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Me desperté agotado, los ojos rojos y secos por el llanto de la noche anterior. Bajé a la cocina, donde la luz del sol apenas iluminaba la habitación, y tomé mi medicamento.

Mamá, atenta como siempre, notó mi estado y me preguntó qué había pasado.

--Nada, mamá. Sólo me puse a llorar por recordar la historia de una película romántica-- respondí rápidamente, buscando desviar su atención.

Me senté a desayunar con mis hermanos mayores, Noel y Paul. Mamá nos sirvió té y puso un plato con galletas de nuez en la mesa.

Tomé una galleta y la mordí, el sabor dulce y salado mezclándose en mi boca mientras bebía un sorbo de té.

Hoy tenía planeado salir, pero mi mente no podía dejar de pensar en Damon y en lo que pensaría de mí después de todo.

Después de desayunar, me encerré en mi cuarto.

Abrí mi cajón, revelando las cuchillas de afeitar que no tocaba hace años. En vez de cortarme, agarré una de las cuchillas y comencé a suspirar enojado, lleno de irritación.

Mi frustración aumentaba con cada segundo, y finalmente, fuí en busca de mi diario.

Lo agarré y lo tiré contra la pared con toda mi fuerza.

Luego, lo abrí y arrugué algunas hojas, arrancando otras con rabia. Cada movimiento estaba cargado de tristeza y furia.

Decidí ponerle fin a todo lo que había creado.

Con la filosa hoja de afeitar, empecé a cortar con facilidad todas las hojas del diario.

No importaban los dibujos de sapitos, de mi pollito, ni los de Damon.

Rompí todo, aguantando mi llanto con cada corte que hacía.

Estaba tan concentrado en destrozar el diario que, sin querer, me corté un pequeño trozo del dedo meñique, manchando y salpicando de sangre la misteriosa hoja de corazones marrones que en algún momento fueron rojos.

...

Me quedé inmóvil...

Mirando la página que nunca tuve la oportunidad de entender...

Si Damon había visto mi diario, y esa página nunca la había hecho yo...

Entonces Damon había dejado esos corazones...

Pero... ¿Cómo?

La pintura roja nunca cambia de color...

...

Acaso él..

¿Había utilizado su sangre para pintarlos?

De repente, todo hizo click.

Comencé a llorar, pero esta vez no de tristeza.

J͙u͙s͙t͙ F͙o͙r͙ M͙e͙❧ ≠ •°ᵈⁱᵃᵐ°•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora