KleyerCapítulo 32
Los músculos se me ponen en tensión en cuanto escucho la última palabra de la sacerdotisa. Me siento exactamente igual al instante antes de comenzar mi ritual de iniciación, cuando todos los jóvenes nos preparamos al inicio del bosque, esperando que el último rayo de sol cayera por detrás del horizonte para emprender la caza. Entonces es cuando más activo he estado en toda mi vida, hasta este preciso instante.
Como estoy interpretando el papel de pobre siervo, nadie se fija en mí, la multitud tiene los ojos puestos sobre la supuesta sacerdotisa y la recién llegada, pero Tam hace que me presten atención cuando, en un rápido gesto, me pide que le pase su mochila. Para cuando yo me movilizo, los soldados ya nos han rodeado. Los cuento con la mirada. Son cuatro. Supongo que no esperaban tener que defender el interior del edificio, Tam y yo hemos visto a lo lejos a varias parejas de ellos, rondando la hacienda en círculos de varios kilómetros de radio. El noble tampoco debía de estar esperándolo, porque se ha quedado del color de la nieve en invierno.
Si conseguimos zafarnos de los cuatro soldados, el resto no son más que criados, el noble que regenta la hacienda y el grupo de prisioneros. No los considero duros contrincantes, aunque éstos últimos nos vendrían de gran ayuda si no tuviesen las manos y los pies encadenados unos a otros.
Tam coge la mochila que le paso en apenas unos segundos, sin apartar la vista de la sacerdotisa de sangre. Desata las cuerdas con manos hábiles y extrae del interior un par de machetes. No puedo evitar sorprenderme. Sabía que llevaba armas en esa mochila, pero no esperaba tal artillería. Por la abertura que ha quedado abierta de la bolsa, veo que brilla el filo de varias más.
A pesar de que me tiemblan las manos, me insto a mí mismo a mover el cuerpo y colocarme junto a ella, espalda contra espalda. Nunca he estado en una pelea con tal desigualdad de condiciones. El enfrentamiento más salvaje que he tenido hasta el momento fue con los dos hombres en la calle, cuando salvé a Adranne de sus oscuros deseos. Hasta entonces, todo habían sido cazas y luchas ensayadas con mis compañeros del clan.
No voy a mentir, estoy asustado, pero, si Tam también lo está, no da muestras de ello, y yo no puedo ser menos. Ella fue arrancada de los brazos de su madre, abandonada en la calle, condenada a ocultar su verdadera naturaleza y ha tenido que superar la muerte de un hijo. Yo no he hecho más que salir en busca de mi segunda alma para intentar madurar. Todavía no lo he hecho, pero, si tengo que morir hoy por defender lo que creo que es justo, entonces habrá valido la pena.
—Qué enternecedor —exclama la verdadera sacerdotisa, con una amplia sonrisa que le ensancha la cara casi al doble de su tamaño—. La sacerdotisa mono tiene un amigo criado. ¿También es un mono, Tam? ¿Es que queríais uniros a la fiesta con mis nuevas adquisiciones? No os preocupéis, estáis invitados, en la Iglesia de sangre hay sitio para todos.
La mujer suelta una risotada, pero nadie la corea ni se atreve a dar un paso adelante. Tam y yo empuñamos cada uno dos armas. Ella los machetes, yo, una daga y un hacha. Tengo los brazos adoloridos por haber tenido que cargar con los macutos durante horas, pero me obligo a mantener el mango en alto, no puedo permitirme mostrar debilidad.
—Oh, vamos, dejaos el numerito, ¿no veis que os superan en número? ¿Qué pretendéis hacer con esa birria de armas, liaros a hachazos con toda la sala? —la sacerdotisa hace una gesto con los dedos índices, abarcando en un círculo en el aire todo el interior de la estancia.
—Tenías que ser tú —masculla Tam.
—Oh, sí, tenía que ser yo. Parece que el destino ha querido que nos volviésemos a encontrar. Después de todo, no tuve oportunidad de hacerte pagar por tu pequeña mentira.
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Tierra de huesos
FantasíaAura es sacerdotisa en la Iglesia de huesos. Su abuela la introdujo en el sacerdocio para protegerla de los hombres, pues en época de celo, lo único que puede garantizar la seguridad es la Marca de fe. Pero, un día, un curioso muchacho irrumpirá en...