Capítulo 51

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Draco tenía la palma de sus manos sobre los párpados de Harry, cubriendo sus ojos. Un aire invernal recorrió sus mejillas, haciéndole saber que ya no estaban en casa, ni en el auto, sino en el lugar al que Draco había prometido traer a Harry. Era de noche cuando salieron, así que las voces de mujeres, niños y hombres se colaban por sus oídos, lo que lo llevó a darse cuenta que estaban en un lugar público.

—¿Estás listo? —preguntó la voz ronca de Draco a sus espaldas. Harry tenía los ojos cubiertos, pero no los oídos. Así que todo el ambiente a su alrededor sonando desenfrenadamente, lo emocionaba más aún.

El castaño asintió, consiguiendo que Malfoy retirara sus manos, suaves como la lana, de los párpados de sus ojos. Le costó adaptarse a la claridad, principalmente a las de las luces de aguinaldo que colgaban alrededor de los árboles, pero lo hizo. Pestañeó unas cuantas veces, queriendo asegurarse que aquello fuese real, y cuando se percató de que lo era, su corazón empezó a latir erraticamente.

Frente a sus ojos, había una hermosa y gigantesca pista de patinaje.

Pero lo curioso no eran las personas acurrucadas en sus bufandas de colores ni abrigos calentitos, tampoco los niños patinando en cualquier dirección y comiendo algodón de azucar morado, sino que el lugar en el que se encontraban era nada más y nada menos que una pista mágica de patinaje.

Afuera, la noche soplaba con una brisa calmada, pero en el momento en que pisabas la pista, el ambiente se tornaba a un invierno tan fuerte como los del Polo Norte, con millones de copos regozando de esplendor y cayendo mágicamente y casí sincronizados.

Brillando, Harry fue capáz de atrapar uno y cuando lo tuvo, helado y áspero, en la punta de su mano, sintió un corrientazo de recuerdo invadirlo. Por un instante dejó de estar en la pista de patinaje, con las personas y la nieve ambientada y falsa. Ahora se encontraba en la Mansión. La Mansión Potter.

La nieve, real y espesa, cubría algunos arbustos de blanco a su alrededor, empañando los grandes ventanales de cristal y haciendo solpar las cortinas de terciopelo rojo de los corredores. Afuera, el sol hacía lo posible por derretir la nieve por completo, pero en cambio; solo conseguía hacer que Harry se regocijase de sus rayos. 

A su derecha estaba Draco, sonriendo. Harry sintió su corazón latir tan fuerte que pensó que incluso los latidos se escucharían en Manhattan. Ver a Draco sonreír era simplemente perfecto, como terminar una obra de arte y regocijarse en satisfacción, o en cambio, beber un buen vino dulce con quien amas. Malfoy tenía los cachetes rojos, incluyendo la punta de la nariz. A Harry le daba una sensación de alegría verlo sonreír, aunque no sabía bien por qué motivo estaba así.

De un momento a otro, su recuerdo se rompió, cayendo al suelo en pequeños trocitos de agua ligados con hielo. Draco chasqueó sus dedos frente al rostro de Harry.

—¿Estás aquí?

Potter asintió. Se había vuelto un mentiroso.

—¿Tienes frío? —volvió a preguntar, aunque ni siquiera le dejó responder cuando sintió una bufanda esmeralda arroparse a su cuello, e instantáneamente el olor delicioso de Draco llegó a su nariz, haciéndolo sentir seguro. Entonces, Harry se percató de algo. Quería enterrar su rostro en el cuello de Malfoy, o en una gigantesca almohada donde él hubiese dormido. Quería. Realmente quería vivir sus últimos días así.

Sintió ser jalado de la mano cuando Malfoy lo tomó, llevándolo hacía el centro. Harry ni siquiera sabía patinar bien, pero por lo que sus ojos verdes observaban, Draco era todo un maldito experto.

El frío complicaba las cosas, mientras que las piernas temblorosas de Harry no sabían que hacer, Draco lo jalaba de un lado a otro, ligandose con el resto de personas y haciendo que las luces de aguinaldo hicieran brillar su cabello de amarillo o azul. Le dió una vuelta, a lo que Harry se tambaleó un poco hasta adaptarse. Y entonces, recordó nuevamente.

En su nuevo recuerdo, Draco también estaba y Harry supo que esta era la razón del por qué lo había olvidado. Bailaban juntos bajo la nieve, aunque no en una pista de patinaje. Los copos parecían muñecas amoldeadas para danzar incansablemente hasta romper sus piernas, o hasta que el piso las rompiera. El hecho de recordar por partes hacía que Harry se frustrara, más aún porque no perdía la sensación de conocer a Draco más allá de lo que pensaba. Y en sí, lo odiaba. Odiaba saber que era su esposo, a pesar de que no lo creía. Y sobre todo, odiaba que a pesar de haberlo olvidado, comenzaba a enamorarse de él como un desconocido.

Volvió a observarlo. Allí entre todas las personas bailando y riendo. Entre las luces de aguinaldo que daban la sensación de estar en medio de enero, junto con los niños que gritaban frases sin sentido y comían algodón de azúcar, Harry supo que estaba jodido, porque entre tantas personas, él solo sabía mirar a Draco.

                            [...]

— ❝ Entonces, Levana siguió el cordel atado a la punta de su dedo meñique, justo como decía la leyenda. Si era cierto, esta misma noche encontraría el amor. ❞

—¿Crees en la leyenda? ¿Sobre el hilo atado al dedo y todo eso? —preguntó Harry. Su curiosidad era tanta que tuvo incluso que interrumpir a Draco en su lectura.

La poca luz de la luna que se rompía contra el césped en el que estaban acostados, hacía que las letras en el libro que sostenía el peliblanco en sus manos, se vieran borrosas, gastadas y fantasmales. Draco tragó saliva, haciendo que su manzana de Adán se moviera de arriba a abajo, nervioso.

—No, Harry. No lo creo.

El castaño asintió. ¿Se sentía triste por ello? Claro que no. Era una tonta leyenda de libros para adolescentes, bajo ningún concepto podría ser real, pero aún así, y casí inconscientemente, observó su dedo meñique en un reflejo. Entonces, Draco habló.

—Pero si existiera un hilo mágico que te atara al amor de tu vida, estoy seguro que el mío conduciría hasta tí.

Harry comenzó a sentir su corazón golpear insistentemente dentro del pecho. Imbécil corazón.

Draco dejó caer su cabeza en la hierba verde, haciendo que algunos mechones blancos se ligaran con esta. Se veía horrendamente hermoso de perfil, con sus labios respingados en una pequeña curva rosada, su nariz perfectamente amoldeada y sus ojos grises cerrándose al compás de sus pestañas blancas y rizadas. El abrigo negro que lo cubría esta noche, se adhería a sí mismo como una segunda piel, llegando hasta los contornos más altos de su cuello y ronzandole un poco la mandíbula. Sus piernas arqueadas, sostenían el libro entre cada muslo, con aquella tapa dorada y café oscuro que había tomado de la repisa de su padre por la mañana, junto con algunas botellas de tequila que no pensaba usar.

Se giró para observar a Harry y sus ojos se encontraron. Jesús, pensó Draco. Harry era precioso, con aquel par de ojos esmeralda brillante y aceitunados, con sus labios delgados y rojos como la sangre. Con aquel sweatter de estambre que tenía un osito en el centro y una bufanda colgandole al cuello. Sus manos estaban en reposo, dedos tan finos como agujas, donde aún reposaba un anillo de compromiso, que aunque Harry no comprendía bien por qué estaba, había decidido no quitárselo. Principalmente porque estaba aferrado a la idea de recordar a Draco. Tenía que hacerlo. Se lo debía. No podía simplemente olvidar a alguien tan importante de un día para otro. Recordaría a Draco aunque fuese lo último que hiciera. Y aunque a su lado las palabras no eran necesarias, Draco habló está vez.

—¿Y tú? ¿Crees en la leyenda?

Harry se encogió de hombros.

—No. Creo que no.

Entonces Draco detectó un atisbo de tristeza en sus ojos.

—No hay prisa, Harry. No crees que exista un hilo que te ate al amor de tu vida, pero se puede aprender hacer. —murmuró. Draco tuvo una tonta idea momentánea. Llevó sus dedos a su cabello rubio, tomando una hebra de este.

Cuando tuvo un cabello lo suficientemente largo, le dió varias vueltas en su dedo meñique, enredandolo, para luego tomar la mano de Harry y hacer un pequeño nudo en su dedo que cerrara el intervalo entre los dos. El cabello blanco brilló con la luz de la luna y Harry río ante aquello.

—Este será nuestro hilo del amor.

Draco asintió.

—Desde hoy hasta siempre.

Entonces y casí como un lema, Harry lo confirmó.

—Desde hoy hasta siempre.

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