Capítulo 38

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Harry había imaginado desde un principio que una boda dejada a manos de Narcissa Malfoy, sería un grandísimo evento, perfectamente decorado, pero lo que sus ojos, un poco cansados por la pasada noche, observaron estando a unos metros de la iglesia, lo dejaron impactado.

Observó una vez más, sintiendo como la respiración abandonaba su cuerpo, dándole paso a un nuevo sentimiento: la emoción desenfrenada.

Había escapado hace unos instantes de Molly, quien lo buscaba desesperada para comprobar que el novio estuviera impecable, pero sin dudas y aunque se arrepintiera, no podía dejar de colarse por una de las puertas traseras para observar la decoración del local. Cientos de luces, como aguinaldos, alumbraban las mesas a unos metros de la iglesia, con un leve tono sepia que daba esa sensación de calor y tranquilidad por la que todos rogaban en un evento de este tipo. Las mesas, cubiertas de manteles finos y blancos, estaban alineadas simetricamente. Hasta Harry, quien estaba en un estado de impacto total, le parecía extraño que el clima estuviera tan relajado en esta época del año, con los árboles cercanos arrojando sus hojas crujientes y otoñales, haciendo juego con las plantas artificiales de rosas blancas, justo como la que adornaba el bolsillo de su traje.

Potter observó una vez más su reloj de mano, rodeando una de las sillas de madera y su respectiva mesa y percatandose que ya era hora de la ceremonia, y que todos, incluido Draco, lo estaban esperando. Dejó atrás el pequeño paraíso otoñal y sereno que había deslumbrado, las mesas bien ordenadas y las copas de chamapaña que esperaban ser bebidas por los invitados, para volver por donde vino.

La sangre se le acumuló en los cachetes cuando observó llegar a Molly. La mujer lucía realmente bien, quizás tanto como para llegar compararla con la juventud de su hija. Esta no se veía nada feliz, arregló un poco el vuelo de su vestido azul de puntos blancos y caminó en dirección al chico.

—¡Harry Potter! —vociferó.—¿Se puede saber donde estabas? La ceremonia va a comenzar.

Molly ajustó un poco más el lazo blanco en el cuello de Harry, para seguidamente alizar su traje con las manos, suspirando.

Harry se observó antes de salir por la puerta, percatandose que la imagen en el espejo mostraba la mejor versión de sí mismo que nunca antes alguien había perfeccionado. Sus piernas se envolvían en un traje blanco, perfectamente liso y sin una sola arruga. Tenía el cabello negro cayéndole a ambos lados del rostro, lacio y sedoso. Sus labios eran una perfecta mota rosada que fácilmente podía hacer juego con sus emocionadas mejillas. Él no era un chico arrogante como lo fue alguna vez su novio, pero sin duda alguna no podía negar que se veía maravilloso este día, porque después de todo, este era su día, el suyo y el de Draco.

Suspiró. Estaba listo.

Abrió la puerta para que su corazón diera un giro de 360°. Tras ella, esperándolo, se encontraba la única persona con la que Harry no contaba ver.

Lucius tenía su bastón empedrado en una de sus manos, mientras que la otra se mantenía erecta, esperando que Harry la colocará sobre la suya. Porque sí, Lucius Malfoy sería la persona encargada de llevar a Harry al altar, a dejarlo justo a la merced de su hijo.

Potter volvió a suspirar. Quizá no estaba tan listo.

Caminó algunos pasos hasta que sus zapatos negros y lustrados chocaron con el campo de fuerza que envolvía a Lucius, colocó su mano sobre la de su suegro, quien lo miró una última vez antes de arreglar su corbata y comenzar a caminar a la iglesia. El mayor de los Malfoys tenía el cabello lacio e inmovil de tanto gel aplicado, e incluso Harry, quien pensaba que Lucius era un hombre insensible, podía llegar a sentir como sus pálidas manos temblaban sobre las suyas. En ese momento, por más nervioso que estaba, deseaba que Draco le hubiera enseñado aunque sea un poco de legeremancia para leer la mente de Lucius.

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