Capítulo 57

251 27 9
                                    

—Dios, Harry. —logró articular Draco con trabajo. Su pecho subía y bajaba con una presión asfixiante. Giró el rostro para toparse con la imagen más acercada a lo que sería el mismísimo hijo de Merlín en la Tierra.

Harry era hermosísimo, aún más con los cachetes rojos y los labios chorreantes de lujuria. Aquella lujuria que Draco bien sabía que era causada por él. Su tez blanca sobre un pecho cremoso y ligeramente marcado era seguida por un cuello que anteriormente había sido apretado por las manos de Draco en distintas posiciones. Habían manchas de pintalabios que ninguno de los dos recordaba a quien pertenecía, pero lo más chistoso de todo, eran los hematomas que se formarían a base de los marcas propiciadas por los labios de Malfoy.

—Esto es lo mejor que he hecho desde que tengo diecisiete. —declaró Draco. Aún tenía imágenes de Harry gimiendo su nombre y suspirando groserías, pero siendo sinceros, prefería guardarselas para él. Ahora mismo no era capaz de imaginarse a nadie más besando la piel de su chico ni tocandolo de la manera que él lo hacía sin estallar en celos. Draco era todo un hijo de perra si tocaban sus cosas. Y Harry era tan suyo que no solo llevaba su nombre tatuado en su piel, sino que también podría leerse con facilidad "Draco" entre las comisuras rasgadas de su alma.

Draco envolvió su brazo al de Harry, atrayendolo a sí mismo con tal de sentirlo más cerca, pero todo fue interrumpido por el incesante golpe en la madera gastada de la puerta principal del piso, uno tras otro hasta que esta dejó de estremecerse.

Harry miró a Draco y Draco a él, ambos estaban confundidos. No hubo necesidad de hablar nada, Malfoy levantó una ceja juzgante hacía el Gryffindor, quien negó lentamente. Sabía que con aquel gesto Draco le preguntaba si estaba esperando a alguien, pero... ¿A quién podría ser, si Harry ni siquiera conocía a nadie además de Draco en toda Francia?

Se levantó con cuidado de la cama, dándole la espalda a Harry, quien no pudo evitar pensar la tremenda vista que tenía de Draco desde ese ángulo, una espalda musculosa y repleta de las marcas de los arañazos suyos. Río para sí mismo cuando vió a Malfoy mirarlo con mala cara y murmurar un hechizo que lo vistió en menos de dos segundos.

Mierda, pensó Harry. Había olvidado que Draco dominaba la legeremancia a la perfección.

Malfoy se asomó cuidadosamente por el diminuto hoyo de vidrio que había en la puerta, con su brazo doblado en la espalda y la varita tras éste, preparado.

La boca se le secó en cuanto las personas tras su puerta quedaron ante sus ojos grises. Sus manos, inconscientemente agarraron un delicado tic nervioso, el dedo anular, donde estaba su anillo de bodas, comenzó a temblar ligeramente. Mientras que se había quedado casí en un estado de shock, decidió apartar su rostro de allí. Con lentitud para que las personas tras la puerta ni siquiera escucharan el sonido de sus pies contra el suelo.

Las botas negras con detalles dorados, los pantalones asegurados a las piernas, aquellos sacos azabaches y las manos enguantadas del mismo color. Eran varios y no estaban solos. Los acompañaban varias personas con traje, túnicas sencillas y corbatas. Sus rostros le eran conocidos a Draco, pero sus expresiones le brindaban un sentimiento que había estado ausente en su vida desde Voldermort. Y ese era el miedo a ser atrapado.

Tres golpes más hicieron que la puerta vibrara frente a sus ojos. Draco se sobresaltó. Aplicó el mismo hechizo en Harry y este estuvo vestido en un momento. Ya no vestían pantalones ajustados ni puloverts con frases a la moda.

Malfoy caminó lentamente haciendo que sus botas tuvieran compasión con las tablas gastadas bajo sus piernas, moviendo con suavidad su túnica verde oscuro con el diminuto logo de Slytherin en una esquina y un increíble porte de poder respondió por él. Miró a Harry, sus ojos verdes denotaban miedo, pero Draco estaba seguro que aunque este fuera el desenlace final, no permitiría que le hiriecen.

El Gryffindor se levantó de la cama, con suavidad para que ninguno de los resortes de la cama hiciera algún ruido que los delatase. Su traje oscuro convinaba con la túnica negra que tenía también un pequeño logo de su casa, demostrando lo que era en cada uno de sus pasos: un león, una fiera, un hombre que no le temía a nada, pero que cuando hablaban del amor, o mejor dicho de Draco, no podía evitar sentirse débil.

Ninguno de los dos vestían como simples muggles en una grandiosa ciudad. Ahora ellos eran los magos. Y estaban dispuestos a usar un par de trucos para complacer al público.

Draco se acercó a su esposo, mascullando con la serenidad que lo caracterizaba un par de ordenes.

—Necesito que te vayas.

Harry abrió los ojos. Confundido.

—¿Perdiste la cabeza? No te voy a dejar solo, ni aquí ni en ningún lugar.

Draco apretó su mandíbula. Amaba a Harry pero en estos momentos y con el Ministerio y varios aurores tras su puerta, comenzaba a odiarlo.

—Potter. —Harry sintió un ardor en su estómago cuando escuchó a su hurón llamarlo por aquel apellido que se había vuelto tan lejano a él.—Tienes que irte ahora.

Draco no tenía dudas sobre por qué habrían personas del Ministerio fuera de su puerta, y es que, sin importar si se escondían en el pueblo más alejado del mundo, el Ministerio los encontraría. Asesinar a un heredero, sin importar si era Malfoy o Tonks era un delito grave, y aunque Draco era increíblemente bueno ocultando cadáveres, sus planes no siempre eran cien por ciento efectivos.

Desde afuera, la voz de un hombre mayor se escuchó.

—Draco Lucius Malfoy Black; se solicita de carácter urgente que abra la puerta y se entregue por el homicidio de Nicholas Tonks, hijo de Andrómeda Black y Ted Tonks. Le daremos cinco minutos para que se entregue por su voluntad, de lo contrario derribaremos la puerta con o sin usted dentro.

Draco entró en pánico. Maldita sea, pensó. ¿Cómo se habían enterado si había hecho cenizas todas las pruebas? ¿Habrían hablado los hijos de perra de sus guardaespaldas? Disipó todos los pensamientos. Ya tendría tiempo para matarlos también a ellos en ese caso.

Malfoy se giró hacía Harry, tomándolo de las mejillas.

—Por una maldita vez necesito que me escuches, Potter. —Harry miró aquellos filosos ojos azules grisáceos que tenía Draco, enamorado.—Necesito que te largues lo más lejos que puedas. Tengo contactos que te ayudarán, pero te necesito lejos.

Harry arrugó el ceño.

—No, estoy contigo en esto. Ambos matamos a Nicholas, no es justo que tú tomes el peso de todo sobre tus hombros. Draco, por dios, déjame ayudarte.

El de cabellos blancos negó.

—Conozco al Ministerio, Harry. He estado en Azkaban más veces que tú y sé que no soportarías un jodido día allí dentro. Ahora toma tus malditas maletas y largate lejos, entre más lejos mejor. Yo me encargaré de ellos. —Draco besó su frente, aquello parecía una despedida.—No llores, porfavor. Pronto estaremos juntos, lo prometo.

Se giró, encarando la puerta, pero antes de ver a Harry saltar por el balcón, le dijo con los labios rojos y entreabiertos.

—Si me llegan a atrapar, porfavor, olvidame.

¿¡Potter?!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora