Capítulo 54

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Y entonces, el avión desplegó su vuelo, primero lento hasta elevarse en el cielo crispado de nubes blancas que parecían esponjosas al tacto y un horizonte azul y prometedor, que te hacía sentir feliz con tan solo mirarlo. Harry tomó la mano de Draco, haciéndole saber que estaba a su lado y que ni el avión —ni él— , caerían cuesta abajo. No mientras se sujetaran de las manos.

Harry colocó los auriculares a su móvil y vió la pantalla azul emerger de la oscuridad, inmediatamente reprodució una canción que solo escuchaba él. Miró a Draco, quien hojeaba un libro de páginas delgadas y olorosas, con su cabeza recostada a un costado de la ventanilla y el cabello blanco, que había crecido bastante en las últimas semanas, cayéndole sobre los ojos. Con un gesto evidente, Draco tomó el segundo auricular y juntos escucharon la canción que se había reproducido.

No era una casualidad. La canción significaba mucho para Harry, pues le recordaba en su punto exacto a la persona a su lado. Las notas musicales, suaves, casí dolorosas, hicieron que Draco mirara hacía la pantalla. No era su idioma, así que no estaba entendiendo, pero el sonido, la melodía y el aire que lo envolvió, hizo que su corazón se apretara dentro del pecho. Al ver la letra que se reproducía junto a la canción, se vió sorprendido por un nuevo sentimiento que antes no parecía estar. Él tampoco había compartido una canción con alguien más antes. Y eran entonces, esos detalles, lo que lo hacían quedarse.

«Dile ya a tus papás, que no vas a regresar, te vas con un loco que, no te para de amar.»

Harry disimuló una sonrisa. Cubrió un poco más su cuerpo con la manta gris que los tapaba a ambos y recostó su cabeza a la de Draco. No había pensado aún que sucedería cuando aterrizaran en Francia, tal vez ni siquiera quería hacerlo. Pensar siempre complicaba las cosas y el momento no parecía ameritarlo tampoco. Observó por la ventanilla un grupo de cientos de nubes amontonadas a las que, sin duda alguna, le encantaría dar formas imaginativas y algo alocadas, pero no solo, porque entonces, sería aburrido. La nube que podría parecer un pequeño conejito blanco y suave, quizá no era realmente nada estando solo, pero con Malfoy, todo tenía alguna forma.

«Tus ojos brillan más que la Luna, Sol y mar.»

El atardecer comenzaba a instalarse en el cielo, deseoso de darle paso a la noche. Un sol rojo hundiendose en el horizonte era lo que se veía mientras, de fondo, la aereomosa de cabello castaño y ojos avellana avisaba que el vuelo estaba por terminar y que estuvieran al pendiente.

La canción de Harry y Draco finalizó, dando lugar aleatoriamente a alguna otra de alguna banda británica que Malfoy solía escuchar, a juzgar por el exceso de guitarra, batería y algunos jadeos rockeros al fondo.

                             [...]

—Abre los ojos.

Harry acató la orden de Draco. Abrió sus ojos verdes esperando a que la luz de la habitación lo llenara por completo, sin embargo; lo único que encontró fue una habitación en sombras.

Recorrió con su mirada y ceño fruncido, mientras que su nariz se arrugaba ante el delicioso pero nuevo olor. Parecía incienso y venía de alguna parte bañada a oscuras. Al frente suyo había una pequeña cama en la que fácilmente entrarían él y Draco, repleta de mantas de colores neutros y cojines rojos pálidos o verde botella. Hacían un contraste tan increíble e indiferente que Harry pensó que aquella habitación había sido sacada de una de las fotografías que veía en Pinterest sobre "Decoracion Minimalista".

Frente a la cama, en la pared, descansaba un cuadro en blanco y negro que mostraba la imagen de un hombre de cabello rubio medianamente largo; tocar una guitarra electrónica. Un grupo de personas animadas lo observaban desde abajo, moviendo sus cabellos a ton y son de las melodías que salían del instrumento.

Draco se mantenía a su espalda, en silencio. Esperaba pacientemente a que Harry opinara, pero éste se encontraba absorto entre la oscuridad tan embelesedora y el aspecto hipnotizante del piso. Divisó que cerca del jarrón de margaritas a una esquina, había una pequeña puerta que daba hacía un balconcillo al aire libre, que probablemente Draco usaría luego para fumar, aunque siendo realistas, nada le gustaría más que ver su espalda fuerte, pálida y cicatrizada, y el humo de un cigarrillo emergiendo de sus labios rosados, con la ciudad iluminando la habitación. Oh, Francia. Tan solo con ella, Harry estaba seguro que sería feliz después de tanto tiempo.

Que equivocados estamos algunas veces. ¿Cierto, Harry?

Caminó entre la oscuridad y las partículas de polvo que se agrupaban en una hilera de claridad que se colaba entre el hueco horizontal de la puerta a sus pies. Esta hizo un ruido al abrirse, la madera verde clara estaba gastada y esto no pudo hacerlo sentir más contento, pues a veces la felicidad venía de mano con la escasez. Después de todo, en la pobreza se sabe querer.

Tan de pronto como Harry abrió la puerta, un aire frío le acarició el rostro, llenándole los pulmones. La noche se refugió en su habitación, dejando a la Luna de lado, como si esta no importara demasiado. Las estrellas, las miles de estrellas que parecían colgadas por un hilo al cielo, brillaron entre los ojitos verdes y aterciopelados de Potter. Se acercó a la barandilla de hierro blanca, observando la ciudad desde allá arriba. Estaban en un cuarto piso. Tan solo ellos. En una habitación diminuta donde solo cabrían ambos dos y el amor que se tenían.

Pero a veces, la tragedia se vuelve envidiosa, y es capaz de hacerse un lado en una esquina con tal de verlos sufrir.

Pero antes, y con una lobuna sonrisa en su rostro, decidió dejarlos disfrutar un poco de aquello que estaban viviendo, para que así, al momento de arrebatarles todo, les doliera el doble.

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