Capítulo 32

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Este capítulo contiene escenas explícitas, vocabulario grosero, y comportamientos ofensivos. Porfavor si tú te sientes incómodx leyendo este tipo de textos, no pasa nada, puedes saltartelo y listo. Mil gracias por todo.

Draco... —Harry estaba estático, con Malfoy arrodillado ante él. Si alguna vez, cuando estudiaba en Hogwarts, alguien le hubiese dicho que Draco Malfoy, el peliblanco de ojos grises que siempre tenía un gesto de asco en los labios y solía usar a todas las mujeres, estaría arrodillandose ante él, pidiéndole compromiso, no le hubiese creído, dehecho, hubiese regañado a los gemelos por venderle droga, porque definitivamente, esa persona no podía estar más que delirando. Sin embargo, allí estaba.

—Por Salazar, Harry, dí algo. —Draco también tenía el corazón latiéndole gasolina por segundo, tenía tanto miedo de arruinar las cosas, o que nada volviera a ser lo mismo. Aún estando arrodillado, esperando por una respuesta, no podía negar que tenia una increíble vista del castaño desde allí abajo.

Harry salió de su trance, en el que se había hundido por algunos segundos.
Saltó a sus brazos, ahogando un chillido emocionado. Estaba a punto de convertirse en el prometido de Draco Malfoy.—¡Claro que sí!

Draco lo abrazó, era claro que su gran estatura envolvía al Gryffindor por completo, ahogandolo entre sus brazos, pero ni siquiera eso le importaba a Harry, tenía tanta felicidad que no pudo evitar pensar que ahora, sabiendo que Draco y él se iban a casar, se sentía más seguro que nunca. El hecho de que Malfoy lo eligiera a él como la persona con la que quería pasar el resto de su vida, hacía que su estómago se revolviera de felicidad. Lo sabía desde el primer momento, Draco no era una persona que mostrara sus sentimientos fácilmente, y si de una noche se hubiese tratado todo, desde el principio se hubiese alejado, sin embargo, eso no fue lo que hizo. Se mantuvo ahí, firme y pegado a Harry como un chicle en la suela de un zapato.

—¿Estás listo para dejar atrás tu tonto apellido? —bromeó Draco, mascullando cada palabra en el hueco que se ceñía entre su hombro y su cuello. Había evaluado todas las posibilidades, y eran muchas en las que Harry terminaba rechazando el compromiso, sin embargo, sabía que la felicidad que estaba sintiendo ahora, fácilmente podría servir para conjurar aquel Patronus que nunca consiguió hacer cuando adolescente.

—Mmm... —musitó el castaño, con cierta curiosidad, ganándose toda la atención del Slytherin.—; Señor, Malfoy. Suena bien.

Draco se acercó a su oído, susurrante, porque parecía ser que su estapa romántica acababa de caducar.—Bien sonará cuando lo gimas para mí.

—Tendrás que averiguarlo.—musitó Harry sobre sus labios.

Draco puso el anillo de compromiso en el dedo anular de Harry, observando como la piedra verde esmeralda brillaba con el tintineo de las luces. —Mi madre me dijo que se lo diera a la chica que yo pensara que fuera la correcta. No es una chica, es un jodido chico que me tiene malditamente enamorado de él ¿Quién lo diría?

Potter rió, Draco siempre conseguía sacarle una sonrisa con sus ocurrencias. Porque al final de cuentas, aunque a Malfoy le continuaban gustando las mujeres, no iba a casarse con una. Iba a casarse con él. Sí. Harry Potter y Draco Malfoy iban a casarse.

—¿Podemos irnos ya? —preguntó el rubio, mirando con repulsión la mesa decorada románticamente, con luces y un tanto apartada de la multitud.—Demasiado romance por hoy.

—Totalmente de acuerdo. —concordó Harry, que aunque le gustaba la versión romántica del rubio, prefería mil veces más aquella seria y fría. Ambos salieron del restaurante, donde la empleada no dudó en observarlos a ambos de la mano y suspirar ante ellos, como si también deseara algo así. Y era comprensible, cualquiera que los hubiera visto, siendo externos a su historia, hubiese creído que eran tal para cual, que nunca tuvieron problemas y que todo les era felicidad en su vida, y en realidad, era lo contrario, Harry y Draco habían sufrido mucho para llegar hasta donde estaban, habían atravesado demasiadas cosas para poder tomarse de la mano, y para ambos, ya era hora de vivir.

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