente estaba empapada. Potter tuvo que cambiar la mirada porque sentía que podía perder la cordura si seguía observando como se adhería el trozo de tela húmeda al cuerpo del platinado, remarcando sus abdominales.—Sigues sin soportar los leones después de todo este tiempo.

Malfoy sonrió para sí mismo, escupiendo entre dientes, creyendo que nadie más que él lo escucharía.—No a todos.

—¿Qué dijiste? —preguntó el chico de baja estatura, al cual Draco le sacaba casí dos cabezas por encima de la suya.

—Nada. —observó su camisa, con un claro gesto de asco.—Tengo que cambiarme, acompañame.

Harry no necesitó observar a Draco para saber que tenía una mueca pervertida entre los labios, estaba claro que lo que menos haría el rubio sería cambiarse, y por si las dudas, no quería volver a la fiesta con las piernas temblorosas y el cuello repleto de marcas. —No. —tajó, bebiendo un sorbo de su trago.—Vé tú.

—Necesito que me pases las toallas limpias. —debatió.

—Eso puedes hacerlo tú. —Bien. Harry se estaba comportando borde, pero tenía un buen motivo para ello. Había ido a dejar la botella de champaña azul y cuando regresó no estaba Draco. No fue hasta media hora después que lo divisó doblando el jardín que estaba delante de la iglesia, y aunque el platinado le había jurado por Merlín que todo ese tiempo había estado en la iglesia, Harry sabía que Draco no era un fanático a Dios precisamente.—No estamos en la mansión Malfoy, Draco. Aquí no tienes elfos domésticos que hagan las cosas por tí, así que va siendo hora de que aprendas solo.

Por un demonio, pensó Draco. Solo quería llevarse a Harry de esta patética boda, pero se estaba aferrando a un comportamiento que no era el suyo. Esa actitud le pertenecía a Draco, no a él. Supongo que se debió sentir terrible cuando la usaron en su contra.

—No seas un cabrón ahora, Harry. —el rubio apretó tanto los dientes que su mandibula quedó más marcada que antes. Estaba perdiendo la poca paciencia que poseía.

Harry no se inmutó, seguía imperturbable como siempre. Y aunque ya se le había acabado la champaña espumosa y de color oro que bailaba dentro de su copa, se acercó a Draco y tomó la suya, bebiéndosela en su cara, con todo descaro y sin importarle su mueca de advertencia. Harry sabía que todas esas actitudes siempre desembocaban problemas peores, pero no quería mantenerse en una relación aburrida y rutinaria. Mientras pudiera joder a Draco todo lo posible, lo haría, porque después de todo, no sabían hasta cuando estarían vivos, y ya se había arriesgado y callado lo suficiente la última vez. Draco se mantenía estático, como si su padre le hubiese acabado de decir que era adoptado y que todo este tiempo se estuvo burlando de personas iguales a él. Nadie lo había humillado tanto en su vida, nadie se había atrevido antes a faltarle al respeto, mucho menos un hombre, pero sobre todo, lo que nunca nadie había logrado, era convertir la humillación que estaba sintiendo, en excitación. Harry depositó la copa de champaña en su brazo nuevamente, y si no fuera porque tenía buen aguante, la hubiera dejado caer, aunque eso implicara hacer un desastre de vidrios en el suelo. El castaño presionó sus labios húmedos por la bebida sobre la mejilla de Draco, cerca de su marcada mandíbula. Fue un beso lento, como si Harry quisiera gritar que tenía el poder absoluto, pero de una manera rara y caliente. Después de separar sus labios del cachete del Slytherin, ajustó un poco el traje negro a su cuerpo y caminó, alejándose del rubio y sentándose justo al lado de la única persona a la que Draco no quería que Harry se acercase.

Ron Weasley.

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