Harry abrió la carta, que parecía haber sido sellada de una manera muy apresura y torpe, no se asemejaba en lo absoluto a las que Draco solía enviar, perfectamente selladas y oliendo a él. A Harry también le temblaban un poco las manos, no sabía que podía ser lo que contuvieran sus letras y no quería salir dañado nuevamente. Rió con nostalgia. Debía haberse replanteado eso la primera vez que decidió acercarse a Draco, el chico de cabellos blancos y carácter frío, toda una zona de peligro que te gritaba desde el primer momento que solo podrías salir de allí con los restos de tu corazón en las manos.
Efectivamente, y aunque la carta no estaba perfectamente escrita, ni oliendo a Draco, la caligrafía excelente del Slytherin se adhería al papel con tinta verde, aunque solo hoy parecía estar un poco estropeada. No había recibido ninguna carta de Malfoy en todos estos días, por lo que la curiosidad de saber por qué hoy, lo carcomía, además de darle un pequeño dolorsito en el pecho, indicándole que algo no iba bien.
Para Harry:
Cabeza Rajada. ¿Cuánto tiempo, no? Solo han pasado unas semanas, quizá, y ya extraño el irritante olor a tu perfume. Probablemente ni siquiera abriras la carta, debes estar tan enojado conmigo y no voy a discutirlo, yo también estoy enojado conmigo. Soy un imbécil. Espero que algún día te des cuenta de lo mucho que llegué amarte, aún cuando mi cuerpo deje este mundo, seguiré haciéndolo, porque Harry, nadie puede hacerme sentir tanto como lo hiciste tú. Quisiera poder escribir en esta carta las razones por las que te amo, pero me quedaría sin pergamino. Algún día alguien llegará amarte tanto como yo lo hice, y cuando eso suceda, no quiero ni siquiera que me recuerdes, no quiero que te frenes a darte la oportunidad de amar a alguien más solo por mí recuerdo. Harry, vive tú vida, sigue adelante, continúa siendo el tonto Gryffindor del que me enamoré, que mientras eso suceda, yo estaré feliz. Sé que me comprenderás, siempre lo has hecho, y lo sé porque el amor que siento por tí es tan grande que temo que me persiga en las próximas vidas, aún así y sabiendo lo que eso implica, te buscaré en todas y cada una de ellas, cabeza rajada.
Con más amor del que me gustaría,
D.L.M.B
La vista de Harry estaba nublada. No había ni un rastro de disculpas en toda la carta, y eso fue lo que más lo aterró, porque Draco no se estaba disculpando, se estaba despidiendo. Cuando ese pensamiento cruzó su mente, confundida y adolorida, entendió todas las líneas del pergamino. Si Draco había sido un imbécil o no, ni siquiera le importaba, solo sentía su mente trabajar, sus manos temblando, los labios secos y, por supuesto, un pergamino mojado de sus propias lagrimas. Vió a su nueva lechuza aún en el umbral de la ventana, su plumaje blanco y café brillante, observandolo con el rostro decaído como si ya conociera la noticia.
Harry bajó a tropezones las escaleras, con el estómago revuelto, pero no más que su mente, que lo único que sabía hacer era culparlo aceleradamente por si llegaba tarde. Tenía la mente tan llena de pensamientos de Draco que ni siquiera podía concentrarse lo suficiente como para hacer una aparición. Tomó una larga respiración, mientras las manos aún le temblaban y las mejillas seguían húmedas, el mero pensamiento de ver a Draco muerto le hacía perder la concentración. Enfocó su mente en la entrada de la Mansión Malfoy por unos segundos y automáticamente comenzó a sentir una sensación de presión en todo el cuerpo, como si su torso y cada parte de él estuviera siendo aplastada. Abrió los ojos cuando sintió la fuerte brisa y el olor a margaritas marchitas rozarle la nariz, seguidamente se encontró cara a cara con la gigantesca verja que se había abierto veces atrás con la sola presencia de Draco, y que ahora, al estar sin él, se mantenía cerrada.
Harry comenzó a entrar en un ataque de pánico, sacó su varita del bolsillo trasero y apuntó a las puertas enrejadas que lo obstaculizaban.
—Alohomora. —efectivamente y como lo había imaginado en primer lugar, las puertas se quedaron estáticas. Las verjas de la Mansión Malfoy estaban protegidas bajo el antiguo encantamiento AntiAlohomora.—¡Mierda!
Unos pasos hacía adelante y Harry ya tenía sus manos envueltas en las puertas enrejadas, agitandolas y haciendo que el sonido del hierro se esparciera en el silencio que envolvía el lugar, junto a sus sollozos derrotados.—¡Draco! ¡Draco! ¡Maldita sea! ¡Draco!
Más adelante, las puertas de la casa se abrieron, tan altas e imponentes, dejando ver a Lucius, seguido de Narcissa, quien al ver el estado de Harry, a unos largos metros de ella, ordenó que la verja de hierro se abriera.
—¿Qué hace este aquí? —escupió Lucius en un tono despectivo, que ni siquiera logró dañar a Harry más de lo que ya estaba.—Draco no está.
El castaño, quien tenía el rostro palpitante de una clara muestra de dolor, y los labios rojos y entreabiertos, ignoró olímpicamente al mayor de los Malfoys.
—Narcissa, necesito ver a Draco. Déjenme pasar, porfavor, te lo ruego. ¡Tengo que ver a Draco, ahora!
—Él... —susurró la mujer, queriendo hacerle caso a las miradas amenazantes de su esposo, quien le ordenaba con la mirada que no dijera que Draco se encontraba en casa. Pero Narcissa no pudo evitar ver el rostro de Harry, que destilaba preocupación, terror y tristeza. Frenó sus palabras, haciéndose a un lado y dejándole la entrada libre a Harry, que no desperdició ni un minuto y caminó en zancadas por los corredores, directo a la habitación del rubio.
Aunque Lucius quisiera tapar el verdadero caos que estaba ocurriendo dentro; con la mentira de que Draco estaba feliz con su nueva esposa, Harry no le creía, no podía hacerlo. Sabía que Draco, por más fuerte que fuera, estaba desmoronandose tanto, o más que él.
—¡Draco! —Harry golpeó la puerta de madera oscura de la habitación del rubio, sin obtener respuestas. Estaba desesperado, con el corazón latiendole gasolina por segundos.—¡Draco, abre la maldita puerta o la derribaré, sé que estás allí adentro! ¡Abre la puerta!
Ninguna respuesta. Harry azotaba las puertas pero parecían estar cerradas por dentro. De pronto, dos personas hicieron presencia. Lucius venía agitado, junto a Narcissa quien tampoco entendía nada, a juzgar por su mirada de desconcierto y preocupación.
—¿Se puede saber que es todo este escándalo? —suspiró, con la cara roja por el enojo, pero ni eso le hizo cambiar de idea a Harry, quien estaba dispuesto a derribar la puerta y hasta la maldita Mansión Malfoy con tal de encontrar a Draco con vida. Ya lo había perdido una vez, no lo perdería de nuevo.—Ya te he dicho que Draco no se encuentra. Está en un viaje con su esposa.
Harry caminó en circulos, revolviendose el cabello, frustrado. Las palabras de Lucius, cargadas de mentiras y malas intenciones, solo conseguían hacer que su cabeza doliera más. Lucius iba a volver hablar cuando Harry perdió el control de sí mismo. Estaba rojo de la frustración de tener a Draco al lado suyo y no poder tocarlo, o siquiera saber que estaba bien. Incrustó su puño envuelto en furia en el rostro de Lucius, recordando como una vez, hace algún tiempo, su padrino Sirius Black también lo había hecho.
—¡Esta es por separarme de Draco!—escupió, tras encestarle un perfecto golpe a Lucius en la mejilla izquierda.
El mayor de los Malfoys se movió de lugar debido al impacto, despeinando su cabello blanco. Tenía la boca en una perfecta "O", con una reciente hemorragia corriendole cuesta abajo de la nariz, y los gritos de Narcissa de fondo.
Inmediatamente, y con la euforia aún corriendole en torrenciales por la venas, el castaño se giró, y con su pierna golpeó repetidas veces la puerta de madera, hasta que la cerradura de esta se hizo añicos. Harry, aún estando asustado y rezando por la vida de Draco, no dejaba de verse masculino y atractivo en ningún momento, con el cabello pegado a la frente por el sudor y las pestañas rizadas y largas de tanto llorar.
La puerta se abrió, expulsando algunos trozos rotos y puntiagudos de madera, dejando a la vista una habitación verde y negra, con una gigantesca cama de dosel en el medio, y sobre ella, en la pared, una repisa donde brillaban cientos de trofeos amarillos y plateados, que mostraban con orgullo el emblema de la casa Slytherin. La vista de Potter se expandió por toda la recámara, que era casí tan grande como la Mansión. Sus ojos esmeraldas buscaban desesperados a Draco, pero no lo encontró, sin embargo, pudo divisar un grueso hilo de sangre comenzar a extenderse desde un extremo de la habitación hasta el cuarto del baño, donde la puerta estaba entreabierta.
Los ojos de Harry, verdes y eléctricos, se dilataron tanto que parecían negros, sus labios se secaron por completo, y su pulso, el que antes estaba acelerado, ahora ni siquiera estaba. Su corazón comenzó a latir tan fuerte que pensó que le daría un infarto, pero sin embargo y aunque a Harry le hubiese gustado que así fuese, no ocurrió. Se encontraba más vivo que nunca, y justo eso era lo que le hacía querer enloquecer.
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¿¡Potter?!
Fiksi PenggemarHarry tomó una respiración, su abdomen palpitaba en sangre y dolor.-Lo único que sabemos hacernos es daño, Draco. El platinado habló, con tanta pasión como si su vida dependiera de eso, y por su tono de voz, parecía que él también estaba sollozando...