Capítulo 45

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Kleyer

Capítulo 45

Abro la puerta de la casa, donde una adolescente serpiente, un mono y una mujer con más de cuatrocientos años discuten acaloradamente. En cuanto pongo un pie en la estancia, Adranne gira la cabeza con vehemencia y me enseña sus fauces de colmillos alargados. La imagen, no obstante, no me altera en absoluto. Tras pocos segundos, recupera su habitual rostro irónico.

—Pelusilla, ya creíamos que te habíamos perdido para siempre —masculla.

Me acerco hacia ellas, quedándome de pie porque todos los asientos están ocupados. La piel de Tam todavía es del color del hueso y las ojeras se marcan con profundidad bajo sus ojos. Parece cansada, la herida en el muslo la dejó definitivamente fuera de combate.

—¿Por qué discutíais? —pregunto.

—Porque nuestro plan se va al garete —murmura Tam, masajeándose los párpados cerrados con una mano.

—¿Has convencido a tu novia para que nos deje robar esas gemas? —añade la serpiente.

—No, mi novia está pasando por un mal momento y ha dejado clara su posición, voy a respetarla —replico.

Adranne abre la boca, sorprendida por mi seca contestación, pero no se le ocurre nada más que añadir y termina por cerrarla, lo que, inconscientemente, me lleva a apuntarme un tanto en nuestra guerra infinita.

—Adranne quiere ir a por las gemas de sangre —dice entonces Seanet, que no había dejado de observarme desde que he entrado—. Yo estoy de acuerdo, Tam no, ¿qué piensas tú?

Miro a la adolescente de ojos oscuros, con una ceja levantada de manera altiva, y pienso en lo fácil que sería mandarla a ella sola a por esas gemas y no volver a verla nunca, pero me limito a sacudir la cabeza.

—Es muy peligroso —digo—. Fue peligroso para Tam y para mí ir hasta la Tierra de carne, y eso que aquello es un páramo medio abandonado, así que imagínate lo que tiene que ser meterte en el corazón de la batalla. Creo que es mejor que nos centremos en despertar al Dios de almas, al menos así tendremos una carta con la que jugar en esta guerra.

Tam abre los ojos y asiente con lentitud, confirmando mis palabras. Adranne aprieta los puños y no me mira cuando habla:

—Tú siempre tan precavido, así no conseguiremos nada —escupe.

—¿Te ves capaz de llegar hasta la Tierra de sangre y hacerte con esas gemas? Probablemente sean el elemento más custodiado de toda Parmonia —murmuro, situándome frente a ella para que me mire.

—¿Y te ves tú capaz de transformarte? —pregunta entonces.

Abro la boca, dispuesto a decir un «Sí» con convicción, pero no me siento capaz de hacerlo.

—Sin las gemas de sangre, sólo tenemos un canal que cerrar, el más débil —añade Adranne—. Y sin tu transformación, nos falta uno de los pilares del triángulo de la cuarta Iglesia, con lo que tampoco podemos despertar al Dios de almas, ergo no podemos cerrar ni siquiera el más débil de los canales. Vistas las opciones, lo mejor es coger una espada y empezar a mejorar nuestras técnicas de esgrima.

Suspiro, hundiendo los hombros.

—La pregunta que se ha hecho Adranne es interesante —dice entonces Seanet, sonriente—. ¿Te ves capaz de transformarte, o crees que...

—...que soy un simple humano? —completo. Seanet asiente—. Sinceramente, han sido pocas las veces que he sentido... algo, una presencia. No era una chispa, no era un despertar, sino una presencia, algo que me indicaba que dentro de mí hay algo más. Tengo fe en que esa sea mi segunda alma pero, francamente, no sé cómo despertarla.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora