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• °47° •

Había estado decaído últimamente.

Desde que mi madre me prohibió salir durante la temporada de lluvias, además por el peligro que significaba Damon, me sentía atrapado y más aislado que nunca.

La última receta que me había dado mi pediatra no hacía más que empeorar las cosas, a menudo mi familia me encontraba llorando sin razón aparente.

Por un momento, aparecía que estaba consiguiendo felicidad en mi vida...

Pero, no era así...

Había mentido mucho sobre Damon, asegurándole a mi mamá y a mi pediatra que ya no lo quería ver, ni hablar con él.

Pero en mi corazón, la verdad era muy diferente.

Mi conexión con Damon no se basaba en simple amistad, había nacido del amor, un amor tan profundo que nada más importaba para mí.

No importaba lo extraño y sombrío que fuera Damon, ni el daño que tal vez me hubiera causado.

Me sentía encadenado a Damon de una manera que no podía explicar, ni querer romper.

No podía dejar de amarlo.

Una tarde, mientras le daba de comer semillas a mi pollito Harrison en una pequeña tapa de botella, escuché golpes en mi ventana.

Con cuidado, guardé a Harrison en el pequeño bolsillo de mi camisa que estaba en mi pecho y me acerqué a ver.

La calle estaba húmeda y seguían cayendo muy poquitas gotas.

Allí, en la lluvia, estaba Damon, empapado pero con una sonrisa presiosa. En sus manos sujetaba una cuerda.

Damon me hizo gestos para que saliera.

Miré el perchero, donde colgaba mi piloto para la lluvia.

Me puse las botas y mi abrigo, y con la misma cuerda que él había utilizado antes, el me la arrojó y la até a la pata de mi cama.

Me deslicé por la ventana hacia abajo.

Damon me esperaba con una mano extendida.

--Ven, vamos a dar un paseo, William--

Sin dudarlo, acepté su mano, cayendo rendido de su enamoramiento.

Mientras caminábamos, Damon notó a Harrison asomándose por el bolsillo de mi camisa.

--¿Qué tienes ahí?-- preguntó, aunque ya lo sabía.

Sonreí y le mostré a mi pollito, ahora durmiendo plácidamente.

--Es Harrison--

Damon lo miró con ternura y explicó.

--Sólo te dejé a Harrison. Los demás pollitos están con la mamá gallina...--

Sentí una mezcla de gratitud y tristeza, pero no quise pensar demasiado en ello.

Continuamos caminando por las calles mojadas, hablando en voz baja.

Damon me preguntó cómo estaba con el pediatra, y  solté mi frustración.

--Estoy enojado con él. El pediatra insiste en cada sesión que yo consiga nuevos amigos. ¡No entiende nada! ¡Además él piensa que no eres real!-- exclamé con el enojo latente en mi voz.