El Gran Hermano te mira

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El Grande soltó su último rugido

El Liquidador contemplaba su cadáver

Sentí que alguien me arrastraba

Disparos, gruñidos y el motor de un vehículo eran escuchados

Una explosión cerca de mí me aturdió

Y después, nada






































"El pueblo no debe temer a sus gobernantes, los gobernantes deben temer al pueblo"

V.













































Mi supervivencia era cada vez más peculiar. Por alguna razón, siempre salía viva de cualquier enfrentamiento. Era como si estuviera todo planeado, para que llegara hasta el final. Y desde la muerte de Bibi, dejé de creer en las casualidades.

Lo primero que noté fue que estaba atada de manos y pies en una habitación malamente iluminada por las luz del día. Las paredes, blancas y desgastadas. Frente a mi, una chica joven de entre dieciocho y veinticinco años vagamente intentando mantenerse despierta. Por la posición del sol no debía de ser muy tarde.

Por suerte o por desgracia, no tenía ninguna atadura en mi boca, y libremente pude expresar la inquietud básica en estas situaciones.

La pregunta, en tono bajo y débilmente audible, fue suficiente para despertarla completamente.

Preocupada, me observó con cierto grado de miedo; lentamente se retiró de la habitación, para que sus gritos sobre mi llenarán el silencio que reinaba.

Y al cabo de minutos, volvió dicho fémina de castaños cabellos. Desarmada y temerosa. En su rostro pude ver que no de mí, sino de quiénes la acompañan. Un hombre y una mujer la escoltaban. Me eran familiares. En algún lado los había visto, especialmente el hombre de ojos verdes y cabello azabache. No recordarlos me producía una incomodidad, la cual aumentó cuando en su tono de voz pude adivinar que sí me conocía. Aún así, su nombre no me ayudó a recordarlo.

Nefarian: Doctora Gulptill, ¿Hasta qué punto hemos llegado? El prometedor Landon Farr tiene razón al decir lo dicho la última vez que lo vimos: quedan pocos científicos en el mundo, y tenemos el privilegio de contar con una.

Landon Farr, el científico psicópata. Nunca antes estaba más feliz de la muerte de un ser humano.

Nefarian: Es una lástima que hayas ayudado con la muerte del Físico— mi leve pero visible sonrisa desapareció—, que decepción. Te atamos solo para decirte que has condenado al estado de Nevada. Igualmente la infección habría acabado contigo, pequeña abeja.

El hombre vestía un traje negro, con una corbata verde oscura, la cual tenía una gema verde en el cuello como decoración. En su mano derecha tenía un guante am rojo vivo, mientras en su mano izquierda no.

Sin mucho esfuerzo pero sí gracia, se quitó el guante de la mano: tenía un particular color rojizo, y una serie de heridas bastante notorias. Era exactamente igual a la de un Calcinado.

Nefarian: Ella pidió que lo haga, me ordenó matarte, y por eso ella ya no existe— por lo visto, tenía precaución a la hora de mover su mano derecha— no importa. A tu derecha, podrás ver que nunca estuviste sola.

Sentado, también atado, estaba una persona que días atrás había conocido. Le habían ejecutado por la ira contenida del vampiro. Aún así, frente a mi estaba  Gared Cysmeier, el ingeniero en diseño del laberinto. Vestía uniforme militar, en su hombro había un logo peculiar, y el nombre de Task Force 141.

La Plaga De La LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora