AuraCapítulo 4
Cuando suenan las campanas, mis ojos se abren de manera automática. Estoy más que acostumbrada al proceso, así que no me cuesta mucho erguirme segundos después sobre el futón y apartar la sábana que me cubre, a pesar de que al otro lado de las diminutas ventanas es noche cerrada y sé de buena mano que hace frío. Mis compañeras tardarán aún un par de horas en levantarse. Este mes me toca a mí el despertar de la Iglesia.
Sin hacer el mínimo ruido, me pongo en pie y camino hacia la sala contigua al dormitorio, donde todas disponemos de una taquilla para nosotras en la que guardamos nuestra túnica, capa y utensilios de aseo.
Abro la diminuta puerta. Hace un par de días crujía como un demonio, pero Angelica se encargó de ponerles aceite a las bisagras y ahora no corro el peligro de despertar a nadie.
En el interior del pequeño hueco metálico localizo un cepillo, una toalla y la túnica amarillenta.
En silencio, me quito el camisón de dormir y entro dentro de la prenda de vestir. Utilizo los cordones de la zona delantera para ceñírmela al cuerpo. Luego, me dispongo a asearme en los lavabos comunes. Una vez allí, me cepillo el pelo con ahínco y me lavo la cara hasta sentir que estoy más despejada. De nuevo en la taquilla, extraigo la larga capa rojo sangre que pende con gracilidad de una percha. Desato el lazo que la cierra y me la coloco sobre los hombros. La tela cae hasta mitad de mis gemelos, aproximadamente. Luego ajusto el cierre en torno a mi cuello y lo sello con el lazo.
Cuando cierro la puerta de la taquilla, el sonido entre el ronroneo de un gato y el tintinear de un manojo de cascabeles me recibe en la puerta del vestuario.
—Buenos días, Diwi —le susurro a la rechoncha criatura que me espera para iniciar las tareas matutinas. Él me responde con otro tintineo.
Me acerco hasta él y me agacho para mirarlo a los ojos. Dos diminutas canicas negras que me observan a través de la calavera de animal que lleva por casco.
—¿Vamos a iniciar la ronda?
Diwi ronronea en respuesta. Cruzo la puerta y él me sigue, caminando a pasos cortos y rápidos para mantenerme el ritmo. Al otro lado del vestuario, nos espera un pasillo techado, pero abierto al aire libre. Me arrebujo en la capa cuando un aire gélido me corta la cara nada más salir. Apenas acaba de empezar la primavera, pero aún hay días más propios del invierno más profundo que de esta estación. Hoy es uno de esos días. El cielo se ve nublado y el suelo exterior está humedecido debido a un chispeo constante que tiene pinta de prolongarse durante varias horas más.
Diwi y yo salimos al exterior por unas pequeñas escaleras que descienden desde el pasillo hasta la hierba. Allí nos espera un pozo, la luz de las estrellas se refleja en el agua al fondo. En un silencio solo interrumpido por el tintineo del pequeño espíritu, me dedico a sacar cubo tras cubo de agua y a llenar el depósito del que se alimentan los grifos y duchas que tenemos en la Iglesia.
—A ver cuándo la madre Fahmy decide empezar a diseñar un canal que comunique directamente el pozo con el depósito, y dejemos de tener que hacer esto manualmente —me quejo, como todas las mañanas, a pesar de que no me molesta especialmente tener que hacer esta tarea. Ineficiente es, eso está claro, pero a la Madre Fahmy le gusta mantener las cosas como se han hecho siempre.
Para cuando termino de transportar el agua de un sitio a otro, el cielo está empezando a clarear por el este y algunas estrellas empiezan a ser invisibles a ojos humanos.
—¿Cómo están las gemas hoy? —le pregunto a Diwi, de camino a nuestra siguiente parada, el corral.
La criatura gime por lo bajo. Lo miro a los ojos y veo en ellos una profunda tristeza, lo que me lleva a determinar que lo mejor será que hoy elijamos una cabra.
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Tierra de huesos
FantasyAura es sacerdotisa en la Iglesia de huesos. Su abuela la introdujo en el sacerdocio para protegerla de los hombres, pues en época de celo, lo único que puede garantizar la seguridad es la Marca de fe. Pero, un día, un curioso muchacho irrumpirá en...