Capítulo 8

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7:56 pm.

Draco había intentado evadir a Harry el resto del día, porque a pesar de estar viviendo en su casa, sabía que el castaño aprovecharía cualquier momento para recriminarle por lo de esta tarde, así que no se le ocurrió mejor idea que aparecerse unos minutos antes de la cena, donde sabía que aunque Harry quisiera, no podría ni siquiera confrontarlo.

Bajó el primer escalón de veinte, una alfombra roja que brillaba de manera majestuosa se enrollaba en cada peldaño hasta llegar a la superficie plana del suelo. Al pie de las escaleras se encontraba una persona a la cual Draco comenzaba a adaptarse. Harry vestía un traje azul oscuro, con algunos detalles al estilo victorioso. Su cabello, a diferencia de siempre, estaba peinado hacía atrás, dejando ver completamente su cicatriz en forma de rayo, de la cual incluso Draco estaba orgulloso, porque al fin y al cabo, mostraba quien era Harry, y por las cosas que había pasado para estar aquí, a unos metros de Draco y luciendo más apuesto que nunca. El rubio tuvo que mirar más de cerca a Harry para comprobar que lo que colgaba del lóbulo de su oreja izquierda era un pendiente de plata, y que raramente, le quedaba increíble. Nunca había visto a Harry luciendo ningún accesorio de mujer, y aunque ese le daba un toque masculino y maduro, Draco no pudo evitar imaginarse lo lindo que se vería Harry con algunos pasadores en su cabello.

Del otro lado de la escalera, Harry comenzaba a pensar que todo el aire del planeta había desaparecido, aunque en realidad era que él mismo, que había dejado de respirar en cuanto vió a Draco. Malfoy había cumplido su promesa, no había vuelto a vestir nunca más un traje negro. El traje blanco que vestía se ceñía en los lugares específicos, y aunque no lo necesitaba para lucir bien, este hacía que su complexión física luciera mejor de lo que para Harry ya era. Malfoy tenía el cabello ligeramente húmedo y al parecer había tomado un tiempo para cortárselo. Un pequeño flequillo dorado y algo despeinado cubría una parte de su frente, y sus labios, medianamente gruesos, estaban rojos por la fricción que oponía contra sus dientes. Cuando Harry ya había vuelto a respirar naturalmente, Draco bajó el escalón número veinte, y casí instantáneamente, el timbre sonó.

Potter se dedicó a saludar a los invitados e indicarles el camino, pero sin conseguir quitarse a Draco de su cabeza. Cuando todos estuvieron sentados y deleitandose con la exquisita comida que los elfos servían en la mesa, Malfoy se percató de algo. El hijo de Franz, Mark, no le había quitado los ojos de encima a Harry. Incluso ahora que estaban cenando seguía teniendo su mirada clavada en el castaño. Harry también lo había notado, pero había preferido limitarse a comer y bajar la cabeza.

Malfoy endureció la mandíbula, sintiendo como sus dientes tronaban por el exceso de fuerza. Bajó su mirada, intentando ignorar el hecho de ver como el hijo de Franz atacaba a Harry con miradas, poniéndolos a ambos incómodos. Los ojos de Draco, que hace unos segundos observaban distraído el suelo que se colaba por el espacio de la mesa y su torso, se fijaron en sus zapatos, volvió a levantar la vista, observando como todos cenaban en armonía. Iba a ser un hijo de puta, pero era el hijo de puta que a Harry le gustaba.

Se ayudó con su pie izquierdo para conseguir retirar el zapato derecho, con algo de silencio, levantó un poco el mantel blanco que cubría toda la mesa y observó en que dirección exacta estaban las piernas de Harry.

Harry se sobresaltó al sentir un pie dar caricias ligeras en sus zonas más erógenas, levantó su vista, encontrándose con la de Malfoy, quien cargaba una de esas risitas burlonas que solo se podían dibujar en su boca. Sus labios estaban rojos de beber tanto vino y sus orbes azules destilaban furia, excitación y deseo. El pelinegro aún no se decidía si era una buena idea contarle la manera en que lo había llamado la noche en que se había desmayado.

León.

Era algo que debía combatir consigo mismo, pero no lo haría ahora, no con Draco estando entre sus piernas. Malfoy tampoco entendía el por qué había bebido tanto hoy, pero después de observar como Mark, al otro lado de la mesa, jugaba con el tenedor entre sus labios y observaba a Harry, lo entendió. Claro que Harry no estaba atendiendo a lo que el hijo de Franz, que probablemente solo era un niño con las hormonas alborotadas hacía. Aunque quisiera no podía prestarle atención, no cuando tenía a un rubio, maduro y egocéntrico dándole placer frente a todos.

Algunas risitas se escapaban de los labios de Draco cuando oía a Harry suspirar, le gustaba verlo batallar consigo mismo para determinar que debía hacer, si debía darle paso a lo que estaba sintiendo o simplemente ignorarlo. Era una completa adicción verlo lidiar con el enigma que resultaba ser Draco.

Harry estaba a llegando a su límite, y Draco lo supo en el momento que sintió su estómago tensarse y autoseguido verlo morder sus labios, reprimiendo un gemido. Bajó su pie de las caderas del castaño y volvió acomodarse el zapato. La mirada de desconcierto que recibió por parte de Harry había valido la pena, incluso cuando el castaño lo ignoró el resto de la cena y se dispuso a seguirle las miradas y los gestos obscenos que le hacía Mark en forma de venganza.

Para cuando la familia del ex auror se había despedido, Draco se encontraba en la cocina, con una mueca de asco y odio ligada en la cara.

—Draco, tienes que dejar de beber. —Harry entró en la cocina. Se había demorado despidiendo a la familia Uchis un poco más de lo que Draco había considerado. Harry tenía los tres primeros botones de su traje azul victoriano desabrochados. Su cabello ahora estaba algo despeinado y su pecho subía y bajaba con tanta presión que casí no le dejaba hablar. Draco hizó una mueca inconsciente, no tenía ni siquiera que preguntar por qué se había tardado.

En lugar de apartar la botella, Malfoy tomó otra que aún estaba intacta. —¿Terminaste de follarte al hijo de tu amigo, Harry?

El corazón del chico con cicatriz comenzó a later con fuerza. La amargura con la que Draco había pronunciado cada palabra había abollado en su pecho. El rubio lo apartó del camino. —Quítate.

En otro momento, probablemente Harry le hubiese recriminado el trato tan frívolo, pero no lo hizó, en lugar de eso, se quedó estático en medio de la cocina, sin poder reunir el valor suficiente para no dejar ir a Malfoy.

Esa noche Harry descubrió que, el hecho de que las palabras de Draco le dolieran tanto, solo podía significar una cosa. Se estaba enamorando.

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