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Él se detuvo en la entrada de su escuela secundaria, observando las recientes remodelaciones.

Las paredes recién pintadas y las ventanas renovadas daban un aire de frescura al edificio, pero no lograban disipar la pesadez que sentía en su interior.

Este era su último ciclo escolar, y muchas cosas habían cambiado en su vida... para bien, o para mal.

Su padre lo había abandonado cuando aún era un niño, y Damon había sido adoptado por sus abuelos, quienes, aunque dulces y bondadosos, no podían llenar completamente el vacío que sentía.

No era por rencor hacia su padre, ni mucho menos, de hecho, le importaba poco saber a profundidad de la nula interacción afectiva que llegó a tener con ellos. Ni siquiera consideraba a su madre parte de su vida, ya que había fallecido intoxicada por su propia cuenta.

Durante sus últimos años, se había aplicado a los estudios como nunca antes. Quería asegurarse de que sus compañeros lo valoraran, si no por su carisma, al menos por su inteligencia.

Ninguna persona desearía volver a burlarse de él, si se enterase de que había cometido dos asesinatos a mano armada, de los cuales salió impune y sin sospechas.

Ahora caminaba solo por los pasillos despejados, dirigiéndose al aula B-6, el lugar donde pasarían los próximos meses.

A pesar de que conocía a muchos de los estudiantes de aquí, los cambios en la modalidad de clases significaban que habría nuevos rostros.

Al entrar al aula, notó que el profesor aún no había llegado.

Los estudiantes estaban ocupados en sus asuntos, algunos le saludaron brevemente, reconociendo su presencia y respetando su reputación de ser uno de los chicos más inteligentes.

Él devolvió los saludos con formalidad, mientras buscaba un lugar para sentarse.

Entonces, algo llamó su atención.

Al fondo del aula, un chico estaba sentado solo, con su pupitre dado vuelta, sólo enseñaba la espalda a la vista.

Tenía el uniforme azul y los pantalones negros como todos, y su cabello castaño crecía salvajemente por los costados de su cuello.

Él, intrigado por éste, se acercó lentamente, escuchando los murmullos de otros estudiantes.

El chico estaba absorto en lo que hacía, modelando figuras con plastilina de todos los colores. Había pequeñas casitas y un intento mal hecho, pero gracioso de un sapo.

Encontró esto extraño y muy infantil.

¿Por qué un chico de último grado traería plastilina a la escuela?

Mientras todos los demás estaban enfocados en las chicas y los deportes, este chico parecía vivir en su propio mundo.

Él decidió que esto era muy llamativo, y se quedó observándolo por un rato con una pequeña sonrisa cerrada al verlo moldear.

--Oye, nunca te había visto por aquí... ¿Te gustaría decirme cómo te llamas?-- preguntó amablemente y con formalidad, acercándose un paso más.

El chico no levantó la mirada, se quedó continuando concentrado en su plastilina, la cuál estaba utilizando para crear un sapo con forma de pelota.

Él repitió su pregunta, esta vez tocando su hombro.

--Perdona, te había dicho si te gustaría decirme tu nombre...--

El chico de castaño se sobresaltó y levantó la mirada, mostrando unos ojos grandes y azules llenos de inocencia y preciosidad.

--¿M-me hablas a mí?-- dijo nervioso, apartando la mirada constantemente a sus figuritas de plastilina.

--Sí, te hablo a tí...-- aclaró tocando su cuello, para luego, dejar su mochila en el suelo.

--¡P-perdón por ignorarte! Es que, nadie se atreve a hablarme, nadie lo ha hecho...-- mencionó el castaño inquieto, haciendo distraídamente unas patitas de palito para el sapo.

--No te alarmes, te entiendo. Yo quiero hablar conti...-- 

Fue interrumpido por el otro.

--¿¡E-estás seguro de que quieres hablar conmigo!?-- preguntó temblando en su silla.

--Así es, quiero hablar contigo. Pero primero, presentémonos antes de iniciar una amistad...-- expresó cariñoso, viendo la silla desocupada de su mesa. --Dime... ¿Cómo es que te llamas?

El castaño pestañeó apenado, jugando torpemente con sus manos, sin saber qué decir.

El chico tomó asiento junto a él, y lo miró con una intensidad que lo hizo sentir al otro vulnerable y seguro al mismo tiempo.

--Es... es la primera persona que me pregunta por mi nombre...-- dice bajando la mirada, sintiendo la vergüenza y el dolor mezclarse en su interior.

--¿De verdad?-- dice comprensivo, acomodándose en su asiento.

--¡Si claro!-- éste se toma un respiro suave antes de presentarse con dificultad. --Bueno... yo me llamo Liam... ¡P-pero también si quieres, puedes llamarme como William!--

El otro asintió lentamente con la cabeza.

--William, es un buen nombre...-- comentó él, asintiendo con la cabeza.

--Y... ¿Y tú cómo te llamas?-- preguntó dulcemente.

El otro, con una sonrisa que no daba hace mucho tiempo, respondió:

--Soy Albarn... Damon Albarn. Un gusto conocerte, William...--

➸❥༚

J͙u͙s͙t͙ F͙o͙r͙ M͙e͙❧ ≠ •°ᵈⁱᵃᵐ°•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora