Capítulo 25

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La puerta fue azotada una vez más. Harry se resignó abrir antes de que los elfos la partieran a la mitad pensando que había saltado por la ventana o se había suicidado, que para ser claros, era mucho mejor que tolerar la realidad. Había pasado una semana desde la fiesta en la Mansión, y a pesar de que Harry se había prometido a sí mismo reaccionar indiferente con lo que estaba sucediendo y no responder ninguna carta ni lechuza que Draco enviase, simplemente no podía, por el diminuto hecho de que Draco no había enviado ninguna. Ni un mensaje, ni una carta, absolutamente nada. Periódicos como el Profeta, solo sabían hablar sin parar sobre el nuevo matrimonio, la supuesta ruptura entre él y Draco, y por supuesto, la unión de los Malfoys con una de las más influentes familias de Gran Bretaña.

Abrió la puerta, encontrándose con uno de sus elfos.

—Señor Potter. —saludó, educadamente y actuando como si nada sucediera. Como si Harry no llevara una semana sin salir de su habitación, ni probar un bocado de comida.—; Un jóven lo busca.

—Dile a Draco que no quiero verlo.—sentenció, devolviendose a su habitación.

—No es el jóven Malfoy, mi señor.

Harry frunció el ceño, confundido.—¿Quién es?

—No lo sé, mi señor. Solo nos ha dicho que recibió una carta suya ayer y que necesitaba verlo.

En ese momento, Harry se dió cuenta de quien hablaba el elfo doméstico. No se le ocurría alguien más que encajara con la descripción, por lo que se apresuró a entrar nuevamente a su habitación y recojer en sus bolsillos; todos los galeones que cupieran. Bajó las escaleras, a tropezones, hasta llegar a la puerta principal. La abrió, dejando ver un joven de baja estatura que era idéntico a la descripción que le habían dado. En el callejón Knockturn era sencillo conseguir artículos de magía negra, pociones raras y, por supuesto, droga.

—¿Gael? —preguntó Harry, no muy seguro. El tipo frente a él olía a pólvora, wiskey y marihuana, a pesar de que Harry ni siquiera había olido nunca aquella hierba.

Gael, el tipo de estatura baja, asintió. Era digno de la típica personalidad de las personas que frecuentaban aquel callejón.

—¿Trajiste lo que te pedí? —preguntó Harry, jugando con sus dedos.

El hombre miró a Harry de arriba abajo, observando su pijama que parecía no haber sido cambiado hace algunas semanas, sus terribles ojeras que indicaban noches de insomnio y los rastros de una reciente barba que comenzaba a crecer desde su mandíbula, pero que curiosamente, le daba un aire masculino, fuera de eso, Harry era un completo desastre.

—Eh, sí. —balbuceó.—Aunque siendo sinceros, no te ves muy bien amigo, ¿Estás seguro de querer comprarla? ¿La has consumido alguna vez?

Oh, sí, pensó Harry. Solo se encontraba de pie por inercia, sentía que en cualquier momento podría caer de rodillas y dejar que el mundo comenzara a moverse sin él. Casí como un auto reflejo, todos los recuerdos de Draco vinieron a la mente del castaño, precisamente la noche en que estaba tan drogado como para defenderse por sí mismo y Draco apareció, pensaba que, quizás así, Draco vendría a por él y todo volvería a ser como lo era antes, y aunque sabía que eso no sucedería, no quería tener que lidiar con las emociones.

—Sí. —respondió Harry ante la pregunta de Gael.—¿Por qué crees que estoy en este estado?

El castaño sabía que, aunque no se encontraba así por las drogas, mentir respecto a ello le facilitaría la situación. Al fin y al cabo, ante los ojos de Gael, Harry ya estaba arruinado y un poco de droga más, o menos, no haría la diferencia.

—Bien. —aceptó, no muy seguro. Ni siquiera Gael sabía por que le preguntaba eso al chico. Nunca le había importado lo que sucedía con las vidas de las personas a las que le vendía droga, a pesar de saber que muchas morían por su culpa, pero al fin y al cabo, ese era su trabajo. Miró al chico nuevamente. Era muy jóven para ser un drogadicto o simplemente para morir. Tal vez si no le alcanzaba el dinero, podría así tener un motivo aparente para no venderle aquello y engañar a su propia consciencia.—¿Cuánto tienes?

Ni idea. Era la respuesta que estaba por salir de la boca de Harry, pero se limitó a sacar todos los galeones dorados se sus bolsillos, haciendo que los ojos de Gael se dispararan en lujuría y ambición. Para ser honestos, Gael no se perdería aquella suma ni siquiera por Harry. Agarró todos los galeones como si su vida dependiera de ello, dejándole en la manos a Potter; una bolsita mediana con una sustancia brillante dentro.

—Gracias. —murmuró Harry, aunque sin saber bien por qué. ¿Por ayudarlo a atacar en contra de su propia vida? ¿O por llevarlo directamente al camino de la drogadicción?

Cerró la puerta cuando vió que Gael se alejaba de su casa a paso rápido. Examinó el pequeño paquete: la droga mágica tenía algunas diferencias notables de la muggle. Su textura, además de ser menos gruesa, también se caracterizaba por un brillo que, según habían explicado algunos adictos empedernidos; era lo que los había invitado a consumirla. Harry nunca había consumido cocaína mágica, pero por lo que había escuchado mientras vagaba por una de las estrechas calles del callejón Knockturn, entre las brujas y magos decrépitos y arruinados, y las tiendas dedicadas a las artes oscuras, se decía que, además de ser una de las sustancias químicas más caras del mundo mágico, también tenían ciertos efectos estimulantes, alucinógenos o incluso deprimentes. Las personas solían usarla también, como una variante del Veritaserum, ya que la mente, al estar en un estado tan elevado de psicosis y éxtasis, hacía contestar todas las preguntas con la verdad absoluta.

Harry subió a su habitación, no sin antes revolver la bolsita brillante. Se sentía tan entumecido que ni siquiera le importaba lo que podía sucederle a su mente, o a su físico. Tomó uno de los abrigos más gruesos que tenía y bajó nuevamente. Los elfos, por otra parte, se sintieron felices al ver a su amo, quien alguna vez había sido el increíble joven que había luchado por sus derechos, volver a tomar el ritmo de la vida, pero si tan solo supieran que Harry solo quería enterrar el rostro en el pecho de Draco, aspirar el olor a perfume caro y tabaco que se adhería a todas sus camisas o trajes y escuchar su voz ronca decirle que todo estaría mejor, porque aunque Harry no lo sabía, él no era el único que estaba sufriendo.

Se arrojó en el césped húmedo y recién cortado, había anhelando tanto mostrarle ese lugar a Draco alguna vez, rodeado de arbustos, árboles y flores, donde las mariposas volaban y el concepto de magia cobraba sentido, sin embargo, ahora se encontraba allí estando solo, deprimido y con droga mágica a punto de esnifar. Tomó el billete muggle que guardaba como recuerdo una vez que decidió instalarse a vivir en el mundo mágico por siempre y lo envolvió en un delgado rollito, con ayuda de este, aspiró toda la sustancia blanca que permanecía en líneas sobre la palma de su mano, derrochando brillo a diestras y siniestras.

Harry no pudo evitar cerrar los ojos cuando el polvo comenzó arder dentro de su mucosa, se sentía tan bien y tan mal a la vez que solo conseguía recordarle a algo que, curiosamente, también le daba la misma sensación. Y aunque sabía que era totalmente improbable que Draco volviera a por el, el éxtasis de la droga, le hacía sentir así. Observó el cielo, extendiendo la palma de su mano, queriendo tocarlo, e inconsistentemente, atrajo los recuerdos de un Draco pelinegro gritándole a la noche cuanto lo amaba, y estando ahí, no podía evitar preguntarse que pudo haber cambiado en algunos minutos. Sentía el nervio instalarse en la parte alta de su estómago, lo que había escuchado llamar a otras personas como mariposas, pero que para él solo eran insectos lepidópteros con sus pares de alas descoloridas y rotas, y lo peor de todo era que si alguien le hubiese dicho que el amor era tan doloroso, y que el amar a Draco iba hacerlo romper su corazón y atacar en contra de sus principios, aún así, lo hubiese escogido a él una y otra vez.

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