Monster (mini capítulo)

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Para una mejor experiencia, leer desde el principio del capítulo con la música.

"Shelly es un monstruo. Ya no es humana, no es un robot. Es un ser funcional, pero extraño..."

"No debería estar viva"

"Shelly, la monstruo"

Patience. Patience

Starting artificial life supports

Waking up the organic guest

Di mi vida. Di mi muerte. ¿Y eso en que me convierte?

Un monstruo.

Cuatro meses protegiendo a la ingeniera pródiga en su búsqueda de conocimiento. Un fatídico día en el que su vida corría peligro, y antepuse la mía frente a la de ella.

Pero no era mi fin. Ella no lo quiso así. Jugó a ser Dios, y jamás morí. Jamás viví.

Ahora era prisionera en la fábrica que una vez fue mi hogar.

Dormía donde antiguamente era una práctica de tiro.

Y mi vida estaba en manos de su sucesora.

Meg Brainrot. Una rebelde. Una fanática. Cruel y despiadada, oculta bajo su condición de infante.

Mi vida dependía de ella, al tener mi corazón en sus manos. Una muestra de su perversión heredada de su antecesora.

Pero, ¿Era realmente así? Ella había cometido un error: asignarme como supervisora. Luces, torretas, puertas, robots. Controlaba todo lo relacionado a la seguridad de la Fábrica. Mi corazón estaba frente a mi, como muestra de su poder custodiada por sus hombres de confianza. Ninguno vio los disparos que atravesaron sus cráneos.

Meg Brainrot. Orgullosa y confiada. Una completa estúpida.

Tenía otra vez mi corazón en la caja. Un monstruo. Era eso. ¡Un monstruo!

Pateé la puerta. Disparé al hombre que la custodiaba. Me vieron con terror. "Se ha rebelado". No se atrevían a acercarse con sus patas de mesa o cuchillos de cocina. Fue gracias a las órdenes de sus líderes que con pavor atacaron. Uno a uno mi machete se manchaba de sangre. Ninguno se atrevía a mirarme a los ojos. Ninguno quería estar allí. Todos querían huir. Preferían los peligros de la noche que enfrentarse a mi. Hasta que nadie quedó para temerme.

Porque era eso: un Monstruo.

Llegaban y llegaban. Ninguno lo creía. Nadie quería creerlo. Mi machete cobraba venganza. Ya no eran humanos. Eran dianas con patas. Intentaban lo que sea para sobrevivir a mi gracia. Dialogar, engañar, atacar, escapar...

Los cobardes inútiles ya habían quedado atrás. Ahora habían cobardes aficionados. Masacrarlos se hizo más satisfactorio.

Todos merecían la muerte. Ninguno quedaba con vida. Disparo en la cabeza. Puñalada en el cuello. Desmembramiento. Trozos de cerebro en el suelo. ¿Piedad? ¿Tuvieron piedad conmigo? Sin supervivientes.

No importa edad, género o validez. Todos merecían el mismo destino. La prometedora topógrafa Lexine Murdoch escapaba mientras liquidaba a los jóvenes novatos que la intentaban proteger. Y de no ser por la intervención de uno de ellos la doctora estaría igual que el resto del Segundo Piso. Tenían armas de fuego. ¿Pero sabían disparar?

Solo doce balas. Un cargador. No me gustaba, pero había cierto placer en usar un machete. No sabían disparar. Cabeza y cuello. Únicas partes sin muchas "modificaciones".

¿Por qué apagar las luces? Era mejor que vieran lo que los iba a matar. No me gustaba ser sádica, pero era necesario. La venganza nunca es buena, solo otorga satisfacción temporal. Joder, que satisfactorio. Que eterna satisfacción.

Meg veía con horror lo que había sucedido. Ordenó a todos sus hombres, mujeres y niños mi ejecución. A cambio, yo los ejecuté a ellos. Ella dejaba morir a sus compañeros por su propio beneficio. Los empujaba a mí para ganar tiempo. ¿Pero era eficiente lo que hacía? Morían en vano intentando evitar lo inevitable. Nadie sabía disparar. Nadie sabía cómo hacerme frente. Solo pedían piedad, hasta que Meg se ocultó en su oficina. Los pocos que sobrevivieron pedían clemencia. Me dejaban pasar sin ofrecer resistencia. No fue suficiente.

Lexine Murdoch no estaba entre esos supervivientes.

Ninguno de sus científicos.

Pero sí estaban en el laboratorio que ayudé a descubrir. Solo Lexine Murdoch no estaba.

Meg Brainrot. Confiada, orgullosa. Idiota.

Pero también era inteligente. Pero no para su supervivencia. No para la vida.

No para detenerme.

Montaba un robot. Intentó inútilmente atravesarme con su enorme espada. Con las manos lo detuve, y la arranqué de su cuerpo metálico mientras me acribillaba con la ametralladora de la máquina. No me hizo nada. No puedo decir lo mismo de la puñalada que le di al robot con su propia espada.

Retrocedió y siguió disparando desesperadamente al ver que no me detenía. Solo avanzaba más rápido. Salté sobre su monstruo, un brazo mecánico fácilmente accesible. Destruido por once perdigones de escopeta.

Siguió disparando con su pistola de juguete. Fingí sentir dolor para darle esperanza. Y cuando su munición acabó, de una patada la saqué de su robot.

Cayó de rodillas mientras le apuntaba a la cabeza. Frente a frente. Lloraba claramente. Era una niña.

No, no lo era. Había renunciado a ese derecho.

Admito ser exagerada. Pero siempre fuí buscadora de justicia. ¿Que es la justicia más que la venganza?

¿Debía recrearme? ¿Reprochar sus actos? ¿Mostrar las consecuencias de abusar de un poder absoluto? ¿Su error de tener mi corazón cerca de mi?

Su cabeza hizo boom, mientras su cuerpo caía inerte al suelo. Que decir que su guardaespaldas llegó tarde. Rico intentó dispararme sus peculiares proyectiles. Rebotaban contra mi. Por eso, fue fácil lanzarle mi machete y atravesarle el ojo. Cayó destruido al suelo.

Ahora faltaba lo más importante: detener sus planes. Meg tenía entre manos algo grande. Muchos estaban implicados. Si no hacía algo todo acabaría. Yo debía ser su arma, pero las cosas se torcieron. Ahora, debía acabar con él o ella y su séquito de psicópatas.

Y tenía una pista para llegar hasta ella. Una persona que indirectamente estuvo involucrada en todo esto. Solo con formar parte de ellos activó todas las alertas.

Maxine Goodspeed

La Plaga De La LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora