Yo, robot

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La siempre sarcástica sonrisa de Penny era normal para mí. Por muchos años fue la mueca más común en su rostro. Pero ahora, verla en el suelo sonriendo con sinceridad, con cariño, me resultaba extraño. No le perdonaba que por su culpa haya muerto Nita, pero no todo era malo. Podía intentar quererla de nuevo.

Penny: Bueno, hace un tiempo que todo está silencioso. ¿Quieres ir a saquear?

Lo dijo con una emoción digna de un pirata. Porque eso era: una saqueadora amistosa. Ella nunca había arrebatado una vida, directamente, y era más bien pacífica. Esto, a la hora de saquear pequeños barcos mercantes en sus años de gloria, le daban la dificultad extra de no poder hacerlo a la fuerza. Usaba su ingenio y un poco de suerte a su favor para sus objetivos. Y nunca falló.

Acepté al ver la emoción contagiosa de la fémina.

Me guió hacía una lujosa habitación con decoración perteneciente a la Edad Media/inicios de la edad Renacentista. Allí había un hombre vestido con túnica blanca, cabizbajo, leyendo un libro.

Penny: Bea, él es el Sacristán Andrés— lo saludó con un hola; no reaccionó

Gracias al título que aquél hombre ostentaba, supe que la habitación era una sacristía. Y como toda sacristía, poseía los ropajes eclesiásticos, material para la Iglesia y una cantidad excesiva de vino.

Penny tomó un bolso que había allí y metió todo el vino que el espacio y su resistencia le permitieron, así como pólvora y su característico trabuco.

Penny: Siéntete libre de hacer lo que quieras, yo voy a prepararme para salir.

Y caminó hacía una puerta.

El sacristán, sin reparar en mi presencia, esperaba atento. Él no sabía que lo noté, pero vi el metal de una daga escosesa debajo de su túnica.

El peso de mi daga ensangrentada aumentó de pronto. Sentí la necesidad de ser yo quien atacara primero, pero Penny tenía dos armas de pólvora, ella sería más efectiva.

Así que esperé sentada, observando de reojo al joven hombre concentrado en su lectura, hasta que algo hizo que perdiera el ritmo.

Comodoro: ¡Sacristán! ¡Nos están saqueando! ¡Debemos proteger las arcas de Zurich!

Aún pese al hábito oscuro que poseía, pude apreciar el desconcierto en su rostro al verme allí sentada.

Comodoro: ¡Dios mío¡ ¡Sigue viva la aprendiz de la hereje!

Pero antes de hacer nada, el Sacristán Andrés lo apuñaló una vez en el hombro, otra en el pecho y una última en su cuello con la daga. Al ver con sangre su túnica, sin mucho reparo y en silencio la arrancó casi sin esfuerzo, mostrando un traje cómodo con refuerzos suficientes para caídas y golpes.

Tenía un peculiar reloj en su muñeca, que emitía una luz verde.

Daga en mano, se retiró de la habitación en el momento en el que Penny entraba.

Penny: Según él, era un espía. Pertenece a los Corredores Nocturnos, supervivientes de alguna parte de la ciudad; sí Bea, la ciudad está llena de vida y llena de muerte.

Me mostraba escéptica.

Ella vestía su franela a rayas, con las mangas arrancadas para su mayor comodidad, así como una franela debajo. Al igual de que Sacristán, ella poseía ciertas defensas en sus antebrazos y otras zonas vitales. Llevaba una pistola en la mano, otra en un costado, y un bolso militar con cajas y cajas de licor.

Yo en cambio, estaba vestida con simples harapos otorgados por los sectarios y una daga común.

Penny: Sabes, en las pocas semanas que estuve aquí me convertí en mensajera. Envíaba pactos, declaraciones, infomación y mensajes a diversas personas. Unos eran más miembros de la Iglesia, otros eran los propios Corredores Nocturnos, incluso hicimos negociaciones con la República— sonrió al ver que captó mi interés— no se que les ves a ellos, la última vez que los visité estaban llenos de corrupción y prácticamente en la ruina.

La Plaga De La LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora