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Al día siguiente, lo seguí en la calle con mi auto. Quería tomar todavía más fotos de ese presioso chico. Me quedé con mucha incertidumbre anoche con aquellas capturas que obtuve de él.

A mi padre no le importó que tomara el coche prestado, sabiendo que yo tengo sólo dieciséis años y que aún no tengo licencia para conducirlo...

"Cuídalo, no quiero tener malditos problemas con tu madre" me había dicho con fastidio, mientras encendía un cigarro en sus labios y me entregaba de su bolsillo las llaves plateadas.

Creo que se debió porque estaba pasado de copas cuando se lo pedí.

Ahora que yo me encontraba conduciendo, demasiado lento para mí gusto, yo lo veía...

Caminaba calmado, mientras se iba distrayendo mirando las tiendas de segunda mano y casas por donde pasaba.

Quería observarlo de lejos para que no me notara. Si se diera la vuelta, me moriría al instante con apreciar su belleza.

Yo pretendía ser una persona cualquiera conduciendo, y perseguirlo sin que llegue a percatarse, de que lo había perseguido hasta a su vivienda.

Conseguí muchas, al igual que nuevas fotos de él.

Sonreía al verlas, pero me sentí triste, en ninguna se volteó lo suficiente. Muy pocas veces llego a capturar una en donde se ve su angelical rostro.

Fue el primer y unico chico del que me enamoré perdidamente.

Cuando volví a mi casa, dejé las llaves en la mesa y subí las escaleras con pereza. Me arrojé a la cama todo agotado, viendo el techo. Y miré las pastillas nuevas que me había dejado mi mamá en mi mesita de noche.

Sólo por esta vez opté por ingerir una dosis, tomé una sin agua y la tragué sin dificultad...

Al principio, no experimenté nada. Era la nueva receta que al principio de este mes me habían recomendado, pero que a escondidas, había rechazado y no estaba cumpliendo con el deber de ingerirlas.

Continué recostado mirando el techo, perdiéndome en algún punto fijo. Imaginándome que estaba en otro mundo más allá que los pensamientos aterradores de mi cabeza.

Pero luego me arrepentí de haber pensado que tomar el medicamento era buena idea, porque sentí que había caído en un pozo de angustia por haberme tragado aquella píldora.

Se me había cerrado el pecho y comencé a entrar en un ataque de pánico. Mi estómago dió una vuelta y me cubrí la boca.

Me dirigí al baño para expulsar los efectos que me estaban induciendo la píldora.

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