Capítulo 12

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Harry entrelazó su mano con la de Draco para dejarle saber que todo estaba bien, pero el rubio se removía incómodo entre el acumulación de personas que caminaban por la estrecha acera.

—Malditos muggles. —Malfoy gruñía cada que alguien lo rozaba, y ese fue el momento exacto en el que Harry supo que traer a Malfoy al mundo muggle había sido una muy mala idea.

Después de algunas horas de que Harry le rogara a Draco, el rubio terminó aceptando, más por la insistencia del castaño que por otra cosa. Pero a Potter, en los más profundo de sí, le causaba ternura la reacción de Malfoy con cualquier cosa que viera, y en cierto modo, le recordaba a sí mismo la primera vez que vistió el mundo mágico.

—Harry. —musitó Draco horrorizado, señalando a un punto en medio de la calle.—¿Qué es esa cosa?

El castaño volvió su vista hacía donde Draco apuntaba, Harry ahogó un suspiro derrotado.—Es un perro, Draco.

—¿Para qué funciona?

—¿A que te refieres con "funciona"?

Draco ladeó la cabeza como un niño pequeño.—Me refiero a que cuál es su objetivo ¿Para qué sirve?

El ceño de Harry se arrugó, por alguna razón no encontraba la dirección correcta, y con Draco haciéndole millones de preguntas y escondiéndose detrás de él, no conseguía concentrarse.

—Es una mascota, Draco. —instantáneamente, Harry recordó algo que posiblemente haría que el rubio terminara de formular preguntas.—¿Recuerdas a Fang?

Mientras que el niño que vivió observaba la dirección escrita en el papel, Malfoy ladeó su cabeza.

—¿La bola de pelos negra del gigante de Hagrid? —preguntó, recibiendo una mala mirada por parte de Harry.

—Sí, ese.

Cuando Draco iba a hacer otra de sus molestas preguntas, Harry encontró el lugar y agradeció a Merlín por ello. Sus rostros fueron iluminados por un cartel rojo en movimiento, las luces led se movieron animadamente, formando letras: TIENDA DE TATUAJES.

—¿Estás seguro de esto?

Harry volvió a observar el lugar, y aunque le aborrecían las agujas, valdría la pena.

—Sí.

Entraron en la tienda, siendo recibidos por un hombre con una gran barba amarilla y sus orejas repletas de pendientes. En ese momento ambos se despidieron, Harry fue conducido por el hombre de barba amarilla hacía un compartimiento y dió un respingo cuando sintió la voz del tipo, seguido del murmullo de algún tipo maquinaría encenderse.

—Recuestate en esa camilla. — señaló, colocándose los guantes de latex verdosos. Harry acató sus órdenes y se acomdó, rezandole a Merlín que no doliera tanto como costaba.

En el otro extremo de la tienda, había un curioso Draco preguntando sobre todo lo que sus ojos veían. El hombre volvió a preguntarle por enésima vez qué diseño quería, pero al rubio no le convencía ninguno de los que habían en el mostrador.

—¿Esta es la primera vez que te tatúas, hermano? —preguntó el hombre con un tono hippie. Draco hizó una mueca inconsciente ¿Por qué este hombre que ni siquiera conocía lo llamaba por "hermano"?

—Sí. —se limitó a responder.

El hombre se recostó a la pared, llevando su cigarro maloliente a las comisuras de sus labios.—Si no sabes que tatuarte, piensa en algo que sea importante para tí, algo de lo que no te arrepientas luego.

El rubio levantó la vista. —¿Algo importante?

Él hombre asintió. Draco ya tenía el diseño.

Media hora después, Harry y Draco volvieron a reencontrarse, ambos con una mueca de dolor. Los labios de Malfoy se entreabrieron, el mundo había dejado de tener sentido para él. Harry venía con el pantalón arremangado hasta la mitad de su pierna, la zona estaba enrojecida y con algún tipo de crema aplicada. Volvió a dirigirle una mirada intentando descifrar por que diseño había optado Harry, y cuando logró encontrarle forma, su corazón se detuvo.

Lo que se leía en las lineas cursivas y totalmente negras sobre la piel de Harry era nada más y nada más que el nombre de Draco. Malfoy, por su parte, había sido más creativo, aunque gracias a su creatividad, ahora tenía cierto dolor en la zona del pecho. Un pequeño león rojo y amarillo estaba tatuado sobre su piel, y sin duda alguna, era un claro recordatorio sobre Harry.

Lo mágico no eran las agujas, la tinta de colores, o siquiera los diseños, lo mágico era la intención. Draco había pensando en algo que, para él, no podía ser comparado con absolutamente nada en el mundo. Draco había amado a Harry desde el momento en que lo rechazó, porque a pesar de que lo había humillado, lo hizo enamorarse por primera vez. Harry tampoco había salido impune, se había arrastrado a él y a sus sentimientos de vuelta a donde pertenecían desde un primer momento, porque Harry no había nacido para otra cosa que no fuera amar a Draco, y Draco a su vez, solo quería ser amado por Harry. 

De regreso en el mundo mágico, Draco se preguntaba por qué todos los miraban, y luego recordó que la mano del niño que vivió y derrotó a Lord Voldermort se encontraba entrelazada a la suya, un ex mortifago hijo de nada más y nada menos que Lucius Malfoy.

Hablando del diablo, un elfo los recibió a los dos chicos en cuanto llegaron a la Mansión Potter.

—Amo Potter, es de mi agrado comentarle que...—la mueca del elfo era todo menos el termino agrado o sus sinónimos.—, esta mañana cuando se encontraba fuera, una lechuza que no identificamos dejó una carta.

El elfo extendió su pliegosa mano huesuda, sobre su palma callosa reposaba un sobre blanco con un sello
de cera derretido, plateado e intacto. Unos centimetros debajo y con una caligrafía cursiva y perfecta, el nombre de Draco Malfoy.

—Es para tí. —Harry le alcanzó la carta, arrugando las cejas ¿Quién más podría saber que Draco estaba viviendo en su casa?

La cera plateada y derretida mostraba una gran M mayúscula con detalles elegantes alrededor. Draco endureció su mandíbula, ni siquiera tenía que abrir la carta para saber de quien era, solo había una familia en todo el mundo mágico con esa insignia.

La suya.

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